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Domingo 27 de abril de 2014

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Cultural El Duende

Aunque es reciente, la semiología ya tiene su historia

La extranjera

27 abr 2014

Fuente: LA PATRIA

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La semiología, derivada de una olímpica afirmación de Saussure (“Se podría concebir una ciencia que estudiara la vida de los signos en el seno de la vida social”), no cesa de ponerse a prueba, de fraccionarse, de descolocarse, de entrar en el gran carnaval de los lenguajes descrito por Julia Kristeva. Su papel histórico actual consiste en ser la intrusa, la tercera, la que estropea, produciéndonos un quebradero de cabeza, los hogares ejemplares que forman, según parece, la Historia y la Revolución, el Estructuralismo y la Reacción, el determinismo y la ciencia, el progresismo y la crítica de los contenidos. Ya que se trata de matrimonios, el trabajo de Julia Kristeva es la orquestación final de este “escándalo matrimonial”: activa su empuje y le proporciona la teoría.

Aunque tengo ese trabajo ante los ojos hace ya mucho tiempo (y desde el principio), acabo de experimentar, una vez más, su fuerza, pero esta vez en su conjunto. En este caso, fuerza quiere decir desplazamiento. Julia Kristeva cambia las cosas de sitio: siempre está destruyendo el último prejuicio, aquel que podía tranquilizamos y del que nos enorgullecíamos; lo que ella desplaza es lo-ya-dicho, es decir, la insistencia del significado, o sea, la estupidez; lo que ella subvierte es la autoridad, la de la ciencia mono lógica, la de la filiación. Su trabajo es enteramente nuevo, exacto, y no por puritanismo científico, sino porque llena por completo el lugar que ocupa, lo colma exactamente, obligando a todo el que de él se excluye a descubrirse en posición de resistencia o de censura (eso es lo que, con un aire muy sorprendido, se llama terrorismo).

Ya que estoy hablando de un lugar de la investigación, he de decir que la obra de Julia Kristeva supone para mí esta advertencia: que avanzamos demasiado lentamente siempre, que perdemos el tiempo “creyendo”, es decir, repitiéndonos y regodeándonos, que a veces bastaría con un pequeño suplemento de libertad en un pensamiento nuevo para ganar años y años de trabajo. En el caso de Julia Kristeva, ese suplemento es teórico. ¿Y qué es la teoría? No es ni una abstracción, ni una generalización, ni una especulación, sino una reflexividad; en cierto modo, es la mirada de un lenguaje vuelta sobre sí misma (por eso, en una sociedad privada de la práctica socialista, condenada por tanto a discurrir, el discurso es transitoriamente necesario). Es en este sentido en el que, por primera vez, Julia Kristeva nos ofrece la teoría de la semiología: “Ninguna semiótica es posible sino como crítica de la semiótica”. Semejante proposición no puede entenderse como un deseo piadoso e hipócrita (“critiquemos a los semióticos que nos preceden”), sino como la afirmación de que, en su mismo discurso, y no sólo a nivel de determinadas cláusulas, el trabajo de la ciencia semiótica está entretejido de retrocesos destructores, de coexistencias contrariadas, de desfiguraciones productivas.

La ciencia de los lenguajes nunca puede ser olímpica, positiva (mucho menos positivista), in-diferente, adiafórica, como dice Nietzsche; es, en sí misma (puesto que es lenguaje del lenguaje), dialógica, una noción que Julia Kristeva ha sacado a la luz a partir de M. Bajtín, al que hemos descubierto gracias a ella. El primer acto de este dialogismo es, para la semiótica, el de pensarse, a la vez y de manera contradictoria; como ciencia y como escritura, cosa que, según creo, ninguna ciencia ha hecho, salvo quizá, la ciencia materialista de los presocráticos, y que, dicho sea de paso, nos permitiría quizá salir del callejón sin salida que es la oposición ciencia burguesa (hablada)/ciencia proletaria (escrita, al menos de manera postulatoria).

