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Domingo 30 de marzo de 2014

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Cultural El Duende

Juan Antonio Calzadilla Arreaza

La poesía como modo de la acción: Homenaje a Arthur Rimbaud

30 mar 2014

Fuente: LA PATRIA

¿Qué es la originalidad? Ver algo que aún no lleva ningún nombre, que aún no puede ser nombrado, a pesar de ser visible para todos los ojos. Tal como son habitualmente los hombres, es sólo el nombre lo que, en general, les hace visible una cosa. NIETZSCHE [La ciencia jovial, 261]

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Arthur Rimbaud, quien muy probablemente tiró adoquines, gritó consignas y levantó barricadas en los esperanzados y al final fatídicos meses de marzo y mayo de 1871, durante la experiencia de la Comuna de París, enuncia en esos mismos días, en su famosa Carta del Vidente, su consigna poética: “La poesía no ritmará más la acción, sino que irá adelante... pensamiento enganchado al pensamiento y tirando de él...”

Llamemos “poesía”, permítasenos, todas las formas de arte verbal, incluidas la del pregonero para quien unas pocas monedas significan la vida, y la del manipulador retórico que siembra iconos mercadeables en el deseo de la masa cautiva para sacar ganancias máximas.

Poesía sería la capacidad de hacer de una determinada realidad algo notable mediante el sentido, que es concepto, afecto e imagen o percepción. Esta acción se realiza por medio del lenguaje verbal. La poesía es la producción de sentido en el lenguaje.

Todo florecimiento del lenguaje se corresponde con un florecimiento de la poesía... y con un florecimiento de la realidad. La poesía de un lenguaje es lo que hace de una realidad (realidad de ese lenguaje) una obra de arte.

El nombre transmuta el objeto, y posibilita una nueva acción, es decir, una transformación. Poetizada la cosa, la creación envuelve la acción, bajo un concepto renovado, un afecto despertado, una percepción revivida, es decir, “sentido nuevo”.

El poeta: narrador, ensayista, dramaturgo, pregonero o publicista, es un hombre de acción, porque el lenguaje es una de las condiciones de posibilidad de toda acción. “Indigente” o “nómada”, “buhonería” o “economía informal”, “anciano” o “adulto mayor”, “delincuente” “resistente social”, “patriota” o “terrorista” determinan un estatus dentro de lo real, y condicionan una acción posible.

¿Eufemismo? ¿Pragmatismo? ¿Retoricismo? ¿La poesía, como potencia verbal, no es el arte en que todos ellos se abrevan? Los hombres y mujeres de lenguaje saben que se puede dar vida o muerte a una cosa sólo con nombrarla de una cierta manera. Por ejemplo, el lenguaje es el instrumento del Derecho. El Derecho podría pensarse como una poesía de las acciones futuras, una forma de Utopía. Con palabras, traza el mapa de las acciones posibles, y anticipa todos los juicios de valor que puedan adscribírseles.

¿Pero cómo distinguiremos entre el poeta y el publicista, en los dos extremos de la escala del verbo, ya que ambos son hombres de acción, de la acción del sentido sobre el sentido, de la voluntad sobre la voluntad, de la seducción sobre el deseo o el gusto?

Mientras el poeta nos conmueve y alumbra, o nos arrastra al descampado insólito donde la boca se conjuga con el instinto en un parlamento biológico, el publicista nos encadena, con mano invisible, pero estrepitosa, al círculo de la compra-venta. El poeta nos hace sentir, pensar y ver, ver con ojos que no han hablado todavía; el publicista nos hace comprar, poco importa qué cosa.

Quizá esta ambigüedad de la acción verbal es la que ha permitido que tantos poetas, en la llamada era pos moderna, se hayan convertido en “creativos” publicitarios, e ideólogos de toda suerte de mercachifles.

Pero ello no impide constatar que la palabra, la acción verbal, en uno u otro sentido, funciona, arrastra la acción social.

¿Cómo podría el poeta contrarrestar a su similar antípoda, ese bufón triunfal que es el “creativo” publicitario y que pretende apoderarse del verbo “crear” para incrementar de manera infinita sus divisas, aun a costa de la galaxia misma?

Ambos actúan mediante el sentido, es decir, ese complejo de afecto, percepto y concepto. Seamos simples: el poeta libera el sentido, liberando afectos, perceptos y conceptos para la refundación de un mundo nuevo. El “creativo” encadena el sentido al goce narcisista y sadomasoquista de un egoísmo alucinante, que nos hace vernos bailando entre las Miss Universo con un Rolex refulgente en el pescuezo y unos genitales de longitudes de corbata. El poeta libera el sentido para dar al deseo libertad de desear otro mundo. El publicista encadena el deseo a los objetos mercadeables, engalanándolos con el sentido: afectos, perceptos, conceptos, de un universo concebido como mercado, lleno de mercancías para llevarse a la casa al precio que sea.

No es cosa insólita que un adolescente como era Rimbaud, en circunstancias en que el pueblo parisino asumía popular y colectivamente el poder sobre la circunscripción de París (obligando al gobierno, enfrascado en una guerra de imperios contra Prusia, a retirarse al distanciado y suntuoso palacio de Versalles, para tramitar desde allí un pacto “táctico” con el ejército prusiano para que éste entrara a París a arrasar con los revolucionarios comuneros), siendo poeta, haya sentido que la poesía también debía ser revolucionaria.

