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Domingo 11 de mayo de 2014

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Cultural El Duende

Amor Amor

11 may 2014

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Don juanismo

¿Es, por lo tanto, egoísta? A su manera, sin duda. Pero también a este respecto hay que entenderse. Existen los que han nacido para vivir y los que han nacido para amar. Por lo menos, Don Juan lo diría de buena gana. Pero podría elegir mediante una abreviación, pues el amor de que se habla aquí está adornado con las ilusiones de lo eterno. Todos los especialistas de la pasión nos lo dicen: no hay amor eterno si no es contrariado. No hay pasión sin lucha.

Semejante amor no termina sino en la última contradicción, que es la muerte. Hay que ser Werther o nada. Hay también muchas maneras de suicidarse, una de las cuales el don total y el olvido de la propia persona. Don Juan, tanto como cualquier otro, sabe que eso puede ser conmovedor. Pero es uno de los pocos enterados de que lo importante no es eso. Sabe también que aquellos a quienes un gran amor aparte de toda vida personal se enriquecen, quizá, pero empobrecen seguramente a aquellos a quienes han elegido su amor. Una madre, una mujer apasionada tiene necesariamente el corazón seco, pues está apartado del mundo. Un solo sentimiento, un solo ser, un solo rostro, pero todo es devorado. Es otro amor el que conmueve a Don Juan, y éste es liberador. Trae consigo todos los rostros del mundo y su estremecimiento se debe a que se sabe perecedero. Don Juan ha elegido no ser nada.

Para él se trata de ver claro. No llamamos amor a lo que nos liga a ciertos seres sino por referencia a una manera de ver colectiva y de la que son responsables los libros y las leyendas. Pero yo no conozco del amor sino esa mezcla de deseo, ternura a inteligencia que me une a tal ser. Este compuesto no es el mismo para tal otro. No tengo derecho a dar el mismo nombre a todas esas experiencias. Ello dispensa de realizarlas con los mismos gestos. El hombre absurdo multiplica también a este respecto lo que no puede unificar. Así descubre una nueva manera de ser que le libera por lo menos tanto como libera a quienes se le acercan. No hay más amor generoso que el que se sabe el mismo tiempo pasajero y singular. Todas estas muertes y todos estos renacimientos constituyen para Don Juan la gavilla de su vida. Es la manera que tiene de dar y de hacer vivir. Dejo que se juzgue si se puede hablar de egoísmo.

Albert Camus. Escritor, filósofo

y periodista francés, 1913 – 1960.

La sacralidad amorosa

El amor produce una geografía sacra del mundo. ese lugar, esa casa, aquella vista al mar o a las montañas, aquel árbol se convierten en símbolos de la persona amada o del amor. Tórnanse zonas sagradas, templos, pues albergaron un momento de amor eterno o un presagio.

Y al mismo tiempo en que se sacraliza el espacio, se sacraliza también el tiempo. Si el tiempo de la felicidad al germinar el amor es el presente eterno, la suma de los instantes de eternidad constituye un año litúrgico con sus misterios sagrados.

Son lazos de significación y de valor, momentos de dolor ejemplar, de felicidad, o tan solamente instantes claves para la pareja y que se tornan sagrados para nosotros.

Al desarrollarse, por tanto, el enamoramiento realiza su sacralidad objetiva. Espacio hacho de puntos fuerte, tiempo fragmentado hecho de días significativos, división entre los sagrado y lo profano, así como tiene un fuerte sentido del sacrilegio. Inclusive a la distancia de años o décadas, los enamorados, ahora separados, no podrán pasar ciertas fechas sin emocionarse, no podrán volver a ver ciertos lugares sin sentir una nostalgia profunda.

Ese espacio y ese tiempo sagrados, por ser el lugar de concreción del presente eterno y de la detención del tiempo, se tornan inmortales.

Olvidados, sobreviven en el inconsciente. Sólo un nuevo amor podrá apagarlos, para así crear otro espacio y otro tiempo.

Francesco Alberoni. Sociólogo

y periodista italiano, 1929

El amor moderno

Cuanto más se debilitan las grandes religiones y los grandes sistemas de veneración (Patria, Familia), tanto más importantes se vuelve la religión del amor.

Cuanto más se afirma la vida individual en relación con las necesidades materiales (extensión de los descansos y del bienestar), y en relación con las estructuras colectivas, el amor se vuelve más el gran asunto, el verdadero centro de la vida. Cuanto más monótona, chata y burocratizada se vuelve la vida, el amor se presenta como la aventura de un mundo sin aventuras, lo irracional sublime de una sociedad racionalizada, el desquite del ser de las profundidades.

El amor se convierte en la gran necesidad y la gran verdad, pero puede realizarse plenamente cada vez menos: la multiplicidad de los encuentros, la sed inquieta de absoluto, descomponen el amor en el momento mismo en que cree encontrar su plenitud. La búsqueda ardiente del amor destruye el amor. No llega a fijarse duraderamente, porque busca algo más que lo durable, busca lo eterno.

Lo que se pide al amor es total, absoluto, permanente, mientras que todo evoluciona, se gasta, se desencanta. Tal vez haya un equivalente moderno de Tristán en Don Juan; Tristán había encontrado su diosa, su alma, su absoluto. Hay un Don Juan moderno que busca desesperadamente ese absoluto que siempre se le escapa: sabe que la mujer-diosa es un mito y sin embargo no puede impedirse en buscarla. Sabe que esa plenitud se agota y vuelve a partir en busca de esa plenitud.

Las contradicciones entre la intensidad de la pasión y la duración del amor se exasperan, como las contradicciones entre el erotismo y el sentimiento, la sexualidad y el erotismo, el matrimonio y el amor, el amor y el resto de la vida.

El amor se ha convertido en una finalidad absoluta que está en contradicción, pues con la vida misma de la especie. El amor se desprende cada vez un poco más, sin cesar, de las finalidades animales y sociales, y sin embargo, no se experimenta y se verifica en toda su intensidad, en toda su plenitud más que en el momento mismo en que nos sumerge en su misterio animal, agita nuestros cuerpos, los desgarra, los tritura, les arranca la simiente.

Como ya se ha dicho, la felicidad en el amor es el gran mito, el gran ideal de la civilización moderna. Pero el soporte real de ese mito vacila porque el amor moderno es tan inestable como absoluto quiere ser. Hay una coincidencia entre nuestra extrema exigencia y nuestra extrema falta de firmeza respecto del amor: exigimos del amor la verdad de nuestr4as propias vidas individuales aunque seamos incapaces de vivir un amor permanente y total…

“Hay que reinventar el amor”.

Edgar Morin. Francia, 1921.

Estudioso de la crisis interna del individuo

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