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Domingo 23 de marzo de 2014

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Revista Dominical

Los personajes en la literatura infantil

23 mar 2014

Por: Víctor Montoya - Escritor

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El denominativo de personaje proviene de la palabra persona, término de origen griego, que significaba máscara de actor o personaje teatral. En consecuencia, un personaje típico es una suerte de arquetipo que reúne un conjunto de rasgos físicos, psicológicos, éticos y morales prefijados, y reconocidos por los lectores, quienes están acostumbrados a identificarse con los protagonistas que forman parte de su mundo real o ficticio, y que, a su vez, realizan acciones positivas y beneficiosas en provecho de la colectividad. Así es como los niños se identifican con los personajes que tienen atributos de “buenos”, a diferencia de los antagonistas que tienen la “cara de malos” y acciones deplorables como la malicia, el engaño y los instintos de destrucción.

En la identificación con el personaje de una historia juega un papel importante el estereotipo cultural que corresponde a una sociedad determinada, donde el “malo” es irremediablemente “malo” y el “bueno” es inconfundiblemente “bueno”. Las características de ambos personajes, sin lugar a dudas, están definidas por los valores que prevalecen en una cultura a través de la sabiduría popular que se conserva y transmite de generación en generación.

Si se parte del principio de que es difícil concebir grandes obras sin grandes personajes, entonces es lógico deducir que la buena construcción de un personaje es de vital importancia en una obra literaria. No es casual que en la mayoría de los libros destinados a los niños, donde los personajes viven en un mundo maniqueo de “héroes/heroínas” y “villanos/villanas”, se advierta que los personajes principales, asociados a la belleza, la inocencia, la sinceridad y la valentía, encarnan valores éticos y morales que contrastan con la escala de valores que representan los villanos.

Si la temática de una obra está llena de contrastes y conflictos, es imprescindible definir al antagonista con todos sus atributos, ya que él, en su condición de opositor, constituirá otro de los protagonistas de la historia narrada. El antagonista, que no siempre tiene características humanas, cumple la función de ser un “antihéroe” enfrentado a los buenos propósitos de su rival que, en este caso, es el personaje principal de la historia, con el cual se identifican los niños por varias razones emocionales y psicológicas, sobre todo, cuando el autor logra que el “héroe” de la historia tenga virtudes que simbolicen la bondad, la justicia, las acciones positivas, la lucha contra el mal y la búsqueda de la felicidad.

Para los niños un personaje puede ser animado o inanimado, porque se identifican con las historias protagonizadas tanto por humanos como por animales o cosas, que ellos reconocen en su entorno inmediato. Su capacidad de imaginación y su concepción mágica de la naturaleza, les permite disfrutar incluso de las aventuras realizadas por un grupo de piedras en medio de la corriente de un río. Los niños imaginan que los animales pueden tener voz propia y que los árboles pueden moverse de un sitio a otro, como si estuvieran dotados de facultades humanas.

En la literatura existe una clara distinción entre personas y personajes, es decir, entre personas reales y personajes literarios, tomando en cuenta que la persona pertenece al mundo real, mientras que el personaje es la creación ficticia de un autor, quien le reviste con atributos que le permitan cumplir un rol protagónico dentro de una historia narrada en cualquiera de los géneros literarios. Incluso en la poesía existe, de manera implícita o explícita, una persona que cumple la función de narrador o de oyente imaginario, ya que el personaje es una construcción mental elaborada mediante el lenguaje y la imaginación del autor.

Queda claro que en las obras literarias no todos los personajes son ficticios, por eso mismo se distinguen entre “personajes circulares” y “personajes lineales”. Los primeros tienen características mucho más realistas y creíbles, y sus acciones son similares a las de cualquier mortal; en cambio los “personajes lineales”, desde el instante en que son concebidos imaginariamente por el autor, tienen rasgos y comportamientos que difieren de una “persona normal”.

Los escritores, como es natural, convierten en lenguaje los elementos que observan y sobre los cuales arman las estructuras de su obra; uno de esos elementos es el personaje central en torno al cual debe girar el antecedente, el nudo y el desenlace de lo que se quiere transmitir a los lectores a través del lenguaje que, en el caso de la literatura infantil, debe tomar en cuenta el grado de desarrollo idiomático, intelectual y emocional del destinatario. De nada sirve que el personaje y el argumento estén bien concebidos, si el lenguaje que se usa es abstracto, intrincado y poco accesible a la comprensión lectora de los niños.

Si la principal función de la literatura es de carácter recreativo y no didáctico, entonces tanto el personaje como el argumento no tienen por qué transmitir necesariamente conocimientos escolares, ya que esta función la cumplen los libros de texto dentro del sistema educativo. La literatura destinada a los niños debe jugar con la fantasía de los lectores y arrancarles de su realidad cotidiana a través de la magia de la palabra y la representación simbólica de las situaciones y cosas, con la intención de transportarlos hacia otros mundos re-creados por el ingenio del autor.