“Pensamiento enganchado al pensamiento y tirando de él”. Imaginemos que la realidad fuera un tren: la poesía sería o estaría muy próxima a la locomotora.

¿Qué nos quiso decir este alocado jovencito que huía de su casa y de la familia pequeño burguesa y cristiana? Y que se veía envuelto en una revolución poética, encarnada por él mismo, su héroe y su mártir.

“La mano con pluma vale lo mismo que la mano con arado”. Era la síntesis ideológica de la revolución poética rimbaudiana.

Quiere decir que la poesía es acción, y además acción productiva. Produce sentido, es decir relación con lo real, y el sentido mueve el tren de las almas, almas que labran y manufacturan, y que sobre todo existen, en el tiempo que le ganan al trabajo.

El 21 de mayo las tropas del Estado conservador francés, en acción conjunta con las “enemigas” tropas prusianas, comenzaron su entrada en París, que culminaría al cabo de los siete días de la llamada “Semana sangrienta”, cuando los comuneros fueron exterminados por tropas extranjeras e imperiales.

El 15 de mayo, seis días antes del cruento desenlace, cuando aún el entusiasmo bullía, seguramente teñido de incertidumbre, el joven Rimbaud escribió en su carta al poeta Paul Demeny sus famosas tesis:

Yo digo que hay que ser vidente, hacerse vidente. El Poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos. Todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura; él busca por sí mismo, agota en sí mismo todos los venenos, para no guardar más que las quintaesencias. Inefable tortura en la que necesita toda la fe, toda la fuerza sobrehumana, en la que deviene entre todos, el gran enfermo, el gran criminal, el gran maldito, –¡y el supremo Sabio!–. Pues él llega a lo desconocido. [ ... ] Llega a lo desconocido, y cuando, enloquecido, terminaría por perder la inteligencia de sus visiones, ¡las ha visto! Que reviente en su estremecimiento por las cosas inauditas e innombrables: vendrán otros horribles trabajadores; ellos comenzarán por los horizontes donde el otro se ha desplomado.

Entonces el poeta es verdaderamente ladrón de fuego. Está encargado de la humanidad, hasta de los animales; deberá hacer sentir, palpar, escuchar sus invenciones; si lo que trae de allá tiene forma, él da forma; si es informe, él da lo informe. Hallar una lengua; por lo demás, siendo toda palabra idea, ¡vendrá el tiempo de un lenguaje universal! .

Esta lengua será del alma para el alma, resumidora de todo, perfumes, sonidos, colores, pensamiento enganchado al pensamiento y tirando de él. El poeta definiría la cantidad de desconocido que se despierta en su tiempo en el alma universal.

El arte eterno tendría sus funciones, como los poetas son ciudadanos. La Poesía no ritmará más la acción; estará por delante.

¡Esos poetas serán! Cuando sea roto el infinito vasallaje de la mujer, cuando ella viva por ella y para ella, y el hombre –hasta aquí abominable– le haya hecho su devolución, ¡ella será poeta también! ¡La mujer encontrará lo desconocido! ¿Sus mundos de ideas diferirán de los nuestros? –Ella encontrará cosas extrañas, insondables, repulsivas, deliciosas; nosotros las tomaremos, las comprenderemos–. Mientras tanto, pidamos al poeta novedad, –ideas y formas–.

¿Es idealismo aspirar a que la poesía marche delante de la acción? ¿El pensamiento corre a mayor rapidez que la realidad? La Utopía podría ser la función política de la Poesía. La consigna marxista-rimbaudiana de los revolucionarios surrealistas de los años 20 era: “Transformar la realidad / Cambiar la vida”. La poesía cambiará la vida, a corto, mediano o largo plazo. Es la apuesta política del poeta.

El Vidente hace ver mediante la palabra, da el nombre del objeto y de la acción correspondiente al objeto. Da el marco a un mundo, un amor y unos actos. Su palabra abre el principio de un verbo para decir que en el principio era un mundo. El mundo que será. Ya el poeta lo había visto un siglo antes. El tiempo fue lento para la velocidad del Vidente.

El poeta es Vidente, el publicista es televidente. El Vidente se adelanta sobre el tiempo, como un reloj desarreglado de insomnio. Él ya contempla el alba cuando todos recién apagan las lámparas y se entregan al sueño.

Pero deja esbozado un modesto cronograma, con una campanada de bronce a la espera, para los que vendrán a transformar la realidad piedra por piedra.

El poeta habrá escrito, hace ya tiempo, sus canciones, sus heroísmos y sus ternuras. Sus palabras tendrán el secreto del fuego que encenderá las almas como antorchas.

El poeta no verá su obra en vida, pero saberla matizará el amargo de su muerte. Pensará como Fedre el fabulista, y ése será su premio y su beatitud postrera, que no le falta Obra al obrero, sino obrero a la Obra. Sabe que vendrán otros horribles trabajadores animados, por la palabra que queda.

Juan Antonio Calzadilla Arreaza

Caracas, Venezuela, 1959. Poeta, narrador

y ensayista.

Fuente: LA PATRIA
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