Homenaje del historiador Josep M. Barnadas al recientemente fallecido académico de la lengua y la historia Alfonso Gamarra Durana
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El lunes de Carnaval, este año el 3 de marzo, el Dr. Alfonso Gamarra Durana falleció en Cochabamba, donde había acabado instalándose después de su tardía jubilación profesional. Aunque ya hacía lustros que nos conocíamos, confié que con su acercamiento físico nos íbamos a ver y tratar con mayor asiduidad y facilidad.
Del Dr. Gamarra médico sé muy pocas cosas: que se formó en México; que trabajaba en la Caja; que era cardiólogo; que mantenía su consulta privada (como todo médico que se lo puede permitir). Es decir, casi nada.
El Gamarra con quien tuve relación fue más bien el escritor. Como tantas otras veces, primero conocí sus escritos (supongo que fue en Presencia Literaria) que a quien los había escrito; pero también acabé conociéndolo (o en su consultorio o en su vivienda orureños). Y seguí también sus publicaciones en forma de libro: unas veces ensayos literarios, otras veces históricos, otras a caballo entre lo uno y lo otro, con insinuaciones filosóficas.
Pronto me di cuenta, ya fuera leyéndolo o tratándolo, que era un hombre de amplias curiosidades: historia, literatura, filosofía, religión...; pero con una frecuente prioridad: lo orureño, su tierra; a la que siempre permaneció fiel. Ojo: prioridad afectiva y, en cierta manera, efectiva; pero que nunca le acortó el horizonte mental. Y que nunca le achicó la curiosidad para salir en busca de las raíces de los problemas que le apasionaban, por más alejadas que acabaran estando de sus ámbitos, digamos familiares. Hasta el punto de que en algunos de sus escritos pisa terrenos que, en el limitado entorno local, podían acabar ganándose los calificativos de exóticos, insólitos y aun extravagantes (que a la hora de adjetivar –sobre todo a los hombres– ¡para todo hay gustos!).
Pero tengo la impresión de que esto al Dr. Gamarra le tenía sin cuidado. Porque uno de sus rasgos intelectuales más acusados fue la independencia de criterios y de gustos. Y lo caracterizaba porque creía realmente en esa independencia. Parecería que ya desde joven había renunciado al anhelo de la popularidad y del reconocimiento bullanguero, pero poco auténtico.
Y es que, otro rasgo primordial de su personalidad, Gamarra pronto te demostraba un carácter predominantemente retraído. Prefería que tú le hablaras a que él te hablara y te contara. Sobre todo aborrecía salir a defender y a encaramar sus escritos en las ‘cumbres’ de la gloria. Supongo que escribía, no para cosechar aplausos, sino más bien como otra forma (no la única) de un intenso e insaciable diálogo interior. Total, en las antípodas de lo que suele predominar en la mayoría de los mortales (pura vanidad).
Es verdad que ese retraimiento no te facilitaba el diálogo interpersonal, pues tú tenías que mantenerlo a pulso, formulándole preguntas concretas sobre puntos concretos. Como he dicho, él se encontraba mejor oyendo hablar a los demás; y mejor todavía si era junto a un solo interlocutor; es decir, sin testigos. Y no se crea que esto era por temor a dar a conocer sus propios puntos de vista; era porque creía más rentable oír opiniones o conocimientos ajenos: los suyos propios ya los conocía, mientras que los de los otros incrementaban su íntimo caudal. Tanto más si se trataba de una persona a la que apreciaba y valoraba.
Desde que se instaló en Cochabamba, insisto, mis expectativas de un trato más continuado e intenso los hechos vinieron a desmentirlas. Salvo un par o tres de visitas familiares en su casa o en la mía, apenas unas pocas ocasiones más de coincidir en actos públicos de carácter cultural (uno de los últimos, visitando conmigo la Exposición del Libro Catalán del Palacio Portales, en octubre del 2012). Y es que, por razones estrictamente familiares o por las de su salud, nunca llegaba la ocasión de encontrarnos: dolencias aparentemente poco amenazadoras, pero no bien identificadas, mantuvieron al médico en una cadena de exámenes y dictámenes fallidos (no me atrevo a calificarlos como lo que ahora llaman ‘malas prácticas’) de sus colegas. Y todo se acabó ahora, de forma abrupta y que prácticamente no dio lugar a nuevas idas y venidas, internaciones, exámenes, diagnósticos, pues cuando apenas parecía iniciarse un nuevo episodio de aquel maligno espiral, el Dr. Gamarra acabó su paso por esta tierra.
Habiendo en vida desechado las manifestaciones ruidosas, tampoco ahora en muerte debería esperar homenajes postizos. Veo en él un ejemplar genuino más de aquella tradición universal del ‘médico culto’, que en el país cuenta también con una apreciable galería.
Fuente: LA PATRIA
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