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Domingo 13 de abril de 2014

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Cultural El Duende

“En las publicaciones de autores soviéticos siempre se perciben las grandes fuerzas latentes en el hombre”

13 abr 2014

En 1983, la redacción de la Revista “Literatura Soviética” recibió una carta del escritor australiano Ralph de Boissière (Puerto de España, 1907- 2008) donde expresa sus juicios acerca de la publicación de obras sobre la Gran Guerra Patria sucedida en la URSS entre 1941 y 1945

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Sr. S. Dangúlov

Director de la revista

“Literatura Soviética”

Permítame expresar algunas impresiones que saqué de los números 5, 11 y 12, de 1982, y nº 2, de 1983, de la revista que usted dirige.

El nº 5 me proporcionó particular satisfacción. Los “Recuerdos” de Brézhnev me conmovieron en sumo grado. Su vida en nada se parece a la mía, no obstante, pude comprender cómo la vida, el trabajo y la guerra le hicieron tal como fue, habiendo elaborado en él la flexibilidad que le permitió ajustarse a las necesidades y los imperativos de distintas épocas, del pueblo, de todo el país, en fin, de todos los países, porque Brézhnev luchaba por la paz.

Me fue grato ver en el nº 11 capítulos del “Maitines en Rapallo”, de usted, y de “La victoria”, de Chakovski, y en el nº 2 de 1983, cuentos y ensayos dedicados a la victoria de Stalingrado. No llego a comprender a los lectores extranjeros que en sus cartas, según dicen, se quejan de vez en cuando de que se publican muchas novelas y relatos que demasiado espacio dedican a la guerra pasada. A quienes no la conocieron se les debe recordar que ciudades, aldeas y pueblos no resurgieron por sí mismos, sino que fueron levantados de entre las ruinas ,después de llenarse y nivelarse los embudos abiertos por las bombas, sacarse millones de toneladas de metal retorcido y reenterrarse un sinnúmero de muertos. ¿Es tan fácil olvidar el dolor de millones de personas? Tal vez los criticones prefieran ver en esas novelas no un estudio meticuloso de los motivos que originaron la guerra y sus terribles realidades, sino una aventura con un final más o menos feliz, como los que uno puede ver en las películas cuyo único fin es entretener mientras digiere ante el televisor un sabroso almuerzo. ¿Pero puede un escritor serio transformar el horror en argumento para una película de “aventuras”? El escritor tiene que observar estrictamente la entereza si quiere significar algo en general. A veces sucede que la entereza se sacrifica en aras de la mera necesidad de existir: del escritor pueden exigir que esfumine algo, que haga la vista gorda ante un fenómeno o ponga tintes falsos si quiere que le paguen. Mas la falta de entereza jamás resulta impune.

De vez en cuando en la literatura soviética sucede que las mejores intenciones del autor no se ven realizadas debido a las prisas, a una tonalidad mal escogida de la narración, a la falta de una meticulosa preparación o a que el autor no supo mostrar que las ideas por él pregonadas están firmemente arraigadas en los corazones y mentes de los personajes y se perciben como sus ideas propias, mientras la obra parece esquemática. En estos casos evoco algunos relatos de Lavreniov sobre la Guerra Civil (El cuarenta y uno y El Comandante Pushkin), en los que actúa gente no instruida, de los que gestaron la revolución y los que, a su vez, fueron formados por la revolución. Uno no siente el conflicto entre la idea y su plasmación, y no sólo porque el autor comprendía a esa gente, sino también porque su corazón estaba con ella. De su peso se cae que cada escritor tiene una idea propia de cómo plasmar mejor su mensaje en el arte. Todo escritor posee su propia tonalidad y su temperamento emocional. Lavreniov habla de la tragedia de la guerra, y lo embarga un caluroso sentimiento hacia sus protagonistas. Los sucesos que describe son inevitables y terribles, mas la grandeza de los caracteres se destaca por sí sola, sin que el autor lo sugiera.

En las novelas que se publican en Occidente se critica mucho cómo vive la gente o cómo no vive, muchas personas se desesperan y se convierten en cínicos perdidos e incluso llegan a la conclusión de que vale la pena escribir únicamente de temas sexuales. Esta posición, aunque de moda y muy de coyuntura, en modo alguno es la única posible. La gente desea cambios, los anhela. Pero no unos cambios radicales, sino los que subsanen la vida cotidiana, y por unos cambios así la gente lucha de verdad. Fracasa, cometiendo errores aprende, logra alguno que otro éxito. Y los escritores que ocupan esas posiciones –afortunadamente, existen todavía– hacen su aporte a la lucha del espíritu humano por la verdad, la comprensión mutua y la amistad, y afianzan la esperanza de que seguiremos viviendo y dejaremos vivir a otros.

En las novelas y relatos soviéticos se puede encontrar toda clase de deficiencias. Sin embargo, eso no es lo principal. Lo principal –en cada nueve casos de diez– consiste en que la literatura soviética atribuye un gran valor a la personalidad, a su condición moral a su trato con los que le rodean y con el mundo que él crea.

Sin embargo, un escritor serio nunca se contenta tan sólo con la buena intención de plasmar las ideas preciadas para él. Las ideas a secas se convierten en fatigosas moralejas. Cobran vida únicamente cuando en torno a ellas se libra una lucha en las mentes y los corazones, que se refleja en los actos, sicológicamente explicados, de los caracteres escogidos por el autor. Los dramáticos y violentos conflictos permiten mostrar los ascensos y las caídas sicológicos de los personajes. En la novela corta de Boris Vasíliev Ni1wlái, el de la fortaleza de Brest hay dos tenientes: un joven llegado a la fortaleza de Brest directamente del pupitre escolar y el combatiente invencible que meses después aparece entre las ruinas. Vasíliev escribe teniendo en cuenta una idea bien clara, hasta tal punto orgánica para el personaje, que resulta evidente: el autor ha logrado expresar con éxito la gran verdad. Desear escribir de lo que se debe escribir es buen propósito, mas nada sencillo para llevarlo a la práctica. No basta con sólo desearlo. El escritor debe estar entre sus personajes, y no a un lado, haciéndoles mover brazos y piernas, como si fueran títeres.

Juzgo que esta tendencia se deja ver en cierto grado en algunos relatos de escritores de las repúblicas asiáticas. Son altamente poéticos, idílicos, exentos de aberraciones sicológicas, incluso ingenuos. Se me presenta que toman origen en la vigorosa tradición oral que aún vive. No obstante, lo que los caracteriza a todos es el respeto por la gente y el cariño por ella. En las publicaciones de autores soviéticos siempre se perciben las grandes fuerzas latentes en el hombre. Jamás se lo mira como algo que puede sacrificarse fácilmente.

De entre los relatos del número de diciembre me emocionó hondamente el relato Pan, de Iván Shamiakin.

Mis mejores votos

Ralph de Boissiere

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