La dictadura casi siempre ha sido relacionada con el poder político: “es una forma de gobierno en la cual el poder se concentra en torno a la figura de un solo individuo (dictador) o élite, generalmente a través de la consolidación de un gobierno de facto, que se caracteriza por una ausencia de división de poderes, una propensión a ejercitar arbitrariamente el mando en beneficio de la minoría que la apoya, la independencia del gobierno respecto a la presencia o no de consentimiento por parte de cualquiera de los gobernados, y la imposibilidad de que a través de un procedimiento institucionalizado la oposición llegue al poder”.
Algo razonable desde el punto de vista de la ciencia política, pero insuficiente a partir de realidades cotidianas. Hablando de manera más amplia, la dictadura es: “el poder que radica en una persona que abusa de su autoridad o trata con dureza a los demás, o el predominio de la fuerza dominante”.
El que piensa que la dictadura surge en los recovecos y escenarios de la disputa por el poder político está muy equivocado. La vocación primaria del dictador nace en la estructura básica de la sociedad, en la familia y no depende del género o del sexo. A diferencia de otro tipo de formalizaciones sociales, el dictador no es un tipo genético, sino más bien social. El hogar primario, sea con inclusión de padre y madre, ambos por separado o en centros de formación forzada (orfanatos), define las condiciones de conducta del sujeto a largo plazo. ¿Y cómo se va desarrollando el autoritarismo en el hogar y después en la sociedad en general? A partir de ciertas prácticas que al principio pueden parecer inofensivas y hasta legítimas, pero que acaban desembocando en un poder despótico aún cuando sea en la forma, pero lleno de arbitrariedad:
1. El esposo o la esposa no dialogan, simplemente imponen su visión de las cosas hasta en asuntos tan simples como la forma de lavar la ropa o el menú del día. Al final alguien se somete por evitar problemas o por gambetear a la discusión, no siempre constructiva. Esto acaba destruyendo la relación o la consolida en una especie de sometimiento: dictadura en la casa, la que es observada por los hijos, los que la adoptan como norma de conducta socializada, asumiendo que el poder no nace de la capacidad de convencer racionalmente , sino de la posibilidad de imponer posiciones con criterios desatados a gritos o miradas autoritarias.
2. Los hijos son sometidos a un diario lavado cerebral que hace creer que la autoridad del padre o la madre son infalibles per se, lo que lleva a creer que estos individuos se transforman en dioses que detentan la verdad en todas sus formas. Los padres no explican a sus retoños, en general, las causas y consecuencias de la vida y no justifican sus acciones. Son autoritarios el padre o la madre con poder de determinación del presente y futuro de la hija o hijo, algo que acaba definiendo la conducta del futuro ser. Lo mismo sucede en centros de acogida, donde los responsables asumen un rol similar de carácter paternalista, disminuyendo la posibilidad de desarrollo personal de las personas.
3. En el trabajo, el jefe circunstancial no explica coherentemente al subordinado las razones de sus instrucciones para un cumplimiento eficiente del trabajo, simplemente manda de manera autoritaria. Es evidente que la democracia no funciona en las oficinas públicas y privadas, pero ayudaría mucho el explicitar con más profundidad los objetivos y metas, todo en bien de la eficacia y eficiencia laboral.
Y así, a través de un sistema perverso, nace, se desarrolla y no muere el autoritarismo como forma visible del totalitarismo en nuestra sociedad. Simplemente se recicla para mal de la gente. Y la democracia en general no debería ser vista como algo incómodo, es una cosa muy necesaria para hacer posible un mundo mejor en todos los órdenes.
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