Jueves 20 de marzo de 2014
ver hoy
En la mayoría de las veces, el amor filial está quieto en un rincón de la casa, empolvado, olvidado. La figura del padre es nada más que eso, una figura llena de arrugas y de canas mal peinadas. Un montón de experiencia callada. Un corazón que late apresurado por las penas o por las alegrías de aquellos que crecieron junto a él… de aquellos que vinieron de él.
Es el viejo, el que derrama una lágrima cuando ve que los hijos han logrado abrirse paso en la vida y se han graduado de la universidad. Podría decir: ¡¡Misión cumplida!! Pero no, no lo hace porque sabe que su misión sólo terminará cuando termine su vida. Yo observo ese pasado que oculta tantos desvelos, tantos sueños, tantos consejos olvidados; todos los sueños de mi infancia los observo con gratitud y nostalgia.
Innecesaria e injustamente al padre se lo hace ver como la figura del ceño fruncido, que inspira miedo e infunde forzado respeto. Cuando los años pasan, no vemos sino a una persona de lento caminar por el peso de los años; tremendamente tierno y cansado de obligarse a mostrar la figura seria e imponente, que inspirará respeto para cumplir con la obligación de educar a los hijos de la mejor manera posible. Para el bien de ellos, de la familia y de la patria.