Aún falta medio año, pero ya se respira un aire de beligerancia política. Con anticipación, fuera del calendario oficial, el MAS decidió madrugar para que la “estrategia envolvente” amanezca más temprano. Cuando las normas estorban, hay que ignorarlas. Por orden expresa, la burocracia participa de pleno en la campaña. Ahora todo se hace en función de ella. Si no estás conmigo, estás contra mí.
En ese marco, han sucedido varios hechos escandalosos: la carta de un exfiscal que confirma la falsedad del terrorismo; un jefe policial sorprendido en flagrante acto de extorsión, en Estados Unidos; la concesión de un negocio millonario a una pariente del vicepresidente. Es decir, los grandes males que veníamos arrastrando, lejos de corregirse, están más cerca del poder. La “reserva moral” sólo había sido un discurso.
Cuando esa pesadilla toca ya las puertas, ¿la Iglesia debía callar? Su tradición institucional no es guardar silencio. Una breve referencia mencionó su intervención en distintas fechas, con una actitud resuelta en defensa de los derechos humanos, la democracia y los valores de la fe católica, como la solidaridad y la justicia. No porque alguna gente ignore, dejan de existir los testimonios.
Entre otras cosas, la CEB dijo: “Es una verdadera pena que las esperanzas que tenía el pueblo boliviano en una forma diferente de gobernar con honestidad se vayan desmoronando poco a poco”. En otro párrafo añade: “No podemos callar ante los casos de corrupción y extorsión que nos dejan perplejos…” Al finalizar, pide esclarecer los hechos, igual que un Alto Comisionado de la ONU en Bolivia. Es serena y reflexiva la palabra.
Sin embargo, provocó una reacción virulenta, como si por azar los obispos hubiesen pisado la cola de una fiera. Se les endilga el analfabetismo funcional porque “no saben leer la realidad y no la entienden”. El narcotráfico, la extorsión y el tráfico de influencias no existen en la realidad; Sanabria, Soza, Ormachea, etc., tampoco. ¿Cómo leyeron lo que no existe?, ha debido preguntarse la brava ministra. Según ella, los obispos sólo han visto fantasmas.
En el sindicato legislativo también sonó el palo. “Si quieren ser parte de la derecha, hagan alianzas”, dijo el famoso degollador de canes y apologista de la tortura. Su colega en diputados descargó su rencor mencionando el extravío de algunos curas. Un senador por Chuquisaca se enconó ¡brutal! con el término “perplejidad”. Otro, en fin, dijo que la CEB sólo debía ocuparse de las almas y no de cuerpos sin alma, como los que abundan en la Asamblea.
Así y todo, la Iglesia nunca arrió sus banderas. “En nombre de Dios les ruego, les suplico, les ordeno: no maten a mis hermanos”, clamó el Mons. Romero en San Salvador, antes de ser victimado (1980). En el día, el Mons. Ovidio Pérez, de la Conferencia Episcopal de Venezuela, tuvo el coraje de plantear a Maduro la necesidad de un gobierno transitorio para evitar más muertes.
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