La palabra desconocimiento es la acción de desconocer según el viejo Larousse, luego la compara con el vocablo: Ignorancia.
George Tsunis contribuyó con 1,3 millones de dólares a la reelección de Barak Obama. Es costumbre en los EE. UU. retribuir la contribución con alguna embajada. En este caso el destino de Tsunis será Oslo.
Colleen Bradley Bell, una productora de televisión, otra contribuyente a la campaña de Obama, ha sido nombrada embajadora en Hungría. Max Baucus otro ejemplo de alguien nombrado embajador en China que tuvo la franqueza de decir: “no soy un experto en China”, para ser embajador no se necesita ser experto, pero hay conocer por lo menos un poco de su historia y uno que otro nombre como el de Liu Shaoqi, el “renegado”, que pudo haber sido el antecesor de Deng Xiaoping si no mediaba la revolución cultural.
Hay más ejemplos, quizá es bueno nombrar a Noah Bryson Mamet embajador en Argentina, sin saber mucho sobre el país de su misión diplomática, obtuvo el cargo gracias a medio millón de dólares que proveyó a la campaña de Obama.
Este no es un fenómeno nuevo en los EE.UU., país donde no se discute sobre el tema de las contribuciones monetarias a las campañas presidenciales, el debate es sobre el conocimiento o más bien sobre la falta de conocimiento histórico – político que acusan los postulantes a las embajadas cuando son interrogados en el parlamento.
Tsunis, por ejemplo, no sabía que Noruega, país a donde será designado, si aprueba el interrogatorio del senado, es una democracia monárquica y calificó de “elemento periférico” la vigencia del Partido del Progreso (derecha extrema) que está en funciones de gobierno como aliado de la “derecha conservadora (menos extrema)”. O, Colleen Bradley que respondió evasivamente sobre los intereses estadounidenses en Hungría y no dijo ni una sola palabra sobre el crecimiento del neo nazismo y el antisemitismo.
Los EE.UU. naturalmente tienen diplomáticos de carrera que suelen estar alrededor de los “embajadores contribuyentes electorales”, para remendar la ausencia de conocimiento de estos extraños jefes de misión.
Pero, no nos revolquemos de alegría criticando a los EE.UU. por la ignorancia de algunos de sus embajadores; los países de América Latina, con unas pocas excepciones, mandan como jefes de misión a quienes poco o nada saben de los países donde son nombrados. Bolivia fue una excepción, tuvo, en los 90, alguien que incluso hablaba en sueco lo que le permitía leer la prensa diaria y ubicarse en el mapa político del norte europeo. Los chilenos también tuvieron un par de diplomáticos sueco-parlantes, pero el idioma no tendría que ser un obstáculo si la lengua común entre los embajadores y el gobierno de casa es el inglés. Conocí un embajador cubano que no hablaba en inglés, tenía su intérprete, pero, como todo diplomático cubano, tenía una excelente información sobre Suecia, su sesgo ideológico quedaba oculto tras un cúmulo de información objetiva. Otros países parecidos son Brasil, Chile y Costa Rica que envían embajadores que saben definir muy bien la diferencia entre estado y gobierno. Tiene un eje político que no defiende el interés inmediato del gobierno en gestión sino el estratégico del estado al que representan. Es decir, no son embajadores que pierden el tiempo explicando los límites geográficos del país que representan y tampoco ocupan su tiempo en hacer contactos con organismos, a veces, apócrifos de sus residentes, o eligen amistades ideológicas sin influencia en el quehacer del estado anfitrión. El eje de las nuevas relaciones diplomáticas es, antes que ideológico o geopolítico, geoeconómico. Chile y Brasil cuentan con sendas cámaras de comercio, quizá las mejor organizadas de los países latinoamericanos. Costa Rica vende turismo ecológico.
Para terminar con tufo a boliche: El vino chileno le ha quitado preeminencia a los vinos franceses y españoles, la caipiriña es el cóctel de moda en el Stockholm by night, la cocina peruana está de moda y los suecos pasan vacaciones en Costa Rica.
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