Domingo 13 de abril de 2014
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Editorial y opiniones
La supuesta hegemonía de Estados Unidos y la Unión Europea tiene pies de barro
13 abr 2014
Por: Adhemar Ávalos Ortiz
La caída del Muro de Berlín en 1989 y la disolución de la Unión Soviética en 1991 hicieron pensar a casi todos los ideólogos y analistas, inclusive los de Bolivia, que la bipolaridad URSS-Estados Unidos no volvería más ni siquiera en versiones suaves, sino que el planeta había caído en las garras verticalistas de una sola superpotencia hegemónica: el país fundado por George Washington. En este contexto, el de la unipolaridad secante, era fácil subirse a la locomotora del triunfo del capitalismo anclado en los dólares norteamericanos y rechazar apresuradamente cualquier otra perspectiva histórica. Pero los tozudos hechos han hecho ver que la realidad no siempre, y en realidad casi nunca, responde a los deseos subjetivos o a situaciones provisionales por más consolidadas que parezcan a la luz de una mirada superficial, contaminada por la tergiversación mediática y azuzada por grupos extremistas que tergiversan los acontecimientos en función de sus designios rematadamente contrarios a los de la Humanidad.
Lo cierto es que cuando el mundo estaba signado por la bipolaridad socialismo-capitalismo se contaba con una cierta estabilidad y gracias a ésta se pudo evitar caer en la barbarie de una hecatombe atómica. Las clases dirigentes, los pueblos en realidad ni siquiera pensaban racionalmente, de la URSS y los Estados Unidos se odiaban, pero, a su vez se temían y sabían plenamente de las consecuencias de un agudizamiento fatal de las contradicciones. Así, el periodo transcurrido entre 1945 y 1985 fue uno de los más equilibrados en casi dos centurias, no obstante la Guerra de Vietnam y levantamientos anticomunistas en Polonia, Hungría y Checoslovaquia, además del fracaso militar de la Revolución griega y las consabidas intervenciones norteamericanas en su “patio trasero de Latinoamérica”. El auge económico en la mitad pro-capitalista del planeta daba a entender que la contradicción fundamental de la época se había definido hacia el lado de la “coexistencia pacífica”, un eufemismo del social-imperialismo soviético que se cobraría con creces su costo al movimiento revolucionario mundial. Esta etapa, con largos años de trabajo de zapa de los “inmovilistas”, se terminó en 1985 con la llegada al poder de Gorbachov, un astuto dirigente del Partido Comunista de la URSS que llegó a la cumbre del poder con sus demagógicos perestroika y glasnost (reconstrucción y transparencia). La conjura anticomunista había llegado a su clímax. Gracias especialmente al influjo de fuerzas internas en la Patria de Lenin.