Jueves 18 de febrero de 2010
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Nadie puede negar que el Carnaval de Oruro, es majestuoso e incomparable, ni siquiera el famoso Carnaval carioca puede superarlo, todos sabemos que el Carnaval brasileño es un culto devocional a la desnudez y a la obscenidad, donde las mujeres mimetizadas con los homosexuales se desbordan e incitan a las bajas pasiones. Cuánta diferencia con nuestro Carnaval, donde miles de danzarines rinden pleitesía a la patrona de los mineros, por cierto que no todos bailan por devoción, hay también exhibicionistas, “busca parejas”, “narcisistas”, etcétera.
Sin embargo, como en toda manifestación de ésta naturaleza no es precisamente la devoción la que manda, porque en el Carnaval de Río, de nuestro Oruro, quien se impone es el alcohol, es el dueño y señor que encadena a moros y cristianos, a pulcros, puritanos y mojigatos, todos caen, por no decirlo todos se arrodillan ante el brebaje en mayor o menor proporción.
En todo caso, el licor puede ser un estimulante tolerable cuando su consumo es limitado, mas no, cuando el consumo es “uniformemente acelerado” hasta que el bebedor deja de ser un ser racional y ya no puede distinguen entre una mujer y una niña o entre una mujer y un maricón. En los Carnavales todo vale, para regocijo de los dioses mitológicos Momo y Baco.