El desmoronamiento de la pasarela aérea construida para facilitar a peatones el paso de una acera a la otra durante la entrada del sábado de Carnaval, viene buscando chivos expiatorios para descargar sobre ellos todas las responsabilidades que pudieran encontrarse en las investigaciones que fiscales y policía vienen emprendiendo, por la muerte instantánea de un espectador, de tres músicos de la Banda Espectacular Poopó y de uno más, tres días después, así como de los más de 90 heridos, cuya mayoría, según partes oficiales, ya han sido dados de alta.
Fue una gran tragedia que ha traumatizado particularmente al pueblo orureño, que no encuentra explicaciones para superar la psicosis de la pasarela. Las desgracias no avisan cuándo ni cómo pueden ocurrir. La entereza, prudencia y sana reflexión debe permitir a todos los orureños mediante sus natos representantes hilvanar una trama coherente de antecedentes y causas probables que habrían concurrido para el desenlace de semejante tragedia.
Ya se pinta un matiz político y los intereses grupales en las explicaciones de unos y de otros, sobre las causas que hubiesen provocado el accidente fatal. Es fácil darse cuenta el rumbo que está tomando la cuestión, por las declaraciones mediáticas que buscan la cabeza de la alcaldesa y con ellas de sus colaboradores próximos.
Con seguridad que las cuestiones materiales como causas principales del siniestro, serán establecidas por quienes tienen a su cargo las investigaciones, pero lo que no siempre se toma en cuenta como causas son aquellas cuestiones más generales y amplias, el verdadero contexto donde con seguridad pueden encontrarse las mayores explicaciones que provocaron el desastre y que necesariamente debe ser motivo de reflexión de todo el pueblo orureño y sus instituciones para un reordenamiento a profundidad de la organización de su Carnaval.
Esa causa se llama especulación, que comienza en el gran negocio de la venta de graderías, librado a dominio de la Asociación de Conjuntos Folclóricos, y en el falso entendimiento de que son turistas externos que llenan Oruro y a los que hay que cobrarles a precio de dólar el pago de un asiento para ver el Carnaval.
Una falsa suposición. No hay estadísticas que indiquen cuántos extranjeros participan del Carnaval. Siempre se dice que son muchos. Sin duda que debe haber un buen número de turistas extranjeros que se dan cita para el Carnaval, lo que representa en sí algún flujo económico. Pero, en verdad, el mayor flujo, probablemente el 80 por ciento de esos 500 mil visitantes que se estima llegan a Oruro todos los años, son turistas internos, es decir gente que viene de diferentes departamentos, y los que generan una mayor parte de la economía que se mueve esos días. Por igual deben soportar los caprichos de la especulación. Hay gente que ha pagado entre 200 y hasta 1.000 bolivianos por asiento en lugares no muy preferenciales y preferenciales. Ni qué decir de la hotelería y el alojamiento, de cuya necesidad sacan buen provecho algunas familias que habilitan por una noche o dos o tres habitaciones, algunas sin catres ni colchones que también se cobran a precio de especulación. Tampoco se escapa el precio de la comida, que duplica y hasta triplica su precio.
En resumidas cuentas, el Carnaval, probablemente la única actividad en el calendario turístico de esa ciudad, y de la que hay que sacar el mayor provecho para que las ganancias sirvan para todo el año. Este es probablemente un razonable propósito, que deja sin embargo fuera a gran parte del pueblo orureño del Carnaval, cuya economía, sabemos, le impide pagar precios prohibitivos por asientos, lo que motiva a que mucha gente, en su afán de espectar a los bailarines y las bandas de música, recurra a subterfugios, como el de invadir y sobrecargar las pasarelas con espectadores gratuitos, “coladores” como se dice popularmente.
No es posible pensar dejar de lado a quienes son los verdaderos anfitriones del Carnaval, el pueblo orureño, que se siente lastimado ante los precios de especulación, prohibitivos para su economía y que le impiden participar del carnaval.
No es posible concebir cómo es posible pagar por malos servicios de un acontecimiento, del que se ufanan los orureños, declarado como “Patrimonio de la Humanidad”, es decir pagar por algo que me pertenece. La especulación siempre provoca marginamientos que muchos interpretan como discriminación.
Urge que la orureñidad, saque buenas experiencias y sanas reflexiones del dolor que ha dejado este Carnaval, analice los otros contextos, no sólo los inmediatos. En ese orden hay muchos contextos que si pueden mejorarse de manera coherente y con participación de todos los orureños y de sus instituciones, en sano y sereno diálogo.
(*) Periodista
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