Jueves 18 de febrero de 2010
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En la entrada del Sábado de Peregrinación del Carnaval de Oruro, he acogido a muchos Conjuntos del folklore, que llegaban bailando a los pies de la Virgen del Socavón.
En un primer momento tenía miedo que se repitieran algunas conductas que habíamos lamentado en el último Convite, como el abuso de bebidas alcohólicas. En cambio, la mayoría de los danzarines ha llegado al Santuario, de día y de noche, con una sobriedad ejemplar, y ha manifestado una devoción sincera a la Virgen.
Conozco la complejidad de las motivaciones que mueven a participar en esta gran manifestación. A la multiplicidad de los elementos objetivos que constituyen el mismo Carnaval de Oruro y su historia, hay que agregar todas las expectativas personales, los deseos, los miedos, el orgullo, el arrepentimiento, la devoción, las esperanzas. El Carnaval de Oruro despierta una cantidad enorme de intereses: folklórico, cultural, económico, social, turístico, laboral, eco lógico, espiritual, etcétera.
Tal vez es sólo una percepción personal. Yo he sentido este Carnaval como cargado de una mayor espiritualidad. La espiritualidad es una dimensión profunda del ser humano, que se abre al misterio de sí mismo, de la creación y de la divinidad. A menudo esta dimensión es ahogada por la presión de las urgencias de todos los días. Muchas veces los que no cultivan la espiritualidad no son malos, sino que simplemente viven en la superficie, aturdidos por lo cotidiano. Para algunos el Carnaval de Oruro ha sido una oportunidad más para quedarse en la superficie; para otros (¿pocos?, ¿muchos?) un estímulo para una mayor maduración interior.
Fuente: LA PATRIA