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Domingo 25 de mayo de 2014

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Cultural El Duende

Del amor y de la vida

25 may 2014

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El amor es una imagen de la vida: uno y otra están sometidos a las mismas revoluciones y a los mismos cambios. Su juventud está llena de alegría y de esperanza: nos sentimos felices de ser jóvenes como nos sentimos felices amando. Este estado tan agradable nos conduce a desear otros bienes, y se los quiere de los más sólidos: no nos contentamos con subsistir, queremos hacer progresos, nos ocupamos de los medios de progresar y de hacer fortuna de un modo seguro; se busca la protección de los ministros, nos hacemos útiles a sus intereses; no podemos tolerar que nadie aspire a lo que nosotros aspiramos. Esta emulación es cruzada por mil cuidados y mil penas, que se borran por el placer de verse restablecidas de nuevo; todas las pasiones son entonces satisfechas, y no se prevé que se puede cesar de ser feliz.

Esta felicidad es no obstante rara vez de larga duración y no puede conservar mucho tiempo la gracia de lo nuevo; por tener lo que hemos deseado no dejamos de desear aún. Nos acostumbramos a todo lo que nos pertenece; los mismos bienes no conservan el mismo precio, ni deleitan siempre del mismo modo nuestro gusto, cambiamos imperceptiblemente, sin darnos cuenta de nuestro cambio; lo que hemos obtenido se torna una parte de nosotros mismos; nos afectaría cruelmente perderlo, pero ya no somos sensibles al placer de conservarlo; la alegría ya no es viva; se busca fuera de preferencia allí donde tanto se ha deseado. Esta inconstancia involuntaria es un efecto del tiempo, que prevalece, a pesar nuestro, sobre el amor, como sobre nuestra propia vida; insensiblemente va borrando cada día un poco de nuestro aire de juventud y de alegría, destruyendo en todo ello los encantos más verdaderos, se adoptan maneras más serias, se amalgaman los asuntos a la pasión; el amor no subsiste ya por sí mismo, y tiene que buscar socorro fuera de él. Este estado del amor representa la inclinación de la edad, gracias a la cual se empieza a ver por dónde se debe acabar. Pero no se tiene la fuerza necesaria para acabar voluntariamente, y en la caída del amor como en la caída de la vida, nadie puede resolverse a prevenir los sinsabores que aún quedan por sufrir, se vive aún para los males, no se vive ya para los placeres. Los celos, la desconfianza, el temor de cansar, el recelo de ser abandonado, son penas unidas a la vejez del amor, como las enfermedades van unidas a una duración larga de la vida; no se siente ya que se está vivo sino porque se siente que se está enfermo, y no se siente tampoco que se está enamorado sino a causa de sentir todas las penas del amor. No se sale del sopor que causan los largos afectos, sino en virtud del despecho y de la pena de verse siempre atado; en fin, de todas las decrepitudes, la del amor es la más insoportable.

Francisco VI, duque de La Rochefoucauld.

Francia, 1613 – 1680.

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