El atractivo de los rompecabezas no radica en descomponer en pedazos una figura. Está en que combinan los pedazos de manera adecuada para recomponerla. El juego se limita a tener siempre la misma figura.
En la vida real, en cambio, los rompecabezas nunca se recomponen con la misma figura. Más aún si nacen de la dinámica política. El cambio de estructuras, según la teoría revolucionaria, es fundamental para el proceso. Pero en la vida real ese cambio requiere planificación previa. En especial si tiene que ver con el ordenamiento institucional de un país cuyas estructuras, gusten o no, tienen una razón de ser. De lo contrario, mayores son los daños que los beneficios.
Eso más o menos está sucediendo, hasta ahora casi en silencio, en los cuarteles. Como nunca, la gente en uniforme, entre la que se considera que la unión es su fuerza, se mira con desconfianza. Y está en germen una suerte de lucha de clases de final difícil de predecir.
Pero sobre todo, que nadie sabe si es consecuencia natural de las circunstancias del país o es alentada en función de determinados planes.
A despecho del origen de esa inquietud en los cuarteles, es sin duda un tema relevante. Porque entraña un cambio profundo de estructuras, por leves que parezcan, en una institución fundamental del Estado nacional.
Aunque se ha cuestionado siempre eso de la obediencia debida y en los cuarteles se cometieron y se cometen abusos contra los más elementales derechos, la demanda de los suboficiales y sargentos tiene ahora argumentos contundentes. La protesta nace de la discriminación que sufren no sólo a nivel salarial respecto de los oficiales, sino también en cuestión de uniformes, vivienda, alimentación y oportunidades de formación académica.
Algunos panfletos la atribuyen a una mentalidad colonialista que sustenta “un sistema en el que existen personas que se creen superiores, que nacieron para mandar, y otros que han nacido para obedecer”.
Más grave aún, la protesta habla de “racismo” y trascendió límites de los cuarteles, porque “ahora es cuando”, según sus dirigentes, que tramitan apoyo de organizaciones campesinas oficialistas. “Son nuestros hermanos, son de nuestra sangre”, declaró un dirigente campesino que se reunió con delegados de los suboficiales y sargentos.
El problema tiene pues connotaciones ideológicas. Cuando se habla de “racismo” en los cuarteles se habla de “discriminación” en función de origen de las personas. Por ese camino se corre el riesgo de llegar a un enfrentamiento, ¿entre quiénes?. ¿Entre militares que proceden de las ciudades y militares que llegan del campo?. ¿Entre oficiales y suboficiales y sargentos?. Y si dentro de los cuarteles se da esa situación, ¿se puede descartar que ese tipo de enfrentamientos trascienda esos muros?.
La solución requiere pues satisfacer pensar mucho más que en los intereses partidarios o electorales, porque afecta al país, que está por encima de ellos.
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