Fernando Rodríguez C. afirma que Picasso, “al identificarse a sí mismo como bufón, estableció la pintura moderna y al artista moderno como arlequín o bufón… La importancia del artista-bufón es la de mostrar ciertas verdades. Ya no es la estética de la belleza sino la estética del mostrar la sociedad”. Los críticos Fernando Calderón G. y Javier Sanjinés C. realizan una lectura de la realidad desde “Achachicala” el acrílico del artista plástico Raúl Lara (Oruro, 1940 - Cochabamba, 2011)
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Primera de tres partes
Javier Sanjinés (J.S.): Si te parece bien, Fernando, comenzamos con tu lectura “Achachicala”, la pintura de Raúl Lara. Digo “tu” lectura porque creo que coincidiremos en el hecho de que pintura moderna no admite significados fijos sino múltiples lecturas de la realidad.
Fernando Calderón (F.C.): Me parece que lo más importante de esta obra maestra de Lara, por su calidad estética y su mensaje cultural, es que marca un momento histórico muy importante en el país. Lara nos enseña que no se puede tener una sola mirada para comprender la realidad. Ésta sólo puede ser comprendida a través de múltiples miradas. La estética de Lara rompe con las miradas dogmáticas de la realidad, realidad sobre la historia o sobre el arte. Creo ver en esta pintura de Lara la influencia de Velázquez, particularmente de sus “Meninas”. Obviamente, no trato aquí de relacionar contenidos, sino modalidades de producción estética que rompen con momentos históricos específicos. Tanto Velázquez como Lara nos invitan a plantearnos preguntas e intentar contestarlas. ¿Quiénes son, por ejemplo, los protagonistas del cuadro? En la medida en que nos planteamos preguntas a propósito de “Achachicala”, Lara nos invita a disfrutar de un hermoso acto creativo que también puede leerse como un acto libertario.
Para mí, como observador, la pintura me plantea una dialéctica interesante entre las personas estáticas y la micro en movimiento. Lo importante de las personas está en sus miradas. No vemos la cara del chofer, quien mira afuera, concentrado en la conducción del bus o, quizás, en el manejo del dinero. Las miradas interesantes son las de los dos pasajeros distantes; uno, con la mirada perdida; el otro, que mira detrás de unos lentes oscuros. La mirada del espejo es reveladora. Refleja dos piernas hermosamente sensuales y las espaldas de los pasajeros que no miran a quien los observa, sino que miran de frente. De alguna manera, la mirada de las dos personas que nos miran, y que están sentadas al revés, es una mirada que nos domina. Percibo también la posibilidad de que la mirada del chofer controle nuestra facultad de ver placenteramente las dos piernas reflejadas en el espejo. El cuadro supone una dialéctica interesante entre el movimiento de la micro y la rigidez de los personajes.
Creo que el cuadro de Lara plantea algunos temas importantes de la modernidad. Está, por ejemplo, el tema de la identidad. Hay una invitación tácita del pintor a que nos identifiquemos con los personajes en este viaje de la micro rumbo a Achachicala. Somos, como observadores, parte del cuadro; parte de la mirada del deseo y de la censura. Construimos, pues, nuestra propia identidad a través de la mirada de los otros. Y la identidad es problemática porque resulta ser un mecanismo de control entre el deseo y la censura.
En las miradas están también los temas del silencio, de la incomunicación. Las personas no dicen nada, no muestran sentimientos de afecto, de solidaridad. Las miradas te miran sin mirarte, te muestran no sólo su soledad sino también tu tremenda soledad. Y, como te decía antes, supone que la micro está en movimiento, pero, a la vez, hay una sensación de quietud; da la impresión de que todo está estático y que nada se mueve dentro de la micro. Me parece que la lección del cuadro es que nosotros, los observadores, miramos a las personas para convertirnos también en pasajeros y para viajar con ellos a Achachicala, a esta zona popular de La Paz. Nosotros participamos del cuadro, y construimos también nuestra identidad junto a la identidad de los pasajeros pintados por Lara. Ahora, quisiera saber ¿cómo miras tú estas miradas?
