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Domingo 08 de junio de 2014

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Cultural El Duende

La rama epistolar de la historia

08 jun 2014

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La FUNDACIÓN CULTURAL ZOFRO de Oruro, presidida por el Ingeniero LUIS URQUIETA MOLLEDA, ha publicado un libro de 501 páginas que lleva por título CARTAS PARA COMPRENDER LA HISTORIA DE BOLIVIA compilada por el escritor Mariano Baptista Gumucio. Es un hermoso volumen impreso digitalizado por Mac Impresores, 2013, con profusas ilustraciones, artísticamente acabadas, lo mismo que la tapa, ilustrada por el artista Erasmo Zarzuela.

Personalmente, hasta hoy, no conocí algún otro libro que hubiese publicado la reunión de cartas que mostraran otra faz de la historia, como es este libro de Mariano Baptista, importante y necesario, además deleitable. Es de imaginar que mucha gente, aun investigadores deben desconocer ciertos aspectos de la Historia. Entonces resulta un gran acierto mostrar de este modo la rama epistolar de la Historia no sólo por ser absolutamente necesaria para un mayor conocimiento, sino también por la fruición que causa leer cada una de las cartas.

En un comentario propio sobre la carta que veinte abogados dirigen al Presidente Hernando Siles, hacer uso de la gracia que le confiere la Constitución Política del Estado de perdonar al condenado a muerte, Don Mariano sintetiza la historia que culmina con el fusilamiento de Alfredo Jáuregui, el año l917, luego de ser procesado, si cabe el término, por el supuesto asesinato del ex presidente Manuel Pando, diez años antes en Achocalla. Resume sobre los supuestos hechos que antecedieron y que fueran causales para el asesinato del ex presidente de la república. Claro que se puede advertir, sin emplear una lupa, que habían ajetreos y grandes intereses políticos en esa época. Fue también un motivo para que Bautista Saavedra tomara poder mediante golpe de estado, en l920 (1)

La Carta de los veinte abogados que fue dirigida al presidente Siles pretende ser reflexiva, resaltando los valores morales y de caridad humana y cristiana. No obstante la parte reflexiva más profunda, como para conmover no sólo a un presidente con poder imperial sino a legítimos magistrados, jurisconsultos y juristas es el balance que hacen acerca de esos valores que se concentran en la filosofía de la economía jurídica universal.

¡Cierto!

Desde el DERECHO ROMANO, base del derecho legítimo de gran parte de los pueblos del mundo (porque ahí se encuentra la verdadera filosofía del Derecho, en la parte que se denomina: “Dictámenes de los Magistrados”, el jurisconsulto Papiniano, en el gobierno imperial de Caracalla, escribió “in dubio pro reo”, significa que un juez en caso de duda debe absolver al acusado. Si hubiera un mínimo de duda en el caso de autos penales, no sólo es preferible sino un imperativo absolver al supuesto delincuente que condenar al inocente. En la Historia se encuentran déspotas y hombres sin sensibilidad quienes, muchas veces, con la supuesta máscara de la legalidad se cierran cuando se trata de condenar. ¿Acaso Truman aceptó la Carta de los científicos y hombres prominentes que le dirigieron pidiéndole que no arrojara bomba atómica al Japón? Es cierta la barbaridad de Truman. Ya no era necesaria la bomba atómica. El Japón se hallaba ya desgastado y su rendición podía ser cosa de poco tiempo pero poniendo el pretexto de que ahorraría vidas, sobre todo norteamericanas, Truman extremó su tozudez. Además si de la rendición del Japón se trataba, bastaba una sola bomba y no dos. De alguna manera asesinó más que los peores emperadores romanos. En Bolivia también se han dado casos con falta de sentimientos humanos en los presidentes que tuvieron la gracia de perdonar. Sucedió con un tal Honores fusilado en Potosí; también con un cura de apellido Catorceno, fusilado bajo el gobierno de Busch, también en Potosí, y con un campesino de apellido Suxo, para quien Banzer no tuvo piedad, y fue fusilado en La Paz. El error en este caso fue desde el proceso, considerando que este último encausado era oligofrénico profundo, por tanto inimputable. El derecho de gracia que le confiere la Constitución a los presidentes, es resabio del poder proveniente también de los imperios antiguos. Resulta curioso que después de la dura tarea de juzgar a un ser humano, agotando los recursos humanos y judiciales, y llegando al convencimiento de que debe ser condenado a muerte, el presidente, de simple plumazo –por así decirlo– decida de nuevo que es inocente o culpable, y eche por tierra todo el trabajo arduo de jueces, magistrados y ministros.

