Jueves 10 de abril de 2014
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Es una vieja e inacabada discusión la del tamaño ideal del Estado para que este sea eficiente y asegure la vigencia del ordenamiento legal, del sistema democrático y del régimen de las libertades ciudadanas. Para unos, el Estado debe cumplir una función diversa y abarcadora: no solamente cuidar el orden público y la defensa nacional, representar a la Nación ante la comunidad internacional, dictar leyes, administrar la justicia, atender la salud y la educación, y ejecutar las obras públicas que sean de interés colectivo, sino que, para esta corriente del pensamiento, debe ser actor, principal o único en todos esos órdenes y, además, regular y participar en la economía como empresario y manejar el comercio exterior. Ese es “el Estado hipertrofiado que se convierte en megalómano, y la megalomanía es la antesala de la paranoia". (Jean François Revel. El Estado megalómano. Ed. Planeta. 1983).
¿Cuál es el tamaño ideal de un Estado eficiente, gestor del bien común y protector de la libertad ciudadana? ¿Es el Estado hipertrofiado una amenaza para la democracia? ¿Al proteger la iniciativa privada como motor esencial para la creatividad y el progreso, ¿un Estado menos expandido puede seguir políticas sociales para disminuir las brechas de bienestar entre ricos y pobres? Hay otras preguntas inevitables sobre las perspectivas de éxito de los Estados y, por supuesto, de los expandidos a todos los órdenes de la vida ciudadana, como los creados por los fascistas, socialistas, comunistas y todas las gamas del neopopulismo latinoamericano.