Toda la vida de Jesús es una serie de lecciones al mundo, sabe y confiesa que Él es el Maestro, por lo que sus palabras y sus hechos han de constituir una verdadera escuela.
Una de sus últimas lecciones la da antes de las 24 horas de su muerte, por el momento escogido libremente podemos colegir la importancia de esta enseñanza que Cristo mismo subrayará como una de sus más elocuentes docencias.
El Maestro lava los pies en un acto cerrado a sus Doce discípulos, varones adultos. Mandato de Cristo, que litúrgicamente se revive cada año en la Misa vespertina in Coena Domini del Jueves Santo. Así lo señalan las rubricas del Misal Romano: “Los varones designados, acompañados por los ministros, van a ocupar los asientos preparados para ellos en un lugar visible a los fieles. El sacerdote (dejada la casulla, si es necesario) se acerca a cada una de las personas designadas y, con la ayuda de los ministros, les lava los pies y se los seca”.
Fue testigo del hecho Juan el Evangelista que lo retrata mimosamente en su capítulo XIII: Tras la cena ritual de pascua, Jesús se despoja de su manto, se ciñe a la cintura una toalla, toma en sus manos una jarra y una jofaina, y lava los pies de sus Apóstoles.
Se ha asumido espontáneamente la labor que realizaban solamente los esclavos en su tiempo. Es tal el asombro de los Apóstoles que Pedro se niega a que Jesús se arrodille delante de sus pies para la ceremonia, sólo cuando Cristo le manifiesta que si no se deja lavar los pies no tendrá parte en su Reino, Pedro le pide que le lave no solamente los pies, también las manos y la cabeza, si fuera preciso.
Terminada la ceremonia Jesús explicará claramente su significado: Ustedes me llaman a Mí Señor y Maestro, y dicen verdad, porque lo soy, si Yo que soy el Señor y el Maestro les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo para que ustedes hagan lo mismo que yo les he hecho, porque en verdad les digo el esclavo no es más que su amo y el enviado no es más que quien lo envió. Ahora que ustedes saben eso, serán felices si lo ponen en práctica.
Subraya Jesús que Él es el Maestro y el Señor para darles a entender la importancia de la enseñanza que emana del acto realizado, lo que ellos lo admiran a primera vista. Jesús ha realizado un servicio que es propio de inferiores, luego es a ellos a quienes correspondía verificarlo, pero la soberbia humana halla justificaciones para no arrodillarse, no digo antes los inferiores, ni siquiera ante los iguales.
Ya no queda a los Apóstoles justificación alguna cuando han contemplado con sus propios ojos al Señor y Maestro inclinado a su servicio como si fuera un esclavo de los pobrísimos pescadores.
Ustedes deben lavarse también los pies los unos a los otros, no se trata solamente del lavatorio material de los pies, sino de cualquier servicio o ayuda que requiere un conocido y hasta un extraño.
Francisco de Asís entendió el lavatorio de los pies como toda una vocación permanente que podría traducirse por esta frase: servir siempre y en todo a los demás. Era la interpretación un tanto teatral, de lo que en sentencia grave había manifestado el mismo Cristo: El hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida por los demás.
Esta actitud de Jesús se opone a la filosofía en boga, que exige a los esclavos y a los pobres, toda suerte de servicios humillantes que no sería capaz de realizar voluntariamente y con gusto ningún aristócrata, ningún rico, ninguno que se cree algo en la sociedad.
Pero Jesús a sus seguidores les manifiesta que ha venido a enseñar una filosofía nueva basada en el amor y en el respeto a los demás, y que si anteriormente el servir era rebajarse, ahora es la mayor exaltación posible ante Dios.
El que quiera ser el más importante entre ustedes, debe hacerse el servidor de todos, y el que quiera ser el primero, se hará esclavo de todos (Mc 10, 43-44).
Estas palabras de Jesús fueron sus directrices para todos los que en el futuro tendrían cargos de responsabilidad en su Iglesia. La historia nos proporciona muchos ejemplos de los lamentables resultados en la vida de la Iglesia, en el caso de aquellos que prefirieron ignorarlas. Desde el pontificado de San Gregorio Magno los Romanos Pontífices, sucesores de San Pedro el primer Papa, llevan el título de “servus servorum Dei”, “siervo de los siervos de Dios”.
*Director Nacional Pioneros de Abstinencia Total
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