La sentencia contra Villegas y los Jáuregui, publicada en libro de 200 páginas es de 28 considerandos del plenario y leída en audiencia de 17 de Febrero de l925, suscrita por los jueces Benedicto Tamayo y Miguel Llano Ponce, rubricada por el Secretario Tomás Pabón, con fotografías de todos ellos. El Auto de Vista de la Corte Superior de La Paz confirmando la sentencia, es de 18 considerandos. Firmaron todos los vocales, excepto el Dr. Celso Molina, que fue disidente. Los juzgados y sentenciados fueron: Néstor Villegas, Juan Jáuregui, Alfredo Jáuregui y Simón Choque. Hay también fotografías del cadáver de Pando, la escena del fusilamiento y el fusilado vestido con traje negro, sombrero, corbata y calzados bien lustrados… muerto ya, apoyado a un palo, sobre una bolsa de arena. El histórico fiscal Luis A. Uría fue el acusador implacable (2). Narran los testigos que cuando le dieron la palabra Alfredo Jáuregui, estando ya frente al pelotón le encaró al fiscal con frases amargas, pero firmes: “¡Vos sabes doctor que soy inocente, pero pagarás con tus descendientes!”. Los que tomaron en cuenta esas palabras especularon como una tradición oral los siguientes años, asociando la muerte del Uría de la Oliva, por el populacho, el 21 de julio de 1946. Junto a Gualberto Villarroel en La Paz.

Brevemente la historia es ésta: Pando había tenido una trayectoria política hasta cierto punto escabrosa, valiéndose momentáneamente de la gran masa campesina, a la que usó a su antojo y luego la abandonó a su suerte, ocasionó la guerra civil de 1899, trasladó la sede de gobierno a La Paz, causando además el problema de la separación territorial de los órganos del poder del Estado, que se discute hasta hoy.

Observadores políticos y alguna gente que conoció a Pando sostienen que fue un soldado vulgar, pero astuto, arribista y oportunista. Por todo arrastraba una estela de prestigio y carisma de donde se prendían sus partidarios políticos, como lo hacen secularmente cuando se prenden del carro del vencedor. Ese día gris y frío que señala la historia, Manuel Pando llegaba a El Alto y pasaba por Achocalla. Desmontó de su caballo blanco en casa de Néstor Villegas, que era su compadre; allí estaban también entre otros Juan y Alfredo Jáuregui, bebiendo tragos. Pando les dio una botella de pisco destilado en su finca de Luribay. Entonces, existiendo ahí una elipsis histórica, sólo encontraron el cadáver del general en el Khenko, y su caballo por otro lado. Fue recogido ante la indignación ciega de la gente, que le consideraba más bien poco menos que un benefactor. Fueron detenidos todos los que cité arriba como sospechosos.

Se hicieron exámenes forenses. No se ponía en duda que Pando hubo muerto violentamente, con armas contundentes y cuchillos. El primer fiscal, abogados de la familia se valieron de otros médicos forenses. Hubo más de diez informes médico-legales. Se levantó el proceso que duró diez años. Todo ese tiempo los encausados estuvieron encarcelados, lo cual ya es una sanción, y para Alfredo que fue fusilado era una doble sanción, lo cual no puede ser en la puridad del Derecho: “Non bis in ídem” (no dos veces por el mismo caso). Decenas de testigos, sirvan o no sirvan, mentirosos y sinceros. Todo en contra de los acusados; la defensa no tuvo fuerza a pesar de los esfuerzos hechos por algunos de los abogados, como el de oficio que le asigna la ley obligatoriamente a los pobres y desvalidos, frente a la gigantesca mole de poder emanado de la influencia política. Culminado el juicio de diez años de duración, entró en práctica un secular error judicial. De los tres condenados a muerte, o sea Néstor Villegas, Juan Jáuregui y Alfredo Jáuregui, sólo uno debería ser inmolado; para tal hecho debía someterse a sorteo, dos balotas blancas y una negra. Le tocó la negra a Alfredo Jáuregui, el menor, que tenía apenas veintiséis años resulta lamentable que la ley en un acto póstumo se valga del azar para ajusticiar con la muerte.

