El mundo, aunque parezca hostil e indiferente, acogía la esperanza que tras la salida del poder del ignominioso régimen talibán, las mujeres afganas dejarían colgado para siempre el burka o sudario e ingresarían a una vida normal, soberanas en su libertad. Para mal de la humanidad sensible la situación no cambió y la realidad apunta inequívocamente que se suplantó un régimen fundamentalista a ultranza por otro similar, la Alianza del Norte, tan brutal, cruel y misógino (fobia a la mujer), como el talibán.
Las mujeres continúan viviendo o mejor, sobreviviendo sin derechos en un país que a vista de la comunidad internacional desarrolla un “gobierno democrático”, la Alianza, que ostenta y demuestra poseer la misma mentalidad talibán; continúan las violaciones a inocentes mujeres, 60 a 70% de los matrimonios son pactados y muchas mujeres optan tristemente exhaustas en su desesperación por el suicidio, inmolándose para extraerse definitivamente del infierno de sus vidas; a otras mujeres sus maridos intentaron e intentan quemarlas vivas por la simple y trivial acción de contradecirlos.
Las mujeres no pueden estudiar ni trabajar, no pueden caminar solas en las calles ni ser tratadas en sus eventuales enfermedades o dolencias por doctores de sexo masculino; tampoco pueden asomarse a las ventanas ni usar tacones altos; deben usar el burka, especie de sudario portátil que las cubre de la cabeza a los pies, causándoles dificultades en la respiración normal y, cuando no lo usan reciben azotes en público e insultos infamantes. Se les prohíbe a estas heroicas mujeres usar cosméticos y perfumes y si se les sorprende con las uñas pintadas. Les amputan los dedos.
Reír en voz alta y alegre está prohibido, no pudiendo asistir a reuniones públicas ni practicar deportes; no se les permite subir a un taxi sin acompañante familiar, están prohibidas de lavar ropa en los ríos o usar los baños públicos, menos usar colores vistosos en sus atuendos, ver televisión (prohibición para mujeres y hombres), y cuando son sorprendidas en presunto adulterio, en la mayoría de los casos sin comprobar, son lapidadas vivas.
Esta retahíla de vejaciones y conculcaciones de los derechos de las mujeres de ese país, entristece el espíritu de las personas que sienten empatía por esa tragedia actual que sitúa al hombre en su nivel más bajo de civilización, pues para su beneficio cohonesta esta situación por mantener la preeminencia en la sociedad talibán.
Bolivia no se aleja o distancia de estas aberraciones de conducta social de la comunidad: continúan las violaciones, el abuso sexual, los uxoricidios, homicidios a mujeres adultas, jóvenes, adolescentes, niños y niñas.
Las leyes de protección a la mujer y al niño-niña apuntan precisamente a la protección propiamente dicha pero no encuentran la implementación adecuada que solamente se hará realidad contundente por medio de la aplicación procesal sumarísima, inapelable y justa. Solo esto podría erigir la confianza plena en los ciudadanos que nunca se equivocan pues son la voz de Dios.
(*) Abogado Corporativo, postgrado en Arbitraje y Conciliación. Escritor. Doctor Honoris Causa
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