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Domingo 11 de mayo de 2014

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Revista Dominical

Las calificaciones escolares

11 may 2014

Por: Gregorio Magno Téllez Mamani - Licenciado en Administración Educativa

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Aún no llegaban las dos de la tarde de aquel lejano día de 1976 cuando jadeante llegaba a mi barrio. Mi padre con su radio canchera en mano, escuchaba las noticias preocupado por mi demora a la hora del almuerzo de mediodía. Las noticias alarmantes hablaban sobre una manifestación estudiantil brutalmente reprimida por efectivos de la policía y el ejército en las céntricas calles de la ciudad de Oruro.

La zanja de coronación sin embovedar junto al cerro Santa Bárbara y Luricancho daban la ubicación de la vivienda, desde ahí se divisaba la parte central de la ciudad de esos años y podían escucharse los gritos de gente alborotada, las detonaciones de algunas armas de fuego y gente corriendo de un lado para otro. Todos los estudiantes de secundaria de los colegios fiscales y algunos privados habían salido a las calles al grito de ¡servicio premilitar!, que el gobierno banzerista había cortado precisamente ese año para los bachilleres de 1976. Uno de los estudiantes fallecidos por el impacto de bala de arma de fuego apellidaba Meleán. Aquellos militares no habían utilizado simples balines para dispersar a jóvenes estudiantes de ambos sexos, eran verdaderas armas de guerra las que cegaron la vida de aquel colegial.

El mayor temor de los dirigentes colegiales, entre los que me encontraba, eran los castigos disciplinarios de que íbamos a ser objeto por haber convocado a una marcha enteramente pacífica y cuyas consecuencias habían desembocado en la muerte de uno de nuestros compañeros; sin pensar que en tiempos de dictadura poco valía la propia vida y estaban de moda, las torturas, los destierros y confinamientos a los que se ponían en contra del régimen. Por esta causa, en el ámbito estudiantil, se hablaba desde castigos al plantón, hasta expulsiones temporales y definitivas de nuestra institución educativa. También estaban las reprobaciones en distintas asignaturas.

En las clases al aire libre, -por falta de aulas- algunos de nuestros maestros nos hablaban sobre el concepto de libertad y democracia. Libertad, como una acción de responsabilidad de nuestros actos, una facultad natural que tiene el hombre de obrar o de no obrar de una manera u otra. Democracia, como una doctrina política favorable a la intervención del pueblo en las decisiones del gobierno, el pueblo con sus diferentes capas sociales y económicas. Otros nos hablaban sobre la “frente limpia de los jóvenes para plantear sus derechos”, “los jóvenes sin pasado de transfugios políticos, sin militancia política partidaria, sin cola de paja”. Con aquellas enseñanzas y reflexiones habíamos entendido que nuestro “derecho democrático” era reclamar el servicio premilitar para los bachilleres egresados de secundaria. Poco después entenderíamos también que el gobierno no dudó en calificar nuestro movimiento como político y subversivo al régimen, cuando todos los dirigentes de los colegios fuimos convocados para pasar unas “vacaciones” en la localidad de Tomonoco.

El fin de semana había que cumplir con los deberes escolares, teníamos muchos ejercicios de matemática por resolver. Calcular e interpolar el logaritmo de un número utilizando “Las Tablas de Copetti” y otros ejercicios de trigonometría con la misma tabla. Las calculadoras como avance de la tecnología aún eran desconocidas. El día lunes por la mañana, los resultados de la evaluación realizada por los maestros en consejo habían llegado. Los dirigentes de mi colegio, reunidos y convocados en Dirección, con temor escuchábamos las determinaciones de nuestros maestros y director para acatarlas al pie de la letra. Era una severa llamada de atención en público, una reprimenda, con suspensión de asistir al colegio por el lapso de una semana. Mi promedio al final de la gestión era de cinco en la escala del uno al siete y mi padre –en temas de supervisar mi aprendizaje- sólo asistió al acto de promoción.

