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Domingo 18 de mayo de 2014

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Revista Dominical

Vida y aventuras de Astrid Lindgren - Primera parte

18 may 2014

Por: Javier Claure C. - Poeta

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Astrid Anna Emilia Ericsson nació en noviembre de 1907 en Näs, una aldea que pertenece a la pequeña ciudad de Vimmerby, ubicada en el sur de Suecia. Fue la primera hija de Samuel August Ericsson, granjero, y su esposa Hanna Jonsson. Del matrimonio nacieron, además, Gunnar, Ingegerd y Stina. Sus primeros años pasó en una vieja casa de madera construida en medio de una hermosa naturaleza que bien se refleja en sus libros. Su padre criaba caballos, cerdos, vacas y pollos. Por eso, de una u otra manera, estaba en contacto con esos animales.

En los veranos y otoños jugaba, junto a sus hermanos y otros niños de la vecindad, en los bosques cerca de su casa. Las orillas de los riachuelos, los cercos de los corrales construidos con palos, los árboles, las flores y las demás plantas formaban parte de sus juegos. Y los senderos pedregosos eran testigos de sus largas caminatas. Su hermano mayor, Gunnar, era el jefe del grupo. Aunque Astrid no se quedaba atrás: se trepaba a los árboles, jugueteaba con los animales de la granja de su padre, ideaba pequeños concursos, como por ejemplo, quién come más golosinas. Y solía subir al techo de su casa. Estando allí, caminaba por una hilera central, de ladrillos, balanceándose de un lado a otro. Mientras los demás niños la miraban, desde abajo, atónitos y con mucho temor de que se caiga.

En los crudos inviernos, cuando la nieve se había posado como una enorme manta blanca en los bosques y en los tejados de las casas, jugaba con sus hermanos dentro de casa. Se inventaba juegos para ponerlos en práctica. A veces, ella y sus hermanos ayudaban en la granja, logrando así una idea de lo que es el trabajo. Y antes de que llegara la noche, toda la familia acostumbraba a conversar alrededor de una lámpara de querosén. Su padre o algún otro familiar contaban historias y anécdotas que hacían volar la fantasía de la pequeña Astrid. Eran tiempos duros, donde la pobreza se hacía sentir; y la mayoría de la población sueca vivía en el campo. Trabajaban en la agricultura. Había criadas, lavanderas, peones, vaqueros, arrendatarios y ayudantes de todo tipo a disposición que posteriormente se convirtieron en personajes de sus libros.

Al parecer Astrid tuvo una niñez feliz. Alguna vez comentó: ”si alguien me preguntaría como fue mi infancia, entonces diría que fue llena de amor, de seguridad y de libertad para jugar”. Nunca descuidó los deberes del colegio, y lo demostró siendo una de las mejores alumnas del curso.

A los 16 años empezó a trabajar como correctora del periódico Vimmerby de su ciudad natal, en donde inició una relación con, Reinhold Blomberg, dueño del periódico y mayor que ella con 30 años. Después de dos años quedó embarazada, y se vio en tremendos apuros. Los padres de Astrid eran religiosos, los juicios acusadores de la gente y la moral ultraconservadora de la época, hicieron que tomara otros rumbos. Además, el padre de la criatura estaba en proceso de divorcio, y su mujer lo acusaba por infidelidad conyugal. Hecho que en ese tiempo era penado por ley. Así que Astrid llegó a Estocolmo, encinta, el otoño de 1926. Fue un período muy duro para ella.

En una entrevista dijo: “… era joven, pobre y me sentía muy sola. Venía de una pequeña población, y en Estocolmo no conocía a nadie. De lunes a viernes trabajaba en una oficina, pero los fines de semana eran tristes y aburridos. Mataba el tiempo leyendo libros”. Y a pesar de las adversidades de la vida, empezó a estudiar taquigrafía. Un mes antes de dar a luz, viajó a Copenhague, la capital de Dinamarca, para internarse en un hospital (Rigshospitalet), en donde las madres solteras podían dar a luz, sin necesidad de confesar, ante las autoridades, la identidad del padre. Una vez que su hijo, Lasse, nació, no tuvo otra alternativa que dejarlo allí con una familia durante tres años. Pero siempre viajaba entre Estocolmo y Copenhague.

