Pese al incremento de unidades móviles que conforman el parque automotor de transporte público el servicio en sí no ha mejorado absolutamente en nada, la incomodidad persiste, el desaseo también, el mal trato a los usuarios es norma que rige cotidianamente, pero la tarifa ya se incrementó en centavos que sumados con centenares de pasajeros deja una buena utilidad al sector.
Las quejas de los usuarios son más frecuentes, especialmente cuando se trata de personas de la tercera edad y en el otro extremo de los niños y jóvenes, los estudiantes, ambos grupos discriminados olímpicamente por conductores desaprensivos que pasan de largo cuando observan a esos usuarios.
Los vecinos tienen todo el derecho de reclamar mejores condiciones en el transporte de pasajeros en general, hay que considerar que la movilización de personas es un derecho fundamental ciudadano y para facilitar el mismo se ha creado el sistema de transporte, que debe responder a las necesidades y las exigencias de los usuarios que son los que pagan por utilizar este medio de transportación obligado e ineludible, pero no por eso, soportando una abierta agresión de los conductores.
El problema se complica mucho más cuando se observa el mal estado de la mayoría de movilidades, los estrechos minibuses que llevan pasajeros en exceso, en condición de “sardinas enlatadas” y los micros que igualmente llenan sus pasillos no sólo con pasajeros, sino también con gran cantidad de enormes “bultos”, incluyendo hasta garrafas de gas.
Se necesita un control permanente por parte de las autoridades policiales, la unidad de Tránsito que despliegue sus agentes en toda la ciudad, observando la circulación y el trabajo en el servicio público de transporte, de modo que los usuarios se sientan protegidos ante la prepotencia de muchos conductores – no todos – que desconocen mínimas reglas de urbanidad y acatamiento a disposiciones en vigencia.
Debido al exceso de movilidades de todo tipo, incluyendo en las calles a las movilidades particulares, el caos de transporte es generalizado en amplia área del centro urbano, lo que hace que sin mayores consideraciones, se alteren las rutas y mucha gente quede esperando por largos periodos el paso de las movilidades, perjudicando sus quehaceres normales. Para los pasajeros mayores y los pequeños estudiantes, ese cambio de rutas es sumamente peligroso y atentatorio a su seguridad.
Las autoridades policiales se ocupan de menesteres “lucrativos” colocando “boletas de infracción” en vehículos supuestamente mal estacionados, cuando deberían ocuparse de ejercer control para que el masivo transporte de pasajeros tenga cierta comodidad y garantía, pues esas dos condiciones son parte obligatoria del trabajo de ese sector, que se distorsiona totalmente por la falta de adecuado y permanente control.
Es urgente que se disponga un plan de control policial, amplio y estricto, que se cumpla en las calles de la ciudad, con presencia de efectivos policiales en las mismas movilidades y en las paradas de estas movilidades. Los patrulleros de la entidad policial deben dar uso práctico a sus motocicletas, disponiendo que las mismas sirvan para efectuar seguimiento al transporte público, observando en las calles las irregularidades que se cometen, parando a los infractores, advirtiéndoles de las fallas comprobadas y en su caso sancionando a esos malos servidores del transporte de pasajeros.
La única manera de poner orden en el caótico servicio del transporte público, será aplicando controles permanentes y sanciones por toda transgresión que sea verificada, que con seguridad serán muchas, pues casi todos los minibuses y micros llevan pasajeros en exceso, incumplen sus rutas y maltratan a los usuarios. La Policía, tiene la palabra.
Fuente: LA PATRIA
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