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Domingo 25 de mayo de 2014

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Revista Dominical

Si me aman

25 may 2014

Por: Bernardino Zanella - Siervo de María

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Para sentirse en paz con su propia conciencia, es más fácil obedecer a normas externas, en lugar que tener que inventar una respuesta responsable y solidaria frente a las distintas exigencias que la vida nos presenta.

Leemos el texto de Juan 14, 15-21:

«Durante la última cena, Jesús dijo a sus discípulos:

Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes.

No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán. Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes.

El que recibe mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él”».

Este texto del evangelio de San Juan presenta una parte del diálogo de Jesús con sus discípulos, durante la última cena. Ellos estaban inquietos y asustados, porque Jesús les había anunciado su muerte inminente. Junto con el dolor por la pérdida del amigo y maestro, no es difícil imaginar la pregunta que está en su corazón: ¿Qué haremos nosotros sin él?

Jesús trata de tranquilizarlos, orientando su vida a una nueva dimensión, como fruto de la pascua: serán introducidos en la intimidad con el Padre, “en la casa de mi Padre”, y podrán manifestar en el mundo el amor misericordioso del Padre con obras de liberación y de vida como las de Jesús, “y aún mayores”.

Jesús pide que los discípulos vivan su amor para con él, en una forma muy concreta. No exige nada para sí mismo. Pide el cumplimiento de sus mandamientos, que se reducen a uno solo: “Ámense los unos a los otros, como yo los he amado”. Él sabe bien que esto no es fácil. Amar al otro, en su diversidad, teniendo el amor de Jesús como modelo y medida, y sin el apoyo de su presencia, será posible sólo como don de Dios, con la fuerza de su Espíritu. Cumplir este único mandamiento de Jesús es la manera para identificarse con él y hacerlo presente en el mundo para siempre.

Jesús será el intercesor para que el Padre envíe a los discípulos otro Consolador y Defensor, “el Espíritu de la verdad”. Era Jesús quien durante su vida ayudaba y protegía a los discípulos. Ahora tendrán a otro Consolador que los ayudará. No será más una ayuda desde afuera, o un conjunto de normas externas que hay que cumplir, sino que deberán despertar dentro de sí la energía profunda y el discernimiento que Dios ha puesto en su corazón. A ese Espíritu tendrán que entregarse.

Para recibirlo, tendrán que eliminar las barreras que la lógica del mundo puede levantar dentro de cada uno. Hay un “mundo” amado, el lugar de la encarnación, y hay un “mundo” enemigo del evangelio y de Jesús, que representa el “sistema injusto”, el mundo del egoísmo y de la muerte, de la injusticia y la violencia, inspirado por el espíritu del mal, que desde el principio es “mentiroso y homicida”. Ese mundo se niega a ser dirigido por el Espíritu de la verdad, “a quien no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce”. El discípulo, en cambio, lo conoce y lo acoge.

“No los dejaré huérfanos”: es una de las declaraciones más tiernas y emotivas de Jesús. Su partida no significa abandono de los suyos. No quedan desamparados, como huérfanos sin protección, expuestos a todos los abusos de los poderosos. No estarán solos. Después de su pasión y muerte, la presencia de Jesús será percibida por los discípulos sólo por la fe. Ellos podrán tener la experiencia de la unión de Jesús con el Padre, y de la unión de ellos con Jesús, en el Espíritu. Fruto de la resurrección será esta comunidad de amor trinitaria, en la cual los discípulos son definitivamente introducidos: “Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes”.

En esta comunidad, el discípulo manifiesta su amor para con Jesús, con el cumplimiento de sus mandatos; y el Padre y el Hijo manifiestan su amor para con el discípulo, poniendo en él su morada y haciéndolo hijo amado del Padre y hermano de Jesús: “El que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él”.

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