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Invitado


Domingo 11 de mayo de 2014

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Cultural El Duende

Mario Ríos Gastelú

11 may 2014

Mario D. Ríos Gastelú. Oruro. Escritor, periodista y crítico de arte. Recientemente ha sido distinguido con el “Premio Nacional de Gestión Cultural Gunnar Mendoza” (2014). Es autor de “Creadores de luz, espacio y forma” (1998); coautor de “Propuestas y tendencias del arte boliviano a fines del milenio” (2002); “La sombra del buicolizor” (novela-2004) El poemas que aparece a continuación forma parte de su libro “Volver en verso” (2007).

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Volver en verso (16)

En el siglo de los conquistadores

estoy solo

soledad que multiplica mis virtudes

o acentúa mis vicios

frente a mí un enorme espejo hídrico

con apariencia de pequeño golfo

fugazmente refleja

rosadas nubes viajeras

y por un instante / una rama inclinada

entre los tallos se ven siluetas

de cazadores en pos de comida

yo me atengo a la prudencia

en mi choza de bambúes

en el declive del día

salgo a pescar sin redes ni arpones

si el amor es la manifestación del soñar

imagino estremecimientos de mi sangre

y latidos en mi piel lacerada de culpas

ahora que las vírgenes se visten de encajes

con la espuma de los ríos caudalosos

dejo los estrechos recovecos

ante la proximidad del amor

pues la luz del día licua la neblina

y vienen clareando entre los troncos

las figuras de hermosas amazonas

con la luz de lejanía en sus pupilas

vertical ilumina el sol

de las doncellas el rostro

Alhucema detiene el caballo

ella parece llegada en el carro de sol

guiado por Apolo

contempla el descenso del río

dorando las piedras

gemas codiciadas por extraños caballeros

de pecho cubierto por cueros

camina cimbreante sobre las chontas

de nueves claveteadas / aproximándose al sándalo / que perfuma mi sombra

sus cabellos de dorado viento

su piel / beso de la espiga / sus labios

vino rosa en la sonrisa

el horizonte retaceado

por los bambúes trepadores

cambia sus matices

en la maraña de la selva

precipitándose en vértigo

el ocaso vespertino

envuelto en plumajes de guacamayos

las luciérnagas iluminan

los nocheros cantos del manantial

tomados de las manos

caminamos por estrechos senderos

rumbo a mi choza protegida

por un árbol de nuez de Pará

la garza real levanta su vuelo

papagayos y loros / alborotan las ramas

cuadrumanos ensayan sus muecas

croa el sapo anunciando su boda

los más bellos trinos

en escalas musicales

inundan la selva en un concierto

de voces sinfónicas

en ondulante movimiento

se cubren las hojas secas

nuestros cuerpos ardientes

en la inmensidad del tálamo selvático

intermitentemente iluminado

por la circular luz de los ojos del búho

el melodioso silbo del viento

secunda nuestro propio ritmo

pausado / cadencioso / acelerado

adormecido

el rumor del bosque arrulla la noche

inesperadamente llega el silencio

el embrujo

en lo más alto de un milenario árbol

gorjea la garganta de oro del uirapurú

callan las voces del reino de la selva

transformándose en auditorio

del pájaro concertante y hechicero

ni las cítaras / ni las arpas / ni las violas

ni instrumentos alguno

se comparan a los trinos

cantos / gorgoritos / del ave agorera

¿será la reencarnación de Orfeo?

acordes con sonoridad de órgano

enlazan el contrapunto

de un trino sincopado y flexible

ondulante / con un bordado de arpegios románticos / cautivantes

hasta el gorjeo final

apagándose la intensidad del sonido

en una escala descendente

el alba anuncia el rumor del trabajo

ya voló el hechicero de la selva

las amazonas despiertan entre el follaje

roseado de espumas

tras la ofrenda a Venus

hay un aroma embriagador

de cuerpos transpirados

relinchos y voces confundidas

perdiéndose a la vera del río

es el adiós de Alhucema

es mi adiós de Alhucema

el brillo de las cabelleras

matizan el día

hasta confundirse en el horizonte

libres / seguirán el rumbo de los ríos

tras dejar el Amazonas

son recuerdos del siglo

de los jinetes con dos cabezas

y seis patas / los corceles negros

los halcones / las gaviotas

las pirañas / y el rococó violonchelista

regreso a mi choza

a la hierba donde Alhucema

relajó su cuerpo

al lecho con fragancias de la entrega

a las hojas entibiadas por la piel sedienta

al perfume de su amor fugaz

junto a la ventana de la enredadera

el vaivén de la hamaca / da claridad y penumbra / a los cazadores de luceros

desde allí se contempla

el panorama de los irupés

flotando en la orilla del río

de peces carnívoros

es mi mundo ilusorio en la Amazonia

donde vuela el halcón

tras la gaviota aturdida

donde duerme saciada la boa

donde se esconde en asecho el jaguar

yo Euclides Arantes

el cauchero selvático

apoyo los codos

en el horizontal de la ventana

antes de visitarme la noche

gusto contemplar en el sosiego de la tarde

como el crepúsculo hambriento

se tragará el monte de la rana loca

y cómo la noche encenderá allí

millones de luces coloradas

ya veo el cielo nocturnal

en enjambre de insectos vocalista

entona de monumental Sinfonía de los mil

como un réquiem melodioso

destinado al tapete de plumas

flotando sobre el río de las palometas

vuelvo a recostarme sobre la hierba

imagina a Alhucema

preguntándole en mi lenguaje

¿quieres venir conmigo?

un murmullo de alas

distrae mi alucinación

asomo los ojos a las fisuras de la puerta

alumbradas por altas estrellas

y veo dos cuerpos

allí están Selva y Kelly

tendidas sobre un piso de pétalos

de una descuajada Victoria Regia

aroma de sudorosos cuerpos

en el claroscuro de la noche

escucho risas y susurros

palabras en tono menor

suspiros que interrumpen los arpegios

altisonantes del cuarteto de autillo

al besar la aurora lo alto de las cañas

Kelly y Selva

juntas cabalgan una yegua blanca

llevándose en las ancas

el recuerdo de la noche encantada

su adiós es tardío

se van las últimas amazonas

me encuentro en lo mío

en mi choza tejida de ilusiones

donde inmóvil vuelvo a dormir

cubierto de flores

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