La Semana Mayor de la Fe Católica, la Semana Santa comienza con el Domingo de Pasión, más conocido como Domingo de Ramos.
La Pasión de Cristo es obra de un gran amor. No podría explicarse ni la hondura de los padecimientos de Jesús, ni su actitud de cordero sumiso que se deja llevar al matadero, sin ese amor sin medida.
Juan el Discípulo Amado nos explicará: “Envió Dios a su Hijo Único a este mundo para darnos la vida por medio de Él. Así se manifestó el amor de Dios entre nosotros, los que hemos amado a Dios, sino que Él nos amó primero y envió a su Hijo como víctima por nuestros pecados” (1 Juan 4, 9-10).
Jesús mismo confesó hablando de sí, que la mayor prueba del verdadero amor es dar la vida por la persona amada, sólo amando sin medida pudo Jesús aceptar las torturas físicas y morales que le aplicaron sus enemigos.
En Getsemaní estuvo a punto de desmoronarse su energía pero fue el amor, el que en última instancia le obligó a aceptar las condiciones tan dolorosas impuestas por el Padre.
Se ofrecerá no solo en favor de los que le aman, sino también por quienes se obstinan en aniquilarle. Es totalmente nueva la doctrina de Cristo, que Él mismo expone en las siguientes afirmaciones: “Ustedes saben que se dijo ´Ama a tu prójimo y guarda rencor a tu enemigo´. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y recen por sus perseguidores. Así serán hijos de su Padre que está en los cielos, quien hace brillar el sol sobre malos y buenos y caer la lluvia sobre justos y pecadores. Porque si ustedes aman a los que los aman, ¿qué premio merecen? ¿No obran así también los pecadores?” (Mateo 5, 43-46).
A pesar de saber que Judas le había traicionado y entregado a sus enemigos, le permitirá acercarse para que le bese sin un reproche, sólo denunciando el crimen que iba a cometer contra el amor, y desde lo alto de la cruz, en un solemne final de su existencia terrena, perdonará a los mismos que le han convertido en una piltrafa humana. El amor le hace comprender el abismo de miseria que supone la condenación de una persona.
Para darnos una definición de Dios, Juan recurre al amor, y confiesa “Dios es amor, el que permanece en el amor en Dios permanece y Dios en él” (1 Juan 4, 16). Todo cuando hay en Dios, todo cuanto sale de acción divina hacia los hombres tiene como motor y meta el amor. Quisiera Dios que todos pudieran alcanzar su Reino para que junto a Él pudieran gozar de esa felicidad sin fondo ni fin.
Quienquiera ame a Dios de verdad, recibirá esta promesa cumplida: “El que conoce mis mandamientos y los guarda, ese, ese es el que de verdad me ama, Y mi Padre amará al que me ama y yo también lo amaré y me mostrare a él” (Juan 14, 21).
Nunca se entenderá la razón de la conducta de Jesús en su Pasión si no se trata de explicar mediante el más grande amor, que consiste en dar su vida generosamente por la persona amada.
La Iglesia tiene también hoy su propia Pasión. Está crucificado el Cuerpo místico de Cristo. Crucificado en las persecuciones de Siria, China, Venezuela, Corea del Norte, Vietnam, en el mundo árabe. Crucificado por el laicismo imperante, por las ideologías que buscan arrinconarlo a lo más profundo de las sacristías. También –contradictoriamente- por una falsa “nueva pasión por Cristo”, más “este amor no es por Cristo el Dios-Hombre, sino por el gran hombre Cristo, el hombre-para-los-demás, amigo, libertador de los pobres, revolucionario y subversivo máximo que ayuda a los pobres a derrocar todas las instituciones corruptas, incluso a la Iglesia institucional. Es decir, una anti-Pasión que desciende de la Cruz: “baja, baja de la Cruz y creeremos en Ti” (Lucas 23, 37).
“La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap 19, 1-9). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap 20, 7-10) que hará descender desde el cielo a su Esposa (cf. Ap 21, 2-4)” (Catecismo 677).
“Las dos grandes fuerzas del Cuerpo místico de Cristo y el Cuerpo místico del Anticristo han empezado a formar sus cuadros para la contienda” (Fulton Sheen). Es una guerra, sobre todo contra las almas, propagando la herejía y la heteropraxis (prácticas de religión que tienden a quebrantar la fe, tales como la costumbre de hablar indiscriminadamente en la Iglesia y nunca arrodillarse, o, no mostrar ninguna señal de respeto por Jesús en la Sagrada Eucaristía), y del colapso de la moralidad como destruir eventualmente la fe o esclavizar al vicio (cf. Esclavización del mundo o paz, N. Gruner).
(*) Director Nacional Pioneros de Abstinencia Total
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