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Domingo 25 de mayo de 2014

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Cultural El Duende

EL MÚSICO QUE LLEVAMOS DENTRO: Responsable: Gabriel Salinas Padilla

En torno al carácter de la música en Bolivia

25 may 2014

Alberto Villalpando

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Primera parte

Para manifestarse en el mundo sonoro que lo circunda, dos son las formas con que el hombre deja oír su ruido: la oposición y la mimetización.

La desolación puede, musicalmente, ser un sinónimo de silencio, y este silencio musical nos parece la contaminación de una música remota e infinita, de una música siempre presente, allí, donde no es concebible la desolación. Este silencio es el que reina en las montañas bolivianas. Un silencio ominoso, acentuado –más bien limitado– por el viento. En efecto, el mundo sonoro de la montaña y del altiplano es el viento, que nace en el silencio para perderse en él. Tenemos así, una primera determinante musical: todo ruido o sonido está limitado por el silencio, entendiéndose este silencio límite en sentido espacial. Un sonido no se pierde, como sucede en otros ambientes, en el ruido mismo, sino que se pierde en el silencio. Y el viento, ese segundo límite, pero que lo es del silencio, se lleva consigo a ese empobrecido ruido, confirmando su potencia y acentuando el silencio. En electroacústica, existe un aparato llamado generador de ruido blanco. Por analogía con la óptica, el ruido blanco comporta las ondas sonoras de toda la gama audible. Cuando en esta ensanchada banda, que ve desde los dieciséis ciclos por segundo hasta los vente mil, se elige un sector, por ejemplo desde los doscientos hasta los diez mil ciclos por segundo, se dice que se trata de un ruido coloreado. Aunque esta es una de las viarias formas de colorear un ruido, bástenos como ejemplo.

El ruido que produce el viento del altiplano y de las montañas bolivianas encuentra en su ímpetu o en los accidentes con los que tropieza una vasta posibilidad de colorearse. Desde aquellos ruidos sibilantes, tan próximos al sonido de una flauta, hasta aquellos ruidos violentos como si se tratase de un torrente –el viento pareciera un gigantesco instrumento que resuene en ese dilatado ámbito del silencio. En la amplitud del paisaje emerge el ruido del viento sin ubicuidad alguna, pareciendo a veces que persigue al silencio y otras que es perseguido por él. Por ello, un visitante atento a estos ruidos busca con cierta avidez el lugar en que se produce tal o cual ruido, sin nunca poder precisarlo. Y este ruido, casi milagroso, en su intento de escapar de la ansiedad con que la quietud y el silencio quisiera apoderarse de él, ejercita un enloquecido desplazamiento que lo lleva hacia los valles, a resonar en otro ambiente, para luego desaparecer en aquel aire más cálido.

Bajo estas consideraciones, nos será ahora más comprensible el fenómeno musical del altiplano. En efecto, el hombre altiplánico buscará previamente ubicarse musicalmente en el mundo sonoro que lo rodea. Ya hemos hecho alusión a la falta de ubicuidad de los ruidos del viento, por ello el altiplánico se inclinará por crear grandes masas de sonido, volúmenes estables y persistentes de sonido. No requerirá de un gran desplazamiento físico al hacer su música. Este es uno de los factores determinantes para el estatismo de las danzas altiplánicas y para la rigidez rítmica. Por estas características la música tradicional de esta zona de Bolivia es vigorosa, porque busca oponerse al ambiente sonoro que lo circunda. Desconoce los factores de la dinámica musical (gama existente entre la oposición de sonidos fuertes y sonidos suaves), porque requiere de un nivel estable en su masa sonora que le impida perderse en la distancia. Y, finalmente, la práctica musical (el hecho de tocar) se dilatará en el tiempo con el fin de vencer al silencio.

Aquí cabe preguntarse el por qué de la falta de instrumentos de cuerda en estos sólidos conjuntos musicales altiplánicos.

Sin duda, uno de los orígenes del arte es la imitación. Y ¿qué ruidos puede imitar el altiplánico? No otros que aquellos que produce el viento, puesto que esa, y no otra, es la relación del sonido que tiene el habitante de esta región. Ese es el ruido que conoció y con el que pretenderá comunicarse y explicar su mundo emocional. No es difícil entonces comprender que así como el viento pulsa el silencio del altiplano para crear un ruido que transmite algo que no sabe qué es, pero que habla del ruido como si fuese una presencia casi divina, así los hombres buscarán crear un viento que diga aquello que ellos quieren que se diga. Y, venciendo sus escrúpulos y, en cierta medida, imitando el ruido que oyen, hacen de sí mismos creadores de sonido con el soplo que ellos pueden producir. Por lo tanto, el hombre altiplánico imita su mundo sonoro en tanto que productor de su ruido, y se opone a él en tanto que creador musical. Gomo productor de ruido imita al viento, como creador musical suscita una presencia sonora destinada a vencer al silencio, ubicándose estáticamente en el espacio para que su ruido no se vea desplazado por el viento. (Fuente: Revista Vertical No. 1, 1983).

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