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Domingo 27 de abril de 2014

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Cultural El Duende

Homenaje a dos astros en la tierra

27 abr 2014

Fuente: LA PATRIA

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Un escritor dice que cuando muere un poeta muere una estrella, es posible que de acuerdo con su metafísica tenga razón, pero en el universo hay inconcebible cantidad de galaxias y estrellas y no advertimos si muere una a más, pero los poetas y escritores en la Tierra son astros palpables y, su muerte entraña un profundo dolor y un vacío lamentable. Eso hemos sentido con la desaparición física de dos escritores… la desaparición del cuerpo físico para que su espíritu se eleve hasta el Parnaso de los grandes espíritus. En otras palabras, cuando pasaron a la inmortalidad Jorge Calvimontes y Calvimontes y Gabriel García Márquez. El primero de ellos fue amigo mío y trabajé con él en La Paz el año 1955. Hacía poco que se había producido la Revolución de Abril de l952, con el Movimiento Nacionalista Revolucionario, y seguía la euforia. Gobernaba el Dr. Víctor Paz Estensoro en un primer período cargado de ideas con tinte rojizo, cosa que atrajo a muchos ideólogos de izquierda, incluso comunistas que apoyaron la Revolución. Los principios en los que se apoyaba el régimen, eran indudablemente socialistas, que después se cumplieron. Dos de ellos fueron: la Nacionalización de las minas y la Reforma Agraria. Jorge Calvimontes, un poeta, un intelectual de ideas progresistas no iba a ser la excepción de no apoyar al partido. Fue nombrado Director del Departamento de Cultura de la Honorable Alcaldía de La Paz; el alcalde era el señor Juan Luis Gutiérrez Granier, elegido directamente. Jorge, un poco mayor que yo, era amigo en Oruro y cuando conoció algunas actividades mías en ilustraciones de novelas en forma de historieta, me propuso que fuera a trabajar a La Paz con él. Yo me desempeñaba en Oruro como fotógrafo en una casa llamada Gapec de los señores René Calderón, Mario Peró y Santiago Gazaui, antiguo negocio de nombre Gama que le compraron a Matías Grimbaum. Entonces renuncié a ese trabajo y me fui a la Alcaldía de La Paz. Allí conocí al otro funcionario en el cargo de la misma categoría que me asignaron: la de redactor; era nada menos que René Zavaleta Mercado. Tuvimos como compañera a una simpática secretaria llamada Elsa Prudencio. Comenzaron nuestras actividades con trabajos sobre aspectos de tipo cultural que nos señalaba Jorge. Funcionaba el Consejo Municipal de Cultura, a cuyas reuniones íbamos a levantar acta y lo hacíamos a turno con Zavaleta. Allí conocí a varios intelectuales que constituían los vocales en cada disciplina de la cultura. Recuerdo que eran Yolanda Bedregal de Conitzer, Fausto Aoiz, Rigoberto Paredes, Jacobo Libermann, Julia Elena Fortún y otros que no recuerdo. Trataban acerca de temas importantes sobre las materias de cada uno de los vocales. Jorge Calvimontes era un hombre de mucha personalidad, dinámico y bien informado en las actividades que debía efectuar, interviniendo muchas veces en la Subsecretaría de Prensa e Informaciones, también en el periódico “Combate” que dirigía Fellman Velarde, e igualmente en la redacción de la revista Khanna, o los trabajos de arqueología de Ponce Sanjinés. Tiawanaku era un gran centro de atención. Por otra parte, al crearse el Instituto Cinematográfico Boliviano, se prestaba también atención a la producción de cortometrajes y documentales orientados a la información y publicidad de la política revolucionaria.

Recuerdo que René Zavaleta leía mucho: tenía siempre un libro en la gaveta de su escritorio. Más tarde comprendí que esa asiduidad a la lectura era una siembra que produce una gran cosecha. Así sucedió con René Zavaleta Mercado. Jorge Calvimontes era de temperamento mesurado, y ecuánime como jefe. Era él el genio literario, y su compañera, Fily Luján el complemento. Él se mostraba con nosotros siempre amigable, sin darnos sermones. Sólo, en cierta ocasión me dijo: –“¡Cómo es posible que pierdes los estribos!…Si eres así, también serás fácil de manejar. El carácter no está en perder los estribos, porque si así fuera encontraríamos mucho carácter entre los muros cuartelarios… El carácter está más bien en los hechos, la actitud y voz firme y serena… Para entrar en la literatura u otra magna obra se debe formar el carácter legítimo”. Me sirvió esta advertencia toda mi vida.

