La Semana Santa es considerada la mayor celebración del cristianismo porque nos recuerda la vida, pasión, muerte y resurrección de Cristo y el compromiso de que Él, como hijo de Dios a través del Espíritu Santo, que es otra manifestación de Dios, permanecerá siempre al cuidado de la Humanidad.
Por lo mismo la importancia de esta celebración es que Jesús en su permanencia terrenal dejó cuatro lecciones para el mundo cristiano. Se trata de la reflexión, el servicio, la obediencia y la fe. Un conjunto tan simple de cosas que generalmente no se practican ni se cumplen y por lo mismo es que la humanidad no encuentra el verdadero camino de la convivencia pacífica y armónica entre todos los seres.
La práctica de estas lecciones que dejó el Hijo de Dios a la humanidad se condensa en algo importante que constituye una reflexión mayor y que debe ser el amor por el prójimo, tan próxima a la sentencia de amarnos los unos a los otros. Esas son las enseñanzas que deben cumplir el cristianismo, sea este católico, ortodoxo, evangélico o anglicano, tomando en cuenta que esa es la base para elevar el reino de Dios, como él ordenó, según el libro de Mateo.
En un análisis retrospectivo se puede entender la lección sobre la reflexión, pues se trata de recodar que Jesús tuvo 40 días de ayuno y meditación plena, y 40 años caminó el pueblo de Israel para encontrar la tierra prometida. Es por eso que la enseñanza de este periodo es la reflexión en la que la oración y el ayuno son los aspectos centrales para motivar el encuentro con Dios.
Los apuntes bíblicos nos recuerdan que Jesús pasó por la vida haciendo el bien, curaba y hacía milagros impactando al pueblo y emitiendo los mensajes de Dios. La gente lo consideraba un líder que podía liberarlos del yugo romano, lo que no aconteció, pues Jesús la manifestación en la tierra del Supremo Hacedor, no tenía la misión de convertirse en líder y menos político, debía extremar recursos para mostrar que existe un Dios misericordioso, que perdona y que se muestra a través del servicio sin esperar recompensa alguna.
Así expuso su bondad hasta llegar al sacrificio y la humillación de la cruz, es justamente la muestra de la otra lección esa de obediencia y humildad. Su vida cerca a los más humildes, a los enfermos y los necesitados de conciencia marcaron envidias y suspicacias, pero el Hijo de Dios cumplió sus votos de obediencia y humildad. Esos actos rompieron el sistema teocrático hebreo por lo que la jerarquía de entonces decidió su muerte como si se tratara de un vil asesino o ladrón. La obediencia era extrema en Jesús, era un hombre de carne y hueso y sentía temor pero siguió obediente y al final de un día aciago habló a su Padre para encomendarse: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” y se cumplió el final dispuesto por el Ser Supremo. Murió para limpiar los pecados de la humanidad.
El mundo cristiano debe tomar ese ejemplo y en la medida de sus posibilidades admitir los desafíos que nos impone la cotidianidad de la vida, sabiendo que en todo caso pasar por muchos o pocos sacrificios es redimirse y acercarse de manera real al Dios Supremo a través de la fe, que es la fuerza liberadora de egoísmos y malos sentimientos humanos. Reflexión, servicio, obediencia y fe, cuatro lecciones que dejó Jesús para el mundo cristiano.
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