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Domingo 13 de abril de 2014

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Revista Dominical

La literatura infantil y juvenil en el sistema educativo

13 abr 2014

Por: Víctor Montoya - Escritor

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En una de las Ferias de Literatura Infantil y Juvenil, que en los últimos años se han organizado en varias ciudades del país, tuve la ocasión de escuchar, casi por mera casualidad, el comentario vertido por una profesora en torno a cuál es la función didáctica de la literatura destinada a los niños y jóvenes. La verdad es que me quedé de piedra, porque a estas alturas del proceso histórico debía estar claro cuál es la diferencia entre la literatura infanto-juvenil y la literatura didáctica.

Por otro lado, y como si esto fuera poco, la misma profesora afirmó que cualquier libro que se aplique dentro de la escuela debe tener la función de “enseñarle algo” al estudiante; de lo contrario, la lectura de cualquier libro que no le aporte “conocimientos concretos” es una verdadera pérdida de tiempo.

Aprovecho este espacio para retomar un viejo tema que, a pesar de haberse debatido a diestra y siniestra, parece seguir despertando controversias entre educadores, escritores y estudiantes. Me refiero al tema que aborda la diferencia existente entre los libros didácticos, que “enseñan algo” dentro del sistema educativo, y los libros de literatura infanto-juvenil, que van ganando considerables espacios dentro del sistema educativo, gracias al tesonero esfuerzo de varios actores que ha hecho posible que la literatura infanto-juvenil deje de ser vista con menosprecio por parte de algunos profesores retrógrados y los tecnócratas de la educación.

Es importante considerar que la didáctica, ante todo, es la disciplina científico-pedagógica vinculada al proceso de enseñanza-aprendizaje, donde se establece la interacción de dos elementos fundamentales: el estudiante, quien asimila los contenidos de los libros de texto, y el profesor, quien actúa como mediador entre el contenido y el estudiante.

Por eso mismo, la didáctica constituye una parte importante de la pedagogía que se ocupa de las técnicas y los métodos de enseñanza aplicados de manera general dentro del sistema educativo. Y uno de esos instrumentos básicos de la educación es la literatura del género didáctico, cuya principal función es la de enseñar, instruir o transmitir conocimientos del saber humano, avalados por los especialistas y los tecnócratas de la educación.

La literatura didáctica, por su propia esencia, está al margen de la literatura cuya finalidad no radica en transmitir conocimientos técnicos ni científicos, sino en entretener al lector que busca en los libros no siempre los conocimientos del saber humano, sino una historia ficticia o real narrada de manera artística, con un lenguaje apropiado para su edad y con los recursos propios de las modernas corrientes literarias.

Las fábulas, que no estaban pensadas ni escritas para los niños, se usaron desde siempre en las instituciones educativas, con la finalidad de enseñar conceptos de conducta moral y ética a través de los diálogos y episodios protagonizados por los animales tanto salvajes como domésticos; me refiero a esa literatura moralizante que, al igual que la Biblia, sigue vigente en el sistema educativo actual, como los pilares fundamentales tanto del didactismo como de los preceptos religiosos.

Sin embargo, si bien es cierto que en los libros escolares están presentes las motivaciones moralistas y pedagógicas, que los profesores se empeñan en inculcar a los estudiantes a plan de resúmenes y exámenes, es cierto también que existen algunos avances en la elaboración de materiales didácticos contemplados desde la realidad psico-social de los niños y jóvenes, con la participación activa de los profesores-escritores, quienes se empeñan en hacer circular una literatura infanto-juvenil en las aulas, conscientes de que el tratamiento estético del lenguaje y las historias bien narradas son indispensables para la formación intelectual y el gusto estético de los grandes lectores del mañana.

Está claro que la literatura infanto-juvenil no debe quedar al margen del sistema educativo, sobre todo, en las materias de lenguaje y literatura que forman parte del sistema de enseñanza, en el cual intervienen diferentes aportes teóricos desde la perspectiva lingüística, cultural y cognitiva, que contribuyen al desarrollo integral del individuo. Es aquí donde la aplicación de la lectura de algunas obras literarias en escuelas y colegios juega un rol importante como estímulo del hábito de la lectura que tanta falta hace en el contexto de los estudiantes ávidos por ensanchar sus conocimientos más allá de los libros de texto que les proporciona el sistema escolar.

La mayoría de los profesores están convencidos de que la lectura cumple funciones vitales en la formación de la personalidad y el desarrollo intelectual del estudiante, porque no sólo le sirve para comprender mejor el lenguaje y las costumbres de su comunidad, sino también para ampliar su comprensión cognoscitiva, su capacidad lingüística, sus operaciones mentales y satisfacer su estado emocional y sus necesidades de información del entorno social y familiar; más todavía, la lectura de todo tipo de libros, aparte de aumentar el bagaje cultural, contribuye a la incorporación de un vocabulario más rico y variado en expresiones dialectales; promueve la creatividad y el juego de intercambio de roles; profundiza los procesos de comprensión, mejora la ortografía y la construcción de mensajes a través de la aplicación de estructuras sintácticas correctas.

Es importante que el profesor, que tiene la obligación de acercarlo al estudiante hacia el descubrimiento del tesoro literario, encuentre las estrategias adecuadas para hacer que la lectura de los textos literarios sea una experiencia más cercana al placer que al tormento. De nada sirve obligándolos a cambiar sus horas de juego por las horas de lecturas agobiantes y, más aún, si los libros no son de su interés. La “lectura obligada” es una de las razones por las cuales muchos estudiantes huyen despavoridos de la lectura, considerando que la literatura es una asignatura tan difícil como la comprensión de la lectura.

Para evitar esta catástrofe, lo recomendable es permitirle al estudiante elegir, en absoluta libertad, el libro que prefiere leer, porque si se le obliga a leer, a raja tabla y sin consideraciones, un libro establecido por el programa escolar, se corre el riesgo de perder a un lector en potencia. Además, el objetivo de la educación no consiste en “alejarlos”, sino más bien en “acercarlos” al fascinante mundo de la literatura. Lo mismo debe aplicarse a los libros que se les recomienda leer durante las vacaciones o fines de semana. Es decir, que no lean por deber, sino por el puro placer de leer lo que les interesa. No en vano García Márquez, en su artículo “Manual para ser niño”, recomienda: “Sería ideal que un niño dedicara parte de su fin de semana a leer un libro hasta donde pueda y hasta donde le guste -que es la única condición para leer un libro-, pero es criminal, para él mismo y para el libro, que lo lea a la fuerza en sus horas de juego y con la angustia de las otras tareas”.

Los profesores deben ser capaces de motivar a los estudiantes hacia el gusto por la lectura de los libros que, por su valor estético o temático, sean los primeros pasos en su descubrimiento de la gran literatura universal. En el mejor de los casos, sería altamente significativo si se logra que el niño y el joven, por su propia iniciativa como lectores, puedan acceder, sin la mediación directa de su profesor o progenitor, a los libros que, aparte de estar cuidadosamente editados, estén escritos con fines lúdicos y estéticos.

Si esto se logra, entonces podemos estar seguros de que le restaremos el tiempo que le dedican al videojuego, al DVD, las redes sociales, los jueguitos virtuales o los programas de variedad que ofrece la televisión. Con esto no quiero decir que la literatura debe contraponerse o estar en competencia con los medios audiovisuales de la tecnología moderna, sino que, simplemente y llanamente, el estudiante ocupe tanto tiempo delante de las páginas de un buen libro que delante de la pantalla de la televisión o el ordenador, tan de moda en nuestro siglo.

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