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Domingo 13 de abril de 2014

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Cultural El Duende

EL MÚSICO QUE LLEVAMOS DENTRO - Responsable: Gabriel Salinas Padilla

Un compositor boliviano

13 abr 2014

Gastón Arce Sejas

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¿Las musas?

¡El sonido!

Si sólo me detuviera a no pensar un instante...

Con este pequeño epígrafe yo comenzaba la primera de las Cuatro Situaciones para clarinete y guitarra. Y continuaba en la segunda:

...un pasajero instante

triturado...

¡en la máquina del tiempo!

Parece ser que intuía tales ideas acerca de la música moderna o contemporánea en el momento de componer esta obra, la cual perturbó al conservador público que asistió a su estreno en la ciudad de La Plata.

En este breve texto que se me ocurrió en 1990 para las dos primeras piezas de la obra, aparecen conceptos todavía vigentes para la nueva música, que ya han traspuesto la barrera del siglo XXI. Realizaré algunas consideraciones, si se me permite, en relación con los mismos, no sin antes confesar que mi propia música se ha visto enfrentada a ellos en diferentes oportunidades. El primero de estos conceptos se refiere a esa sensación de trascendentalismo que nos ha legado, fundamentalmente, el romanticismo, donde la obra musical debe traspasar fronteras, culturas y hasta el propio cosmos —atravesar el alma humana tocando al mismo Dios. En su monumental Sinfonía Coral, el buen Beethoven canta a la humanidad entera proclamando, a través de los versos de Schiller, la hermandad entre todos los hombres de la tierra. Mahler descubre su alma entera en la Sinfonía Resurrección, con un sentido de oscuro pesimismo por la inevitable llegada de la muerte, pero a su vez con la esperanza en una vida eterna, futura. Bruckner dedica su Novena Sinfonía a Dios, y así los ejemplos se multiplican por cientos. En todos ellos el compositor proyecta su obra hacia la posteridad y los siglos. Sin embargo, este sentimiento de perdurabilidad no fue siempre así; los compositores de la antigüedad, por ejemplo, componían para la ocasión, como parte de su diario trabajo (prácticamente de carácter artesanal) y en muchos casos no tenían, siquiera, el interés de firmar su música.

Muchas corrientes del modernismo musical, con ese afán provocativo y renovador que las caracterizó, adoptaron una actitud similar (absolutamente anti-romántica), creando una serie de obras y piezas musicales efímeras que no buscaban otra cosa que satisfacer las necesidades del momento y, en muchos casos, destinadas a desaparecer luego de su primera interpretación. El aleatorismo permitió la injerencia del intérprete en la obra musical, de tal manera que se constituía en un coautor, tomando decisiones leves o, a veces, fundamentales en el resultado final de la obra. La así llamada “música conceptual”, provocaba intelectualmente al público con planteos más filosóficos o existenciales que con la propia música. Recuérdese 4’33” para un piano y un pianista del norteamericano John Cage, en el que el intérprete no ejecuta ni una sola nota del instrumento a lo largo de esa porción de tiempo rigurosamente cronometrado. La composición musical planteaba nuevos caminos de expresión. Alguien, con justa razón, cuestionará diciendo que resulta más fácil la composición de 4’33” que la Cuarta Sinfonía de Robert Schumann. Sí, es cierto, pero no se trata aquí de un problema técnico, tal vez ni siquiera musical, sino estético, filosófico. De cómo me enfrento ahora, como público, al arte musical de una época distinta, tanto o más conflictiva que la de los siglos precedentes. Posturas como la de Cage, reflejan, indudablemente, las sucesivas crisis de esta época. Era pues inevitable que en algún momento sucedieran estas reacciones y actitudes y que se reflejen en las obras, no solamente musicales, sino pictóricas, literarias, arquitectónicas, etcétera.

Hoy, a casi medio siglo de distancia de la llamada música vanguardista y experimental, podemos ver el espectro de la composición en este mundo globalizado (no puedo evitar caer en este término tan espantosamente actual), como un fenómeno ya sedimentado. Nadie pretende ahora romper ninguna estructura, se trata de construir, no de destruir. Todas las experiencias de las décadas pasadas son válidas y podemos servirnos de ellas (o no) como herramientas para expresar nuestras propias ideas: el fin es nuevamente la expresión. Es válido tanto el uso de una serie dodecafónica como de una escala menor o de otro tipo, siempre y cuando respondan a esa necesidad de expresión de mi mundo interior y de mi propia humanidad, que es la de un hombre que vive en el siglo XXI. Convive el conservador lenguaje del estonio Arvo Pärt con los nuevos experimentos tímbricos de una pléyade de compositores algo más jóvenes a lo ancho de todo el planeta. Pues bien, cómo nos vemos, o más bien, cómo me veo yo, como compositor (y compositor boliviano) a la luz de este complejo panorama mundial que afecta no sólo al mundo de la composición sino también al de la interpretación musical (parece ser que por ahí hay también situaciones equivalentes para los directores de orquesta, pianistas y otros intérpretes instrumentales).

(Fuente: Ciencia y Cultura,n.11,2002)

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