El epígrafe del titular pertenece a un asambleísta opositor; lo dijo con sorna en reacción a la “aplanadora” del Legislativo Plurinacional. La Ley de referencia se aprobó por vía expedita, sobre la marcha. Y los opositores echaron el grito al cielo; al parecer, ya no les queda más que eso. “Ustedes utilizaron el rodillo para robar; nosotros utilizaremos la aplanadora para cumplir el mandato del pueblo”, manifestó con brutal franqueza un senador oficialista.
Esa situación es en gran medida obra de la oposición, que a sabiendas de lo que iba a suceder, prefirió llegar menguada y dispersa a la Asamblea. Está allí en la condición que decidió estar: de quinta rueda del carro. Sus berrinches retóricos son como el ladrido de canes a la Luna, inútiles. Aunque todo lo que cuesta la dignidad es demasiado caro, las dietas y otros privilegios explican la tolerancia ante el soberano desdén con que el oficialismo les trata.
En tanto que el otro contingente, la masa abrumadora, tiene otro libreto. Sabe bien lo que debe hacer incluso si sólo le correspondiera, como en el pasado, el papel de convidado de piedra, para levantar la mano. Los proyectos, todos los proyectos, hoy como ayer, siempre vienen del Ejecutivo, con su respectiva consigna para votar y aprobar. Eso de decirles “legisladores” siempre sonaba un poco a broma. Morales, cuando era diputado opositor, dijo varias veces que el Congreso era una mafia. Tal vez tenía razón. Esperemos que ahora, con el “proceso de cambio” y los nuevos actores de tierra adentro, la Asamblea sea algo diferente.
Ni cabe extrañarse de la aplanadora. El Presidente hace lo que anunció que haría si el soberano escuchaba su clamoroso pedido: recoger de las urnas el poder absoluto. Si algo hay que ponderar en él sin retaceos es justamente su franqueza. Ahora tiene los dos tercios para tomar las decisiones que quiera. No necesita de la oposición para nada, como no sea para cubrir las apariencias y decir que se aprobó una ley después de un “intenso debate”. Sólo para eso le es útil la oposición.
Por eso mismo, no es necesario ni es correcto querer escamotear la realidad. No hay ni puede haber la independencia de poderes. Las condiciones son absolutamente negativas para ello.
Con la caída del Poder Judicial se completó el proceso de la demolición institucional. Ya no tiene que colapsar; está colapsado. Desde hace rato existen las acefalias; pero por razones obvias, el oficialismo sólo ahora puede monopolizar las designaciones, que recaerán todas ellas sobre masistas, por supuesto. La declaración oficial en tal sentido corre por la prensa. A confesión de parte, relevo de prueba, como dicen los abogados.
Se criticó tanto el cuoteo partidario. Ahora existe en su reemplazo la potestad unipersonal del Presidente para designar. ¿Cuál es la diferencia? En ambos, la supeditación política del designado, a la instancia que lo designa, es la misma, y todavía más ostensible en el último caso. Por lo visto, la Asamblea Plurinacional tiene prerrogativas superiores a la propia Constitución vigente. Los dos tercios masistas con que cuenta, se han convertido en el verdadero “supra poder” político en manos del gobierno. Una ley corta vale más –porque sirve más– que la Constitución de marras.
Por esa realidad que está a la vista, no existen más dudas sobre la concentración totalitaria o hegemónica del poder. Incluso la denominación del país, que ya no es República sino Estado Plurinacional, identifica con claridad el nuevo ente político del que es presidente Evo Morales. Antes, el mandatario era presidente de un gobierno y no del Estado. El Estado abarca en su estructura todos los poderes. Ahora de modo explícito y claro, todo el poder estatal se halla concentrado en la autoridad de una persona. Como nadie antes en Bolivia, Morales puede hacer suya aquella famosa expresión de un monarca: “El Estado soy yo”.
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