Viernes 21 de marzo de 2014
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No saben leer. No podrán nunca escribir una carta, ni un libro, ni una simple nota. No conocen a Hans Christian Andersen, ni a Walt Whitman, ni a Oscar Wild. Serán incapaces de entender y deleitarse con las obras de Miguel Ángel, de Édouard Manet o de Salvador Dalí. Es posible que nadie les haya leído nunca un cuento. Ellos tampoco se los leerán a sus hijos, ni a sus nietos.
Unos 250 millones de niños en el mundo no reciben una educación básica. Algunos dejan la escuela a edades muy tempranas, otros no llegan a pisarla. Son muchos los que viven en zonas de conflicto o en sitios desfavorecidos, donde escasean profesores y medios para el aprendizaje. La mayoría se ven en la obligación y en la necesidad de trabajar para sobrevivir. No disfrutan de sus derechos, en concreto del derecho a tener una enseñanza digna, recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Sin esa educación no tendrán un desarrollo intelectual comparable al de una persona que ha ido al colegio. Aprenden por la experiencia, pero solo entienden su mundo. Se acostumbran a lidiar con situaciones desesperantes, al trabajo duro y a vivir con muy poco. Su personalidad se forma en un ambiente escaso de cultura. No adquieren aptitudes básicas, ni los valores necesarios para ser personas libres. Será difícil que juzguen por sí mismos una realidad distinta a la que viven. La falta de conocimientos impide que tengan ideas firmes y que puedan defenderlas con argumentos. Tienen enormes carencias de las que ni siquiera serán conscientes. Su futuro se limita a seguir trabajando sin descanso, a tener hijos a los que tampoco podrán educar, y a no poder mejorar su calidad de vida.