El valor del discurso de Kristeva reside en que es un discurso homogéneo a la teoría que enuncia (y esta homogeneidad es la propia teoría): en él la ciencia es escritura, el signo es dialógico, el fundamento es destructor; si llega a parecerles “difícil” a algunos, es precisamente porque es escrito. Y esto, ¿qué quiere decir? En primer lugar, que afirma y a la vez practica la formalización y su desplazamiento, de manera que la matemática se convierte, en suma, en algo bastante análogo al trabajo del sueño (de ahí provienen muchos de los gritos de protesta). En segundo lugar, porque asume en el mismo título de la teoría el deslizamiento terminológico de las definiciones llamadas científicas. Por último, porque instala un nuevo tipo de transmisión del saber (no es el saber lo que produce problemas, es su transmisión): la escritura de Kristeva posee, a la vez, una discursividad, un “desarrollo” (querríamos darle a esta palabra un sentido “ciclista” más que retórico) y una formulación, un cuño (huella de la aprehensión y la inscripción), una germinación; es un discurso cuya actuación se debe menos a que “representa” un pensamiento que a que, mediatamente, sin la mediación de la “escribiduría” opaca, lo produce y lo destina. Lo cual quiere decir que el semianálisis es algo que sólo Julia Kristeva puede hacer: su discurso no es propedéutico, no prepara para la posibilidad de una “enseñanza”; pero eso también quiere decir, en sentido inverso, que es un discurso que nos transforma, nos desplaza, nos proporciona palabras, sentidos, frases, que nos permiten trabajar y desencadenar en nosotros el mismo movimiento creativo: la permutación.

En suma, lo que Julia Kristeva hace surgir es una crítica de la comunicación (la primera, creo yo, después de la psicoanalítica). La comunicación, según ella nos demuestra, tópico de las ciencias positivas (como la lingüística), de las filosofías y de las políticas del “diálogo”, de la “participación” y del “intercambio”, la comunicación es una mercancía. ¿Acaso no se nos repite sin cesar que un libro “claro” se compra mejor, que un temperamento comunicativo se sitúa fácilmente? Así pues, el trabajo que hace Julia Kristeva es un trabajo político: emprender la reducción teórica de la comunicación a nivel mercantil de la relación humana, e integrada como un simple nivel fluctuante de la significancia, del Texto, aparato al margen del sentido, afirmación victoriosa del Dispendio sobre el Intercambio, de los Números sobre la Contabilidad.

¿Tendrá continuidad todo ello? Eso depende de la incultura francesa: hoy en día, ésta parece chapotear suavemente, subiendo a nuestro alrededor. ¿Por qué? Por razones políticas, indudablemente; pero esas razones parecen impregnar a los que mejor deberían poder resistidas: en la intelligentsia francesa se da un cierto nacionalismo; ese nacionalismo no tiene que ver, por supuesto, con las nacionalidades (después de todo, ¿no es Ionesco el Puro y Perfecto Pequeñoburgués Francés?), sino en el rechazo malhumorado de la otra lengua. La otra lengua es aquella de la que hablamos, la de un lugar política e ideológicamente inhabitable: lugar del intersticio, del borde, del bies, de la cojera: lugar caballero, porque atraviesa, cabalga, panoramiza y ofende. Aquella a la que debemos un saber nuevo, procedente del Este y del Extremo Oriente, yesos nuevos instrumentos de análisis y de compromiso que son el paragrama, el dialogismo, el texto, la productividad, la intertextualidad, el número y la fórmula, que nos enseña a trabajar en la diferencia, es decir, por encima de las diferencias en cuyo nombre nos prohíben hacer germinar juntas la escritura y la ciencia, la Historia y la forma, la ciencia de los signos y la destrucción del signo: todas esas bellas antítesis confortables, conformistas, obstinadas y suficientes son las que el trabajo de Julia Kristeva coge de soslayo, marcando a nuestra joven ciencia semiótica con un rasgo extranjero (lo que es mucho más difícil que extraño), de acuerdo con la primera frase de Seméiotike: “Hacer de la lengua un trabajo, laborar en la materialidad de lo que para la sociedad es un medio de contacto y de comprensión, ¿ no es acaso, hacerse, de golpe, extranjero a la lengua?”.

Roland Barthes. Cherburgo,

1915 -1980.

La Quinzaine littéraire, 1970.

Fuente: LA PATRIA
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