La realidad no siempre, y casi nunca, responde a la subjetividad de los deseos
31 mar 2014
Por: Adhemar Ávalos Ortiz
La caída del Muro de Berlín en 1989 y la disolución de la Unión Soviética en 1991 hicieron pensar a casi todos los ideólogos y analistas, inclusive los de Bolivia, que la bipolaridad URSS-Estados Unidos no volvería más ni siquiera en versiones suaves, sino que el planeta había caído inexorablemente, para un largo tiempo, en las garras expoliadoras de una sola superpotencia hegemónica: el país fundado por Washington. En este contexto, el de la unipolaridad secante, era fácil subirse a la locomotora del triunfo del capitalismo contemporáneo anclado en los dólares norteamericanos y rechazar apresuradamente cualquier otra perspectiva histórica.
Pero, los tozudos hechos han hecho ver que la realidad no siempre, y en realidad casi nunca, responde a los deseos subjetivos o a situaciones provisionales por más consolidadas que parezcan a la luz de una mirada superficial, contaminada por la confabulación mediática y azuzada por grupos extremistas que tergiversan los acontecimientos en función de sus designios rematadamente contrarios a los de la humanidad.
Lo cierto es que cuando el mundo estaba signado por la bipolaridad socialismo-capitalismo se contaba con una cierta estabilidad y gracias a ésta se pudo evitar caer en la barbarie de una hecatombe atómica. Las clases dirigentes, los pueblos en realidad ni siquiera pensaban racionalmente, de la URSS y los Estados Unidos se odiaban, pero, a su vez se temían y sabían plenamente de las consecuencias de un agudizamiento fatal de las contradicciones. Así, el periodo transcurrido entre 1945 y 1985 fue uno de los más equilibrados en casi dos centurias, no obstante la Guerra de Vietnam y levantamientos anticomunistas en Polonia, Hungría y Checoslovaquia, además del fracaso militar de la Revolución griega y las consabidas intervenciones norteamericanas en “su patrio trasero de Latinoamérica”.
El auge económico en la mitad pro-capitalista del planeta daba a entender que la contradicción fundamental de la época se había definido hacia el lado de la “coexistencia pacífica”, un eufemismo del social-imperialismo soviético que cobraría con creces su costo al movimiento revolucionario mundial. Esta etapa, con largos años de trabajo de zapa de los “inmovilistas soviéticos”, se terminó en 1985 con la llegada al poder de Gorbachov, un astuto dirigente del Partido Comunista de la URSS que llegó a la cumbre del poder con sus demagógicos perestroika y glasnost (reconstrucción y transparencia). La conjura anticomunista había llegado a su clímax, gracias especialmente al influjo de fuerzas internas reaccionarias.
En Occidente, la fanfarria proimperialista sustituyó a la reflexión y al pensamiento racional. El triunfalismo se hizo cuerpo en la mente de los dirigentes de los países capitalistas, y también en la de sus pueblos. El complejo militar-industrial de Estados Unidos, bajo la dirección de conspicuos “halcones” de la élite político-empresarial, pensó equivocadamente que el planeta estaba en sus manos y que los sueños del modo de vida americano, solamente para ellos, se habían realizado. Así, se dieron a la tarea de apagar todo conato de rebeldía que ponga en riesgo su bienestar espurio.
Después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, respondieron al terror con el terror. Invadieron Afganistán e Irak. Asesinaron a mucha gente y redujeron la estabilidad en la zona. El fundamentalismo musulmán creció hasta niveles insospechados y la situación de los pueblos empeoró. Pero, algo que nunca se imaginaron, la crisis se desató en 1998 con una debacle financiera que atacó a casi todos los países capitalistas desarrollados. Las especulaciones bancarias sin freno regulatorio destrozaron las economías de muchos países europeos, las que desnudaron la fragilidad del mundo unipolar. Y, mientras el capitalismo avanzado se debatía en las consecuencias de manejos irresponsables, otras economías emergentes se hicieron presentes en el contexto mundial. Países como China, la propia Rusia, Brasil, India y Sudáfrica (BRIC´s) hicieron ver que la unipolaridad solamente fue transitoria y que la multipolaridad era el sendero a seguir.
La Unión Soviética, que había vivido con Yeltsin el infierno de la destrucción nacional, se reprodujo, aunque en una variante imperialista, pero no carente de poder, en la nueva Rusia de Putin que, gracias, especialmente, a una férrea dirección y a la coyuntura internacional favorable, empezó a acabar con la “bacanal de poder de Estados Unidos y la Unión Europea”, evidenciando que el mundo unipolar, al menos el posterior a 1991, se había terminado y que la opción antisistémica y la decisión práctica de otros países, ayer emergentes, sí contaban y cuentan. La crisis de Ucrania y la expresión democrática del pueblo crimeo lo demuestran. El mundo nunca llegará a ser el mismo por más amenazas que se expresen desde la Casa Blanca.
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