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Domingo 30 de marzo de 2014

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Cultural El Duende

El gato que ladra

Los cholos carnales de Raúl Lara

30 mar 2014

Fernando Rodríguez C. afirma que Picasso, “al identificarse a sí mismo como bufón, estableció la pintura moderna y al artista moderno como arlequín o bufón… La importancia del artista-bufón es la de mostrar ciertas verdades. Ya no es la estética de la belleza sino la estética del mostrar la sociedad”. Los críticos Fernando Calderón G. y Javier Sanjinés C. realizan una lectura de la realidad desde “Achachicala” el acrílico del artista plástico Raúl Lara (Oruro, 1940 - Cochabamba, 2011)

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Segunda de tres partes

Javier Sanjinés (J.S.): Por último, y aunque intento no redundar en lo que ya te dije, me parece prudente reforzar mi argumento de que en la obra de Lara no se da la representación simbólica que le es propia al proyecto de la modernidad. En “Achachicala”, no hay hechos sociales claros o particularmente descollantes a los que debemos sujetarnos a fin de dar con el significado del cuadro. No, por el contrario, el cuadro no tiene nada que ver con la estetización de lo político, ni con la politización de lo estético que veíamos, por ejemplo, en el testimonio oral y fílmico. Las múltiples miradas subjetivas tienen que ver con la estetización de la cotidianidad que invierte la concepción de Benjamín en torno a los postulados estéticos planteados en sus escritos a propósito de la era de la reproducción mecánica. En otras palabras, Lara no trata de emplear una estética autoritaria, fascistoide, que pretenda estetizar lo político; tampoco una estética revolucionara de izquierda que busque politizar lo estético. Desde la reflexión posmoderna, Lara acepta el reto que plantea hoy en día la cultura popular, cultura ésta que no se construye en oposición al capitalismo, en nombre de un “telos” universal de secularización y de modernización, sino que reemplaza a dicho “telos” –visible, por ejemplo, en el muralismo posterior a la Revolución del 52– con las narrativas “locales” de estos cholos viajeros, narrativas que dan lugar a la exploración de las políticas de identidad tan en boga hoy en día. Los nuevos movimientos sociales, promovidos por estos cholos carnales, entran en el escenario social con un lenguaje visual propio que no reclama soluciones ligadas a la lucha de clases o a las reivindicaciones campesinas. En “Achachicala” no hay significado fijo; por el contrario, cada personaje, cada cuerpo humano, es un significante. El cuadro requiere, entonces, múltiples lecturas significantes de la realidad social. En artista-bufón, al que se refiere Fernando Rodríguez Casas, nos ofrece diferentes posibilidades de percibir las obras pictóricas, posibilidades que cuestionan los postulados homogenizantes de la modernidad. De este modo, lo “sublime posmoderno” es diferente de la belleza clásica que recupera la modernidad. Te repito, Fernando, en mi criterio, en mi lectura del cuadro de Lara, las piernas reflejadas en el espejo no son bellas; son carnales y voluptuosas, ajenas al “aura” sublimante de la modernidad. Lo sublime posmoderno es desublimador, si se lo mide bajo los criterios de la modernidad. Lo sublime posmoderno está estrechamente ligado a los excesos corporales; a la voluptuosidad, al deseo y al sexo.

Fernando Calderón (F.C.): Javier, vamos a coincidir en algunas apreciaciones, pero vamos a discrepar en otras.

En primer lugar, vamos a coincidir en el hecho de que el cuadro de Lara nos enseña a ver personajes múltiples y, a través ellos, a reconocernos a nosotros mismos. No sólo interesa saber lo que los otros son; también interesa indagar lo que uno es en relación a los pasajeros de la micro que se desplaza a Achachicala.

En segundo lugar, Lara invita a ver la realidad desde la imaginación. Podría incluso decir que Lara nos invita a redefinir la imaginación. Me da la impresión de que en Lara lo imaginario puede ser lo real. Esto es lo fantástico de la modernidad. Y aquí está nuestra discrepancia: yo entiendo la modernidad como un acto libertario y no como un proyecto racional que se consume a sí mismo, es decir no acepto la modernidad como una simple razón instrumental, sino como un proceso que se redefine constantemente como parte de la libertad de acción, de la libertad de creación. Las miradas están siempre condicionadas por el propio proceso cultural de los que miran. No es, entonces, casual que yo vea belleza allí donde tú ves solamente voluptuosidad. Y no es tampoco casual que esta reflexión fenomenológica del cuadro que aquí hacemos sea también un acto existencial. El existencialismo es otra de las lecturas más fructíferas de la modernidad. Insisto en que lo genial del cuadro de Lara radica en su parecido metodológico con “Las Meninas” de Velázquez. En tal sentido, digo, pues, que es un cuadro clásico. Al igual que “Las Meninas”, Lara ingresa en el juego de los espejos; su cuadro es especular porque el reflejo del otro es tu propia mirada, y tu mirada es la mirada de tu propia identidad, que también es la identidad del otro. Nadie puede ser ajeno a la mirada de los otros. En el fondo, ése es el mensaje del cuadro. Pienso que eso ya lo pintó Velázquez en “Las Meninas”. Fíjate en la extraña comparación que se me ha ocurrido hacer.