Todos lo recordamos por su famoso canto triste a la soberbia de aquel general de galones brillantes, que ordenó desatar el infierno en aquella noche de San Juan en las minas de Llallagua..! ¡Cómo no recordarlo leyendo nuevamente su obra!... Fue un gran poeta, mereció muchos premios en certámenes, y juegos florales importantes como la Mazorca de Oro, en Cochabamba. Ocupó cargos importantes: en la alcaldía de Oruro, y participó en la creación de las carreras de Antropología y Ciencias de la Comunicación. Catedrático en la UNAM, (México) En fin… ¡deja el astro una estela larga de obras!”

Mi homenaje a Jorge Calvimontes será tenerlo en mi memoria, mientras dure mi existencia.

Otro suceso para mí también muy doloroso: el deceso de Gabriel García Márquez. Ha sido así para el mundo, pero tal vez mucho más doloroso para América Latina. ¡Gabo!...era amigo de todos. Su novela “Cien Años de Soledad”, quizá la cumbre de su obra literaria. Ciento cincuenta millones de ejemplares en cincuenta idiomas. Un amigo, ingeniero boliviano que vivió en Hungría, me dijo que había leído Cien Años de Soledad en los idiomas español y húngaro y le pareció una delicia leerlo en el idioma del país del Danubio. Conocí a Gabo en Cuba. Como yo había ya hecho cine de ficción y documental en Oruro, mis amigos Jorge Sanjinés y su esposa Beatriz Palacios, (lamentablemente hoy fallecida), me consiguieron espontáneamente una beca para la Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de Los Baños. Cuando llegué a la Habana a fines de noviembre de l986, comprendí que fui objeto de un privilegio, lo cual era para muy pocos. Comprendí también que Jorge Sanjinés gozaba de gran influencia en Cuba. La Escuela de Cine se acababa de construir a treinta kilómetros de La Habana y a unos siete de la ciudad de San Antonio de Los Baños. Todos los becarios fuimos alojados en el Hotel Nacional, de cinco de estrellas, en El Vedado. Éramos de veinticinco nacionalidades y estuvimos hasta enero, mes en que se inauguró la Escuela, seguida del Primer Gran Festival de Cine. Para este acontecimiento llegaron muchos invitados, incluso de los Estados Unidos. Allí conocí a Gregory Peck, Francis Ford Coppola, Harry Belafonte, Lautaro Murúa, y muchos más. El acto de inauguración se llevó a cabo el 1 de enero de 1987. En la testera estaban: el Comandante Fidel Castro, Gabriel García Márquez, como fundadores, (Gabo era de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano), todo el personal de la escuela e invitados. Nosotros, en el amplio jardín. Filmé todo el acto, pero cuando envié a revelar a Caracas, curiosamente se perdieron los rollos; los autorizados para decirlo calificaron de robo.

En la Escuela conocí también al director, Fernando Birri, hombre muy superado y de calidad humana. Fui asignado a uno de los cursos de guión y dramaturgia, dictado por el chileno dramaturgo y catedrático de cine y teatro de la Universidad Nacional de Lima, Domingo Piga, de sesenta años. Se había refugiado en el Perú desde la caída de Salvador Allende. Gabriel García Márquez dictaba el curso sobre la técnica de escribir un cuento. La razón para este curso era que, quien fuera al curso de guión, debía saber aspectos de cómo estructurar una historia breve o larga, el hilo narrativo, las transiciones, las elipsis y descripciones, que luego de contener en el guión de cine irán a la película. Gabo no era catedrático de mi curso pero solía entrar a conversar sobre cuentos, novelas y argumentos en general. Porque nos dijo que los personajes de sus novelas estaban basados en personas reales, le preguntábamos generalmente sobre “Cien Años de Soledad”. Le pregunté una vez cómo era Melquiades, el que enseñó a la gente de Macondo a tomar helados y la curó a muchos del mal de la vigilia permanente. Gabo vio su reloj y dijo que para hablar de Melquiades necesitaba unas siete horas… se levantó, se disculpó y se fue. En sus clases decía que escribir un cuento o una novela no era muy fácil. Para escribir se requiere de todo un taller mental, como para armar una fina estructura; deben concurrir herramientas que permitan esa construcción con ataduras, cables, clavos, sierras y tornillos. Todo lo que consiga amarrar al lector. Tan bien amarrada la obra que no permita que el subyugado lector se despierte y pierda el hilo. Claro… crear en el lector la sensación de un trineo que corre, o una forma de hacer el interés in crescendo, o el acceso dialéctico hasta el clímax.

Ahora, deja un gran vacío, pero la gente quedará sobre todo con el aroma y sabor de “Cien Años de Soledad”. Mi homenaje será recordarle también tomando entre mis manos un libro suyo donde me autografió: “Al amigo Vicente…Gabo”.

Vicente González-Aramayo Zuleta.

Abogado, historiador, cineasta, escritor

Fuente: LA PATRIA
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