Jueves 03 de abril de 2014
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Las crisis no solo afloran por la mala situación económica o por la escasez. También aparecen cuando partidarios de una tendencia extremista en el poder exhiben intolerancia y su determinación de sojuzgar. Entonces estalla la violencia, pues los disidentes, ya sin miedo, rechazan la tiranía y son reprimidos. Es, entonces, que se atrae la atención internacional. Este es el caso de la crisis que sufre Venezuela.
La resistencia civil de los venezolanos –estudiantes, amas de casa y gentes de todas las clases sociales– a la tiranía y la represión brutal de las huestes del presidente Nicolás Maduro preocupa a todos y ha puesto en evidencia a cuatro bandos: los aliados del chavismo –los de la ALBA–; los que se benefician de las dádivas en la forma de petróleo subvencionado; los que muestran su indiferencia y, finalmente, los que condenan la violencia y propician una salida democrática.
Es, entonces, que surgen los dilemas éticos. Como afirma el periodista Marcel Oppliger de la Universidad de Chile, “Michelle Bachelet arriesga ser recordada como la presidenta de Chile que, justo en momentos en que el régimen bolivariano mostraba la cara más brutal de su naturaleza autoritaria, escogió ignorar toda la evidencia al respecto para escudarse tras una cuestionable idea: no puede no ser democrático un gobierno que ganó el poder en las urnas (definición que convierte a Cuba en una dictadura, por cierto, cosa que la mandataria jamás aceptaría)”. Esto es aplicable a otros mandatarios.