J.S: Mira, Fernando, coincido contigo en cuanto a las reflexiones que haces sobre las miradas. No estaría muy seguro en afirmar, sin embargo, que las miradas me controlan. No percibo, por ejemplo, control alguno en la mirada del chofer. La figura del chofer es, para mí, un enigma porque su mirada no tiene dirección cierta. Por lo demás, me parece que las miradas que nos miran lo hacen sin mirarnos.

Fernando, tu lectura del cuadro de Lara da primacía al acto de la imaginación. Para ti, la imaginación se asienta en el acto libertario y creativo de la modernidad. Y, dentro de ese acto creativo e imaginativo, los aspectos existenciales de la soledad y de la incomunicación son también profundamente modernos. Yo, por el contrario, pienso que el cuadro sólo retiene tangencialmente los aspectos modernos de la soledad y de la incomunicación. Lo que sí es fundamental para mí es que el cuadro me revela la parodia de la imaginación moderna, fenómeno éste que va ligado a la posmodernidad. Naturalmente que hablo de una posmodernidad que es avant la lettre, es decir, que viene sin que nosotros la hayamos buscado conscientemente; sin que hayamos superado la etapa de la modernidad. Corno tú lo has afirmado en otra parte, nosotros vivimos etapas superpuestas de premodernidad, modernidad y posmodernidad. Somos, como bien dices, un ch’enko cultural. Pero déjame volver al tema de la imaginación que, creo yo, está en el meollo mismo de nuestra discrepancia.

Fíjate, Fernando, yo no veo extraña tu comparación con Velázquez. Me parece fértil la relación que estableces entre Velázquez y Lara. Lo que yo dudo es que dicha relación deba ser leída sólo desde la modernidad. Creo que la relación con Velázquez puede también ser leída desde la imaginación que, por ejemplo, parodia la pintura de Velázquez dentro de las pinturas de Robert Ballagh. Se trata, pues, de las parodias de los géneros clásicos ¿Cómo veo yo la imaginación paródica? ¿En qué se diferencia de la imaginación moderna?

La imaginación paródica es aquélla en la que la fantasía es más real que la realidad. Creo, Fernando, que responde a un pensamiento filosófico que, a diferencia del pensamiento trascendental o del pensamiento existencial, niega toda idea de origen para reemplazada con el juego interminable de los signos lingüísticos. Ahora bien, me parece que disuelto el concepto de origen, también desaparece el concepto de imaginación. Y digo esto porque la imaginación presupone la noción de origen, sea éste exterior al ser humano, corno en el caso de las ideas platónicas, o interior a él, como en el caso del pensamiento existencialista. La metáfora que mejor expresa este pensamiento posmoderno (es la de los espejos múltiples que se reflejan a sí mismos interminablemente. Y creo que, en Achachicala, se da ese mirar que no mira nada más que el acto de mirar. El humanismo, que es central a los murales del 52, a la pintura de Guzmán de Rojas, de Alandia Pantoja y de Solón Romero, sólo para mencionar a los pintores que hemos repetidamente discutido en nuestros diálogos en torno a la modernidad, desaparece en Achachicala. Yo leo en el cuadro de Lara una erosión del humanismo. ¿Quiénes son, pues, los protagonistas de este cuadro? Recuerda, Fernando, que tú iniciaste el diálogo con esta pregunta que creo que es crucial. En mi criterio, son los cholos como nuevos significantes. Estos nuevos significantes no están atados a verdad alguna, a origen alguno, sea éste, como ya te lo expresé, interno o externo.

Creo, querido Fernando, que la noción de artista-bufón que me la revela Rodríguez Casas, ayuda aún más a comprender a estos cholos como significantes visuales. Rodríguez Casas me obliga a reforzar el criterio de que cuadros como el de Lara se apartan de la imaginación humanista. Estos cuadros no pueden ser ya concebidos como la expresión de un artista que sublima la realidad, sino como el juego de signos visuales próximos a los signos lingüísticos que teoriza Roland Barthes. Llevado mi argumento al extremo, se podría decir que en los cuadros de Lara se ha muerto el pintor-autor para dar paso al artista-bufón...

Continuará

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