Era el principio del invierno. Doña Ernesta despertó tempranito, serían las seis de la mañana, el sol aún no había salido.
Encendió el anafe para preparar el desayuno con cascara de cacao que compró muy barato de la fábrica "Harasic".
Había nacido en Santiago de Chile. Muy pequeña, sus tías la trajeron a Oruro (nunca habló de sus padres, sólo mencionaba sus nombres y de dónde eran). Como no tenían "paciencia", la internaron en el asilo de ancianos desde los cinco años.
Preparó en un awayo la ropa que le habían dado para que la lavara (con lo que tenía algunos pesitos de ingresos). "Levántense nomás ya - les dijo a sus hijos Filo y Romy, de quince y once años - tenemos que ir tempranito a la lavandería, porque si no, no vamos a encontrar bateas" (en la calle "Buenos Aires", ahora Bakovick, entre León y Rodríguez, existía una lavandería pública). Después de desayunar, fueron a trabajar los tres. Filo ayudaba con las prendas grandes y Romy a enjuagar las pequeñas. Los niños no estudiaban porque su papá había fallecido un año atrás.
En el asilo de ancianos Ella trabajaba en la cocina, y en el servicio a los ancianos. También ayudaba a hacer las hostias. Escuchaba misa diariamente y aprendió a rezar en latín. Naturalmente no iba a la escuela, por lo que no sabía leer ni escribir. Cuando salió del asilo. La vida le enseñó a sobrevivir por sí sola.
Terminando de lavar la ropa, regresaron a la tienda que les servía de habitación y taller (el esposo había sido mecánico, y los tres habían aprendido a arreglar anafes). "Filo, anda a la pensión y compras un segundo para que almuercen" (un plato de segundo que compartían los dos .hermanos. Cuando no había dinero, Ella pijchaba su coquita para paliar el hambre).
Terminado el almuerzo, se puso a preparar la masa que había alistado la noche anterior para hacer tawa - tawas, que vendía en la calle. Utilizaba una botella en vez de uslero. - "Filo prepara el dulce de azúcar para las tawas, y tú Romy, anda al peluquero del frente y préstate "La Patria" para me lo leas (cada día se leía el periódico). Tienes que aprender a leer y tener alguna profesión. Ya le estoy hablando al sombrerero de al lado para que seas su ayudante, sino cómo vas a vivir".
Después, Ella iba a vender las tawas, Filo empezaba a amasar la harina para el día siguiente y Romy controlaba a los niños que llegaban a la tienda para leer revistas que alquilaban.
Llegando la noche, para la cena, doña Ernesta mandaba a Filo, a comprar otro plato de segundo de la pensión. Ella... con la consabida coquita...
Se puso a preparar la masa para las tawas, y el azúcar para el dulce. Y pensó en que el domingo, como todos los domingos, tenía que ir a limpiar la casa de un señor extranjero que vivía frente al Parque de la Unión Nacional.
"Mami - le dijo Romy - voy a ir a jugar fútbol un ratito con mis amigos". No podía decirle que no, pero pensaba en que los calzados de su hijo ya estaban muy gastados y que tendría que ir a comprar calzados usados al "thanta khatu”.
"Vas a cuidar tus zapatos. No tengo dinero para comprar otros".
Luego de un tiempo, agotada por el trabajo, antes de echarse en la cama, llamó a su hijo: ¡Romy, es tarde, entra nomás ya!".
Doña Ernesta, como otras madres, como todos los días, había trabajado; como todos los días había sufrido; como todos los días se había desesperado. Ya sean estos días feriados, domingos o... ¡El Día de la Madre!
(A mi madre Ernestina Soza Pérez y a todas las madres de Bolivia, con todo el amor que puedan imaginar...)
(*) Docente universitario y periodista
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