Hablamos de la década de los setenta, en aquellos tiempos el pensamiento y la acción colonial de dominación estaban presentes en la subjetividad de los gobernantes dictadores para conculcar los derechos del pueblo y sus diferentes capas sociales como mineros, campesinos, indígenas, mediante la imposición del plan Cóndor, vigente en algunos países latinoamericanos. La escuela no podía estar al margen o separada de la sociedad. El modelo educativo de esos años priorizaba la castellanización general sin considerar las diferentes lenguas y culturas existentes en el país, de manera que con algunos de nuestros compañeros solo utilizábamos el quechua o aimara en conversaciones muy particulares. La evaluación pretendía medir la retención de conceptos en la memoria, medir la retención de algoritmos para la resolución de ejercicios de matemática. Se evaluaba lo que se aprendía en la escuela y su validez era solo para ese contexto escolar. La evaluación medía el logro de ciertas competencias motrices, intelectuales y sociales. Una sola medición servía para promocionar y determinar el rango de las capacidades desarrolladas. La evaluación estaba caracterizada como una forma de medición de los cambios de conducta. El conductismo estaba vigente, nuestro regente “el comandante rojo” -llamado así por cambiar el color de su rostro cuando nos apaleaba- con palmeta en mano castigaba a los atrasados y a los indisciplinados que no concurrían puntualmente a las formaciones tipo militar después de cada recreo.

La norma para la evaluación estaba inscrita en el antiguo Código de la Educación Boliviana. Este Código señalaba la existencia de tres categorías de evaluación del trabajo escolar. En los hechos se aplicaba solo uno de ellos, el Art. 286 que dice: “Para calificar el aprovechamiento de los alumnos en todos los ciclos y divisiones del sistema escolar, se adopta una escala única de evaluación de siete valores numéricos a los que corresponden siete juicios literales de apreciación: siete (excelente); seis (muy bueno); cinco (bueno); cuatro (regular); tres (deficiente); dos (malo); uno (pésimo)”. Otorgaba al maestro un abanico de siete posibilidades con sus correspondientes juicios literales para medir el aprovechamiento de los estudiantes. Esta manera de calificar asigna la exclusiva responsabilidad de evaluar a la tarea que el docente realiza; en la relación maestro-estudiante ubica al maestro en el papel de “sujeto” para determinar el aprovechamiento del estudiante que adopta el papel de “objeto” pasivo.

Recordemos que el Código de la Educación Boliviana tuvo vigencia desde 1955 a 1994 cuando se promulga la Ley de Reforma Educativa 1565. Esta Ley en cuanto al tema de evaluación y calificación de los estudiantes desplaza su normativa al Decreto Supremo 23950 del Reglamento sobre organización curricular, que en el Art. 123 señala lo siguiente: “En los tres ciclos de Educación Primaria y en los dos ciclos de educación secundaria, la evaluación se constituye en un apoyo pedagógico tanto para el docente como para el educando, extendiendo la corresponsabilidad a los padres de familia, a través de un procedimiento basado en un razonamiento comunicativo y participativo”. No establece las particularidades del procedimiento de la evaluación y la calificación a los estudiantes. Pretende incorporar la participación de los padres de familia mediante acciones participativas y comunicativas. La escala de calificación en este período es del 1 al 70 de los cuales 10 puntos se califican para establecer el desarrollo personal y social del estudiante.

Finalmente la Ley 070 Avelino Siñani - Elizardo Pérez sobre el tema de la evaluación y las calificaciones plantea la implementación del Modelo Socio Productivo Comunitario. La escuela y la práctica educativa como continuidad de la vida misma. Las normas sobre evaluación están insertas en el “Reglamento de Evaluación del Desarrollo Curricular” (2013) documento de socialización del Profocom que en sus 65 artículos caracteriza los siguientes aspectos:

La práctica educativa no está entendida como una abstracción de las condiciones de la realidad, es parte de esa realidad y ese contexto. Entonces, la evaluación toma como criterios centrales los avances y logros del estudiante en su desarrollo de transformación como sujeto coherente con los nuevos sentidos de convivencia sociales y políticos. Desarrolla la integralidad de las personas a partir de cuatro dimensiones: el ser, el saber, el hacer y el decidir. Significa que, sin desconocer los avances tecnológicos y la ciencia, pretende formar al sujeto creativo y productivo para desarrollar saberes, conocimientos, tecnología propia y pertinente para la vida. Generar condiciones para la práctica de valores socio-comunitarios utilizando como medio el diálogo para obtener consensos y soluciones a problemas concretos que transformen la realidad.

