El materialismo vulgar niega a Dios porque no lo ve
14 mar 2014
Por: Maximiliano Corradi
Desde la antigüedad la humanidad ha buscado primero en mitos y leyendas, luego en las grandes religiones mundiales y también en la filosofía respuestas a las preguntas primordiales de nuestra existencia, que en una ocasión Immanuel Kant resumió así: ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Qué podemos saber? ¿Qué podemos esperar?
El mito buscaba respuestas en imágenes dramáticas y en acontecimientos que fueron transmitidos desde tiempos inmemoriales y reflejaban de forma simbólica un conocimiento primario de la humanidad: de catástrofes y salvación, de mundos del más allá y ataduras terrenales, de vida y muerte, de renacimiento y redención. La fuente de reconocimiento de la filosofía es más modesta, por no decir más limitada: sólo en sus comienzos, aproximadamente en el siglo VI a.c., se nutre aún de la intuición, de la visión interna.
Y los períodos de auge religioso de la humanidad se han desarrollado por una parte a partir del conocimiento primario mitológico, y por otra han resultado de una nueva fuente de reconocimiento que se abrió: la manifestación de Dios, que se inclina hacia la humanidad y le habla a través de portavoces, se trata de los “profetas de la Antigua Alianza” y ante todo de Jesús de Nazaret, que según el convencimiento cristiano vino a la Tierra como Hijo de Dios y se convirtió en Redentor de la humanidad.
Para Tales de Mileto y sus seguidores filosóficos, la materia tenía vida y el Universo era una unidad orgánica; pero pocos siglos más tarde se produjo una línea divisoria entre el espíritu y la materia, mediante la “Teoría atómica” de Demócrito que descomponía el mundo en partículas de materia muerta; luego mediante la filosofía de Aristóteles, que fue determinante hasta la Edad media. Cuando Descartes en el siglo XVII, con su famosa frase “pienso, luego existo”, identificó al ser humano con su intelecto y despachó cualquier otra cosa, inclusive animales y plantas, como a materia de funcionamiento maquinal, todo había pasado definitivamente: en el tiempo siguiente, la imagen mecánica del mudo celebró sobre la base de la física de Newton sus triunfos de las ciencias naturales y perdió de vista la vida y el Espíritu.
Hoy día aún sufrimos bajo los efectos de esto. A partir de la prohibición filosófica del Espíritu, se desarrolló un materialismo vulgar que niega a Dios porque “no lo ve”, que contempla los sentimientos y sensaciones y al alma en su conjunto, como a un mero epifenómeno, como a una aparición acompañante de la química de nuestro cuerpo y que sólo considera real lo que puede pesarse y medirse.
El espíritu que a principios de siglo ayudó a las ciencias naturales a alcanzar una nueva conciencia y disolvió la imagen materialista del mundo, es el mismo Espíritu que a fines de siglo se manifiesta como “Espíritu” a través de boca profética, y rompe el cristianismo petrificado, renovando, profundizando y completando las enseñanzas que trajo Jesús de Nazaret, tal como Él mismo anunció. Su mensaje dice así: Dios es todo en todo. El está en cada piedra, en cada planta, en cada animal y en cada ser humano. El está más cerca que vuestros brazos y piernas. Su Creación es en origen Espíritu, y las manifestaciones de sustancia gruesa del “mundo” han surgido a causa de los acontecimientos de la Caída y son sólo reflejos del Hogar eterno al que regresarán todas las formas creadas.
A muchas religiones del mundo esto les resulta conocido como conocimiento primario de la humanidad. En el cambio de la era de Piscis a la era de Acuario, el Espíritu de Dios recuerda esto nuevamente a la humanidad y le permite mirar a la vez en dimensiones insospechadas: en la estructura atómica espiritual del ser, en las relaciones entre los cosmos material y espiritual, en los detalles de los acontecimientos de la Caída, en la ley kármica de causa y efecto, en las interrelaciones entre nacimiento y renacimiento y en muchas otras cosas; pero ante todo, El enseña el camino de esclarecimiento y purificación de alma y hombre, de forma que la conciencia del ser humano pueda volver a alcanzar la unidad con el ser primario, el Espíritu divino, Dios.
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