Jueves 01 de mayo de 2014

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Esta sola palabra, soledad, dice muchas cosas. Pocas hay como ella tan pletóricas de sugestión poética y de reminiscencias penosas. ¿Hay alguien que no la ha sufrido nunca? Al azar: la soledad de Cristo en el Calvario (Padre mío, ¿por qué me has abandonado?). Los sones del bolero de caballería detrás del féretro, la diáspora masiva a España, la persecución a opositores por la justicia plurinacional, los exilios de dentro y fuera del país. Hay muchas otras circunstancias donde se genera la soledad.
Los artistas, los escritores, los poetas y los filósofos (los desgraciados, diría Larra) -por su sensibilidad y su relación especial con el mundo- tal vez sean los que más saben de soledad. Dos premios Nobel han desarrollado el tema con diferente visión, pero lo anuncian con inequívoca claridad desde el título. Octavio Paz, en el ensayo “Laberinto de la soledad” (1950), y Gabriel García Márquez en la novela “Cien años de soledad” (1976). Dos soledades, con raíces similares y horizontes distintos.
Octavio Paz, poeta y escritor mexicano (1914 – 1998) habitó esta tierra 84 años “espléndidamente vividos”, dice de él Vargas Llosa. Espíritu combativo, mantuvo casi hasta el final la lucidez y el ímpetu juvenil. En su poesía confluyen dos vertientes: el surrealismo y la raíz ancestral terrígena; su expresión es a veces un poco abstruso y hermético. Pero donde luce una gran originalidad y audacia es en el ensayo. No hay aquí la presencia lírica del poeta, pero el vigor y la precisión de su estilo son el trasunto inequívoco de la poesía.