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Domingo 27 de abril de 2014

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Cultural El Duende

EL MÚSICO QUE LLEVAMOS DENTRO

Un compositor boliviano

27 abr 2014

Gastón Arce Sejas

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Segunda parte

Pienso que el término que mejor define mi producción musical actual es “libertad”, tan sencillo pero tan difícil como eso. Confieso que no siempre fue así, tuve una época de durísima auto-censura con respecto a mis ideas musicales y al lenguaje con el que trabajaba. A guisa de anécdota: en el Festival Boliviano de Música Contemporánea del pasado año (2001), presenté, casi por emergencia la Pieza para Cuerdas, opus 2, con la Camerata Concertante de Cochabamba. En realidad estaba previsto el estreno de otra obra para piano y orquesta de cuerdas, pero, por razones de tiempo y de dificultad en la ejecución de esta pieza, no se la pudo tocar en esa oportunidad, razón por la cual recurrí a mi opus 2, de dificultad considerablemente menor. Ésta es una pieza de mi primera producción, la compuse en 1984 cuando aún no había comenzado mis estudios formales de composición; en verdad surgió de ciertos ejercicios de armonía que yo venía realizando en esa época, por lo que la pieza es totalmente tonal. Yo la incluí en mi catálogo de obras, porque considero que no es tan solo un ejercicio de armonía, sino que expresivamente es significativa, por lo menos del momento en que fue compuesta, lleva impresa una parte de mi mundo musical de aquel momento. Cuando un amigo y colega mío se enteró de que había decidido incluir esta obra en el programa del Festival se preocupó un poco y me preguntó si yo no temía que fuese a quedar desubicada en medio de un evento dedicado a los lenguajes contemporáneos. Yo, tratando de no sonreír por esta infundada preocupación, le pregunté que cuál o cuáles consideraba eran los lenguajes contemporáneos de hoy. No supo bien qué responderme. Pues bien, el espectro de lenguajes y estilos puede ser tan grande como compositores vivos haya dentro del planeta. Creo que nadie tiene por qué escandalizarse por lo conservador o atrevido de una obra musical moderna; el fin, como dije en varias oportunidades, es la expresión. Por supuesto ésta quizás no hubiese sido una idea que yo hubiera considerado del mismo modo unos años atrás (la época de auto-censura a la que hice mención antes), pero gracias al cielo hoy puedo pensar así.

A la luz de mi producción musical seriamente catalogada hasta el presente, encuentro que, inconscientemente, he ido reflejando en mis obras todas estas preocupaciones y he recorrido los caminos que la historia nos ha señalado en su momento. Están aquellas que reflejan los primeros pasos en la senda de la creación, todavía influenciadas por los descubrimientos propios de la época de estudio, son obras decididamente conservadoras, pero si hay algo que considerar de todas ellas es su fantástica frescura, la frescura de la intuición y la inocencia. Se me ocurre mencionar mis dos primeros opus: Canto de la Eterna Vida, para coro mixto y la mentada Pieza para Cuerdas. También están las que surgen de otro descubrimiento, el de los lenguajes y las técnicas contemporáneas, como Epigramas para trío de violín, violoncello y piano o los Monólogos-1 para violoncello y Monólogos-2 para violín solo. Pero también me adscribo al espíritu provocativo e irónico de la época con las Cuatro Situaciones que ya mencioné al principio, en las que me propuse (al menos en la versión primitiva para clarinete y guitarra) irritar a un auditorio abiertamente hostil a los nuevos lenguajes. Existe, también, un espacio para un cierto tipo de “experimentación” con el material musical (en verdad, nunca llegué a entrar del todo en el mundo de la experimentación pura). Se trata de algunas piezas en las que propongo un cierto aleatorismo a partir de un material dado. Puedo mencionar en este grupo a los dos primeros Estudios Aleatorios para instrumentos de viento y, parcialmente, el segundo cuarteto de cuerdas El Habitáculo del Niño (sobre todo en los dos últimos movimientos en los que nuevamente se plantean problemas a resolver aleatoriamente). Casi siguiendo el curso de la historia, existe un grupo de obras, en las que me doy cuenta que mis prejuicios se han terminado y que puedo volver a recurrir a un lenguaje emparentado con la tonalidad, en un sentido casi “neoclásico”; ahí tenemos mi ballet Wiñay Cusi, las Seis Piezas Infantiles para piano, las Dos Canciones sobre textos de Daniel Luna o la Pequeña Suite Urbana para flauta y piano.

Dejé para el final todo un grupo de obras que, yo creo, son las que dan sentido a mi producción y reflejan mis verdaderas preocupaciones. Se trata de las obras espirituales o de profunda religiosidad, en el cabal sentido del término: buscar a través de la música, tocar y ser tocado por Dios. Cantos de regocijo, de alabanza, plegarias suplicantes o música de guerra espiritual. Soy cristiano (no sé si seré de los buenos) y creo firmemente que la música es la mejor arma que tenemos para llegar a Dios, no quiero desaprovecharla. He decidido utilizar este don provisto por la divinidad para proclamar la gloria de Dios en la Tierra y en los Cielos. Los dos modelos que, en este sentido, iluminan mi caminar son Johann Sebastián Bach (¡siempre el gran Bach!) y Olivier Messiaen; de ellos aprendo diariamente, son fuentes inagotables: uno de la música del pasado (pero al mismo tiempo tan actual) y el otro de la música presente. En este grupo se pueden citar varias de mis obras orquestales: Kairos, Patmos, Arcano, Conctrapunctus V, la Cantata de Homenaje a J. S. B. que incluye solistas, coro, órgano y orquesta. También están algunas obras de cámara como Astrid, Alfa y Omega, la Sonata Mística para piano a cuatro manos y las dos obras que poseo para instrumentos nativos: Génesis de una cultura ancestral y Yatiris.

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