Los personajes, convertidos en “héroes” o “antihéroes” en una obra literaria, son los encargados de atrapar la atención de los lectores y guiarlos a lo largo de la historia narrada, donde ellos son los protagonistas principales o secundarios, los encargados de que el cuento o la novela sean verosímiles y el lector se identifique, de un modo consciente o inconsciente, con las acciones, pensamientos y sentimientos de estos personajes que, aun habiendo sido creados por la inventiva de un autor, cobran vida propia en las obras literarias, como si de veras existieran en la realidad y estuvieran moviéndose cerquita del lector.

La buena o mala construcción de un personaje depende mucho de la capacidad creativa del autor, quien tiene la responsabilidad de dotarle de ciertos atributos que lo asemejen a las personas de la vida real. El autor es quien decide las cualidades físicas y mentales que tendrá el protagonista, lo que éste dirá y hará en cada una de las acciones relatadas, ya que todo personaje literario emite juicios y opiniones acerca de sus aliados y adversarios, con el fin de que su escala de valores se sobreponga a la de sus contrincantes y el mensaje destinado a los lectores sea lo más convincente y coherente posibles.

Los personajes para ser verosímiles, incluso en el contexto de una obra ficción, deben poseer cualidades, pensamientos y sentimientos que sean reconocibles por los lectores, aunque cada lector, dependiendo de su propia realidad y fantasía, es libre de interpretar a su manera los dichos y hechos que el autor le atribuye al protagonista de su obra que, en la mayoría de los casos, se parece al muñeco de un ventrílocuo, quien, una vez que reviste al muñeco con personalidades y voces diversas, expresa a través de él todo lo que siente y piensa, exactamente como lo hace el autor a través de sus personajes creados o recreados en su obra literaria.

El personaje, independientemente de su edad, raza, sexo y condición social, debe ser, en el mejor de los casos, algo más que un simple estereotipo, en el que apenas se reconocen ciertas características, cualidades y habilidades, que comparten los individuos reales y pertenecientes a una comunidad social y cultural determinadas. El personaje estereotipado, aunque es presentado como un modelo de cualidades y conductas, carece de vida propia y sus acciones tienden a ser maniqueas, ya sea porque representa inevitablemente la “bondad” o inconfundiblemente la “maldad”, pero en ningún caso encarnan las virtudes y los defectos inherentes a la condición humana; es más, algunos estudiosos consideran que el personaje estereotipado está más vinculado a las creencias religiosas, a los pensamientos ilógicos y las historias basadas en argumentos dicotómicos, que limitan la creatividad tanto del autor como del lector.

Las cualidades y los defectos encarnados por un personaje, así éste haya sido preconcebido por las ideas y los prejuicios propios del autor, tienen que aproximarse a las personas pertenecientes a una categoría, nacionalidad, etnia, edad, sexo, orientación sexual, procedencia geográfica y otros; de lo contrario, se corre el riesgo de que el personaje resulte ajeno a las expectativas del lector interesado en reflejarse en las ideas y acciones del protagonista del cuento o la novela. Lo mismo ocurre con la poesía, en la que el lector se identifica con los versos que están basados en las vivencias y reflexiones del poeta, quien rara vez escribe en tiempo futuro, ya que sus emociones están casi siempre ancladas en el pasado y el presente.

Por otro lado, para que un personaje llene las expectativas del niño lector, cuya fantasía rebasa todos los límites de la lógica formal, debe liberase de la mano conductora de su autor y adquirir vida propia. Sólo así logrará sobrevivir al tiempo y al espacio, y, lo que es más importante, logrará quedarse para siempre en el imaginario del lector. Quizás por eso la mayoría de las grandes obras de la literatura tienen un personaje con vida propia, que capta el interés de los lectores y hasta es motivo de devoción, como los personajes que provienen de la cantera popular y se mantienen vivos gracias a la tradición oral transmitida de generación en generación.

Si a los niños les apasiona leer los cuentos clásicos de los Hermanos Grimm, Charles Perrault o Hans Christian Andersen es, precisamente, porque en sus personajes se reflejan los conflictos y las aspiraciones que ellos mismos experimentan en su vida cotidiana; más todavía, se sienten representados por estos personajes inmortales que, contrariamente a la opinión de muchos críticos de los cuentos de hadas, se convierten en paradigmas del comportamiento humano.

La literatura infantil, como el resto de la literatura universal, tiene su mayor fuerza de gravitación en sus personajes que, lejos de ser simples clichés y criaturas de papel, son seres cargados de sentimientos, deseos, sensaciones y pensamientos similares a los que abrigan los lectores, quienes, gracias a su capacidad de ensoñación, los conservan en la mente como si fuesen los eternos amigos de su vida.

Está comprobado que algunos personajes de la literatura infantil, debido a las características que representan y a la verosimilitud de sus acciones, tienen la facultad de penetrar en el corazón y la imaginación de los lectores, como si se tratara de verdaderos interlocutores, con los cuales pueden identificarse los niños, sobre todo, si se toma en cuenta que los lectores, como parte de sus relaciones afectivas, aman y odian a los personajes creados y recreados en los cuentos y novelas, donde no es difícil distinguir, como en la vida real, entre lo que es “bueno” y lo que es “malo”.

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