Siempre me he preguntado: ¿Qué cerebro afiebrado habrá legislado de ese modo, y por qué han habido cerebros serviles que no han funcionado para reformar lo que está mal? Lamentablemente, se deduce “la ley es la ley”, pero la ley no es precisamente la justicia. La ley puede estar en los papeles, la justicia está en el corazón de los hombres. No puede haber sujeción tan zoológica a la ley.

Los veinte abogados que pidieron perdón para el ajusticiado fueron: Humberto Palza, Augusto Céspedes, Isaías Rivero, Luis Felipe Guzmán, Armando Pacheco Iturralde, Julio Ituirri Núñez, Alfredo Mancilla Araúz, Andrés C. Armaza, Demetrio Iturri, F. Alarcón Muñoz. C. Crespo Jiménez, Humberto Landa, Ismael del Castillo, Hugo Montes, B. Valencia Valle, Luis Gozálvez, Alfredo Saavedra, Rafael Michel y José María Salinas, que Hernando Siles rechazó.

El libro “Vida y muerte de Pando” de Ramón Salinas Mariaca trajo para mí una verdad pasmosa, no puede ser de otra manera. Debió ser para muchos sorprendente. He de sintetizar lo que este autor refiere en un post scriptum. Salinas Mariaca refiere que un día fue llamado por Néstor Villegas, a su casa en Achocalla, llegó hasta allí, y en una casa casi derruida estaba este Villegas, lo encontró desmadejado, pálido, envejecido y enfermo. Le pidió perdón por no haber ido él a buscarle porque ya no podía moverse porque se hallaba a las puertas del sepulcro. Le dijo que toda la vida lamentó lo sucedido, es decir, que por causa del sorteo judicial, una vida joven e inocente fue sacrificada. “Le juro –dijo al borde la tumba– que nadie mató a su compadre Pando”. Relata Villegas: Llegó esa tarde de Luribay, bebieron su pisco, y cuando iba a continuar viaje hacia la hoyada, le ofrecieron caldo caliente de cordero, les entregó otra botella de pisco invitándoles a beberla, cuando se sentó junto a la mesa, de pronto volcando su cabeza atrás y blanqueando sus ojos, cayó al suelo el General. Comprobaron que se hallaba muerto. Se asustaron y no sabiendo qué hacer decidieron despeñar el cadáver por el barranco del Khenko.(3) Por lo que sucedió después, todos entraron en contradicciones, pero los jueces se atuvieron a testigos (no de los hechos sino de la personalidad de los encausados).

¿Qué testigos podían haber si nadie estuvo en la covacha de Villlegas? Pero hubo testigos de cargo e informes médicos legales que coincidían en que Pando murió apaleado. El muerto tenía una herida cortante en la nuca, cerca del cuello. Eso para los médicos forenses fue un machetazo, pero cuando preguntaron cómo fue, los acusados respondieron unánimemente que cuando lo arrastraban en una manta la nuca del muerto chocó con el riel ferrocarril. Esto quiso sostener la defensa con apoyo muy lógico, porque la sangre aún no había coagulado y que el cadáver efectivamente fue arrojado muy rápido al barranco. Pero de nada valió todo recurso humano… la política malsana antes que la justicia se salió con la suya. Ulteriormente se supo que varios antepasados de Pando habían muerto por ataques cerebrales.(4)

NOTAS

BAPTISTA GUMUCIO, Mariano: Cartas para comprender la Historia de Bolivia. Ed. Fundación Cultural ZOFRO, Impresión MAC, Oruro, 2013,

PABÓN, Tomás y V. F.: Sentencia en el asesinato perpetrado en la persona de JOSÉ MANUEL PANDO. La Paz, l928.

y (4) SALINAS MARIACA, Ramón: Vida y muerte de PANDO. Biblioteca Popular Boliviana de Última Hora, La Paz, l978.

Vicente González Aramayo Zuleta.

Abogado, escritor y cineasta.

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