J.S.: No hay duda, Fernando, de que uno de los aspectos más llamativos de “Achachicala” es el modo en que nosotros, los observadores, quedamos involucrados en la construcción de su mensaje. No podemos, pues, quedar indiferentes ante su producción de sentidos porque, como tú observaste, estamos también involucrados.
La primera cosa que se me viene a la mente es el hecho de que esta pintura de Lara nada tiene que ver con la representación simbólica de la realidad. Me parece que no está ligada a ningún significado fijo, ni puede ser leída como un acontecimiento sublimante de la realidad nacional. Por ende, nada tiene que ver con la lectura “aurática” y homogenizadora de la identidad mestiza que promovía la Revolución nacional. Si por “aura” definimos al arte modernista que ignora lo cotidiano, es decir, la cultura popular, es claro, en mi criterio, que pinturas como “Achachicala”, muestran lo que podríamos identificar como “eclipse del aura”. La obra de Lara tiene un enorme efecto social que proviene precisamente de la fuerza de la cultura popular, fuerza que, lejos de ser sublimante, marca el proceso de la desublimación.
En segundo lugar, coincido contigo en que la lectura de la pintura da lugar a miradas subjetivas que tienen que ver con la reflexión fenomenológica del cuadro, reflexión en al que cada uno de nosotros construimos los mensajes, los mismo que, por otra parte, nos construyen a nosotros. La percepción se funda en el comportamiento activo de los cuerpos humanos. Mirar, oír, tocar son hábitos culturales adquiridos, formas de conducta que los cuerpos no adquieren pasivamente. Y eso es precisamente, querido Fernando, lo que tú acabas de hacer con tu lectura del cuadro de Lara: no recibes pasivamente el mensaje del cuadro, sino que los produces, lo emites, para interrogar activamente tu propio mundo.
Tu recuento de miradas tiene que ver con el hecho de que la lectura fenomenológica del cuadro se produce “en el mundo” y no en la mente. Así, tu percepción visual de “Achachicala” se da entre el cuadro y tu cuerpo que lo percibe. No hay, pues, dos “Achachicalas”, una en el mundo y otra en la mente, sino un solo cuadro, titulado “Achachicala”, que es objeto de tu percepción.
En tercer lugar, mi subjetividad me indica que las miradas de los pasajeros del cuadro son un tanto inconexas, pues miran al vacío; son miradas que no miran, y que pueden dar lugar a la reflexión un tanto problemática de temas tales como la soledad, la incomunicación, la falta de intersubjetividad. La misma identidad de los personajes queda escondida detrás de esos lentes oscuros, los cuales esconden miradas enigmáticas.
En cuarto lugar, me llama mucho la atención el aspecto voluptuoso y carnal del cuadro. Me parece que el goce y el placer carnal son elementos posmodernos de enorme interés en la lectura del cuadro. Refuerzan los temas que tratamos en nuestro anterior diálogo. El aspecto carnal del cuadro rompe con los cuerpos esqueléticos y musculosos de la estética moderna. Por su carácter voluptuoso, el cuadro de Lara nada tiene que ver, por ejemplo, con los cuerpos humanos de los murales. Los pasajeros son cholos voluptuosos, y lo propio se puede decir de las piernas reflejadas en el espejo. Si Lyotard tiene razón cuando dice que lo sublime es quizás la única forma de sensibilidad artística que exprese la modernidad, es claro, en mi criterio, que “Achachicala” está inscrito dentro del proceso de desublimacion del que hablábamos antes. Y esta desublimaicón, que observa los cuerpos humanos sin el “aura” de la modernidad, no responde, a mi modo deber, al criterio de belleza. Ésa es, por su puerto, mi percepción, la que difiere en algunos aspectos de la manera en que tú produces activamente el mensaje del cuadro.
Continuará
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