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Domingo 27 de abril de 2014

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Revista Dominical

Juan Pablo el Magno

27 abr 2014

Por: Germán Mazuelo Leytón

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De los 266 obispos de Roma, antes que a Juan Pablo II, a sólo 3 se les había otorgado el máximo homenaje terrenal de Magno. Los tres vivieron en el Primer Milenio, fueron San Gregorio, San León, y San Nicolás.

Al inicio del Tercer Milenio del Cristianismo, hemos tenido la gracia y el privilegio de vivir durante el pontificado del Papa que pasó a la historia como Juan Pablo Magno, título con el que muchos de sus detractores no están de acuerdo, porque consideran que el Papa Wojtyla fue un “inflexible ultraconservador, antiliberal y antimoderno”, o ya, porque en la orilla opuesta lo consideran “el más grande destructor de la Iglesia Católica”.

La impronta o clave fundamental del pontificado de Juan Pablo Magno, sin duda alguna subyace en el enfoque de su primera carta encíclica la Redemptor Hominis. En ella, el Papa trazaba las líneas maestras de su pontificado y que tienen su fundamento en una verdad expresada desde el inicio de la carta: “El Redentor del hombre, Jesucristo, es el centro del cosmos y de la historia”. “Los dos amores de la vida de Juan Pablo II fueron Jesucristo y el hombre” (Cardenal Stanislaw Dziwisz, 30/04/11).

Un anterior obispo de mi diócesis decía que Juan Pablo II era un “fabricante de santos a granel” y estaba seguro de que “con otro Papa, no habrán más canonizaciones”. Al Prelado no se le habría pasado por la cabeza entonces, que un día, los dos sucesores del Papa Wojtyla, cada uno a su turno, lo elevarían a los altares.

Consta por experiencia que la santidad es el argumento más eficaz para convencer a los hombres de la verdad y misión divina de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo.

Pero como “la verdad es la única caridad permitida a la historia”, recordemos que en los siglos en que parecía iba a hundirse la Iglesia –el siglo IV arriano o el siglo XVI protestante- es cuando produjo mayor floración de santos. Recordemos también algunos hechos del llamado “siglo de hierro del Pontificado”, como dijo Mourret “uno de los más humillantes de la historia”:

Benifacio VI fue Papa durante quince días; Juan XII, Papa a los diez y seis años de edad, era disoluto y simoníaco. Esteban VI murió estrangulado. Entre el 896 y el 904, en un período de ocho años, hubo nueve papas, todos ellos juguetes del poder civil.

Representando la miseria de la humillación Benedicto IX fue papa a los doce años de edad. Después de un reinado de once años de Alejandro VI se dijo a su muerte que era “una planta venenosa aborrecida de Dios y de los hombres”. Había subido también simoníacamente.

“Es una ley psicológica que conducta y doctrina concuerden. Por consiguiente si declina la conducta, fácilmente cambia la doctrina, pero eso no ha sucedido con los papas: ni Juan XII, ni Benedicto IX, ni Alejandro VI intentaron defender su conducta alterando el dogma o la moral. Si cualquier bautizado -incluidos los papas- alterara o negara “una verdad que ha de creerse con fe divina y católica” sería un hereje (canon 750 § 1). Como hombres eran de barro, como papas eran vicarios de Aquel que dijo: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”. Con razón exclamó San León: “La dignidad de Pedro no se pierde con el sucesor indigno” (Respuesta a la angustia, Eduardo Arcusa, S.J.). Al final del Medioevo, la Iglesia Católica sufrió el llamado Gran Cisma o Cisma de Aviñón en el que dos papas la dividieron disputándose la Sede de Pedro, un cisma en los reinos y en las almas. Los papas y antipapas de ese período (1378 y 1417) echaron por tierra la credibilidad de la autoridad pontificia y de la misma Iglesia.

“Lo que san Pablo, san Agustín, san Bernardo, san Francisco de Asís, y tantos otros hicieron en su tiempo es también lo que hizo san Ignacio de Loyola reaccionando ante los desfallecimientos de conducta que, en la Iglesia, determinaron la revolución protestante. Constituyendo su milicia de Cristo, especialmente formada para actuar en todos los campos donde se libra “la batalla de las dos banderas” (Daniel-Rops).

Seis centurias después, en 2005, el Papa polaco Juan Pablo II, moría en olor de multitudes y de santidad. Juan Pablo II, el Papa polaco sufrió y murió de la forma que vivió. Juan Pablo II, tuvo el tercer pontificado más largo de la historia, promulgó 14 encíclicas, 45 cartas apostólicas y 14 exhortaciones apostólicas, beatificó a 1.338 prelados, sacerdotes, religiosos y laicos, incluyendo niños y casados -por primera vez un matrimonio conjuntamente- y canonizó a 482 beatos, más beatificaciones y canonizaciones que todos sus predecesores en los últimos cuatro siglos juntos, pero si Juan Pablo II, hubiera sido únicamente el instrumento de la Divina Providencia para el derrumbe del comunismo, sólo por ese milagro merece el hecho de ser llamado Grande o Magno.

Desde el 27 de abril, Juan Pablo el Magno será también santo.

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