Asumiendo estas características, la evaluación no se remite solamente a lo que se hace en la escuela, la referencia principal está en su entorno, en su contexto, en la comunidad. Lo que el estudiante aprende sirve para la vida en ese contexto. La evaluación, toma el papel de calificar, promocionar, informar y reaprender. La evaluación orienta al maestro para tomar decisiones de acuerdo a las necesidades de los estudiantes, mediante la implementación de micro políticas, orienta el reforzamiento y busca el apoyo de los padres de familia. Permite la reflexión y evaluación de sus actores, maestros, estudiantes, recursos, infraestructura, administración.

La forma de evaluación no recurre solamente al ámbito cognitivo, en el que el examen es el principal referente como la figura más sobresaliente, el examen es una parte de la evaluación que puede calificar las dimensiones del saber y hacer, las otras dimensiones tienen carácter axiológico y político. Para formar integralmente al individuo, todas las dimensiones no pueden evaluarse del mismo modo, la dimensión del ser implica considerar la asunción de valores como una forma de construcción en la práctica, por su parte la dimensión del decidir implica considerar y valorar el impacto en la comunidad como un hecho de naturaleza social y no meramente individual. Estos aspectos están en un ámbito más amplio que el aula y requieren una evaluación en conjunto.

La construcción de una educación integral plantea tres formas de evaluación: La evaluación del maestro a los estudiantes, la autoevaluación de los mismos estudiantes y la evaluación comunitaria. La evaluación del maestro a los estudiantes valora cualitativa y cuantitativamente en las cuatro dimensiones, se aplica tanto a los procesos como a los resultados y productos del proceso educativo. La autoevaluación de los estudiantes es un proceso de investigación reflexiva del proceso educativo, puede utilizar instrumentos por sí mismos para constatar el proceso de transformación personal y social, recurre a la reflexión crítica con respecto a lo que se hizo durante el bimestre, cómo asume valores y cómo asume el bien de la comunidad. La evaluación comunitaria tiene como a sujeto no solamente al estudiante, sino a la familia y la comunidad en su conjunto, garantiza que el desarrollo del proceso educativo no se aparte de la realidad. Se requiere de una adecuada articulación en el desarrollo del proceso para incorporar las cuatro dimensiones de acuerdo a los diferentes contenidos que se desarrollan.

Los criterios de evaluación responden a la formulación de los objetivos holísticos, de acuerdo a cada campo y área de saberes y conocimientos, con la ayuda de los otros elementos de la planificación como las temáticas orientadoras y los ejes articuladores. En la dimensión del ser podría asumirse desde la elaboración del proyecto socio productivo, solamente uno o dos valores para desarrollarlos en el transcurso de la gestión educativa. El cuaderno de autoevaluación es un instrumento que permite reflejar el desarrollo en las cuatro dimensiones, donde el estudiante refleja sus experiencias periódicamente con la guía del asesor de curso o el maestro de grado.

El procedimiento para la evaluación comunitaria conlleva la realización de reuniones conjuntas entre estudiantes, maestros y padres de familia cuyo punto central es hacer una valoración sobre cómo estamos contribuyendo a la formación de los estudiantes, cómo incide la escuela en el ámbito de la familia y la comunidad para proponer acciones que comprometan a todos los actores. Es una visión integral de las cuatro dimensiones. Los compromisos asumidos se anotan en un acta y el asesor toma como referencia para las próximas reuniones.

Para la valoración del desarrollo de las dimensiones se aplican la evaluación escrita, la evaluación oral y la evaluación de la producción.

La evaluación es cuantitativa y cualitativa en las cuatro dimensiones. La escala de valoración es del 1 al 100, el promedio de aprobación es a partir de los 51 puntos y de 0 a 50 puntos es retención. La autoevaluación se incorpora en cada una de las dimensiones para sacar un promedio con las otras evaluaciones del bimestre. Las dimensiones del ser y del decidir se ponderan hasta 20 puntos y las dimensiones del saber y hacer hasta 30 puntos para la evaluación cuantitativa, la nota final es la sumatoria de las cuatro dimensiones. La valoración cualitativa tiene criterios y rangos del 1 al 100: ED (Dimensión en Desarrollo) rango hasta 50 puntos, DA (Dimensión en Desarrollo Aceptable) rango de 51 a 68 puntos, DO (Dimensión en desarrollo óptimo) rango de 69 a 84 puntos, DP (Dimensión en desarrollo pleno) rango de 85 a 100 puntos. La evaluación cualitativa permite apreciar con mayor claridad a maestros y tutores cómo se están desarrollando las dimensiones a través de sus manifestaciones en la vida de los estudiantes.

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