Algunos estudiosos de su obra, mencionan que tomó esa decisión para proteger al padre del niño, Reinhold Blomberg, quien estaba en pleno juicio de separación. Caso contrario, debería pagar a su mujer una cantidad considerable por actos de infidelidad. Empero, a finales de 1929 decidió traerle a su hijo a Estocolmo. Para entonces el fallo de la sentencia del divorcio de Blomberg, salió favorablemente, y el pequeño Lasse ya no era prueba de su infidelidad. Astrid nunca quiso hablar de este tema porque era el secreto más íntimo de su vida. En realidad, Blomberg vio muy pocas veces a su hijo.

Pasó el tiempo y Astrid Ericsson conoció a Sture Lindgren, con el que se casó en 1931. Desde entonces se llamó Astrid Lindgren. Después de este enlace matrimonial, Lasse nunca más volvió a ver a su padre. Aunque la vida para la flamante esposa se tornó más holgada. La señora Lindgren, por unos años, se convirtió en ama de casa. Del matrimonio con Sture Lindgren nació su hija, Karin, en 1934.

Dicen que cuando su hija tenía 7 años, y estaba enferma en cama, se le ocurrió decir a su madre: “Mamá, cuéntame de Pippi Calzaslargas”. La madre inmediatamente apuntó este extravagante juego de palabras y empezó a narrar historias extrañas para matar el aburrimiento de la niña. Así nació esa muchachita pecosa, de aspecto agradable, con trenzas color cobre y de una conducta rebelde. Astrid Lindgren tenía una fantasía admirable para imaginar historias. Y a esos relatos les dio forma después de casada. En su infancia fue receptora de muchas historias y leyendas. Y de adulta tuvo la gran capacidad de plasmar retrospectivamente fragmentos de su infancia que, sin lugar a dudas, se convirtieron en el eje temático de su narración.

Lindgren, en sus cuentos, nos transporta a su niñez y el pequeño lector como el adulto son partícipes de esa casa roja donde vivía, de su caballo, de su mono, de los árboles donde se trepaba, de la naturaleza de verano y de sus juegos, a los que se entregaba, todos los días, junto a sus hermanos y amiguitos del barrio.

El año 1944 presentó el manuscrito de su cuento “Pippi Calzaslargas” a la famosa Editorial Bonnier. Pero fue rechazado rotundamente. En ese entonces, el patriarcado en la sociedad sueca era bien pronunciado. Los hombres, como jefes de familia, decidían sobre los aspectos más importantes del hogar. Mientras las mujeres eran amas de casa. La educación era estricta y se practicaban los castigos. Los padres acudían al látigo como medio educador; y los niños tenían que obedecer sin preguntar el ¿por qué? Es decir, las estructuras de la sociedad, como en todas partes del mundo, estaban ancladas a normas que se caracterizaban por un severo verticalismo. Y “Pippi Calzaslargas” era la niña díscola que rompía precisamente con todas las reglas impuestas por la sociedad. Era una niña huérfana y traviesa que no temía a nadie. Vivía sola con su mono y su caballo, y nadie le obligaba a hacer sus tareas escolares. Era forzuda, capaz de subirse a los techos, de levantar un caballo, de burlarse de la Policía y de la autoridad de los hombres. A los niños les gusta este tipo de aventuras porque hace revolotear su imaginación, y se sienten partícipes de esas hazañas descritas con un lenguaje propio de ese mundo pueril. El dueño de la editorial Bonnier, Gerard Bonnier, confesó que fue un gran error haber rechazado la obra de Lindgren. Y agregó: ”tuve temor que mis hijos se comportaran como Pippi”.

Un año más tarde, o sea en 1945, Astrid Lindgren envió el manuscrito de su cuento a un concurso literario, dedicado a cuentos infantiles, y organizado por la Editorial Rabén & Sjögren. Su relato ganó el Primer Premio del concurso. Sin embargo, las críticas no dejaron de cesar tomando en cuenta su contenido. Lo cierto es que a un principio, “Pippi Calzaslargas”, causó un gran debate, no solamente en Suecia; sino también en los países donde se publicaba la obra. Los adultos consideraban que la conducta de Pippi era un mal ejemplo para los niños.

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