Luis Urquieta Molleda. Cochabamba, 1932. Reside en Oruro desde 1953. Escritor e ingeniero civil. Fundador del Movimiento Cultural Altiplano; miembro de la Sociedad de Escritores de Bolivia. Fundador y director editor del Suplemento Orureño de Cultura “El Duende”. Miembro de la Academia Boliviana de la Lengua, Presidente de la Fundación Cultural ZOFRO. Su obra emblemática “Sol de otoño. Escritos literarios”.
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Elogio de la poesía
Entre los sueños
y la huella del tiempo
intemporal, extiendes
armonioso tu verbo vital.
Del ser fáctico escudriñas
su existencial esencia,
diseñando por cabriolas
la impoluta belleza.
Fastigio de la expresión
enigma de espíritus prosaicos,
eres musa de las dichas
y las endechas.
Aunque hiles sin mesura
en la seda de entramados,
campeas resplandeciente
en inteligible lenguaje.
Eres más que el eco,
retumbante sonido
del silencio.
¡Oh poesía,
tú que nos redimes
del vértigo y del vacío
llena eres de gracia
el amor es contigo!
Recuerdo del poeta
Marinero de tierra firme
vigía de galetas en lontananza
deliró con el mar que ya no canta
plantando el lábaro de la paz fraterna.
Isla Negra acantilada
cobijo de herejes desenfrenados,
polemistas estetas de vanguardia
Tierra del Arte para el peregrino.
Anclas y trofeos de barcos abatidos
caracolas gigantes
arpones pungentes
retratos de piratas y mascarones.
Un camastro para dos
tálamo del connubio postrero,
en su rededor figuras entrañables:
Allan Poe, Víctor Hugo, Paul Valery.
Explanada de collares y guijarros
es el Camposanto
de granito azul por siempre
memoria de Neruda y su amada Matilde
Mundo Perdiz
Todavía canta y pía en el risco
bravía escarba la sustancial fécula
del majano a la vaguada
o en la piedra señera de los pagos.
Todo está contra ella
el pedrisco que la atolla
el turbión que arrecia las tierras
arrastrando su empajado lecho.
El trueno que enhuera nidadas
escopetas que no conocen veda
herbicidas, cosechadoras
detrás la escardadora cuadrillera.
Después, el lagarto y el zorro
los Córvidos, grajos y picadas
plagas insaciables
¡pobre perdiz!
porque anda más que vuela.
Reminiscencia para el soliloquio
Todo discurre con habitual ritmo. La aurora de cada amanecer marca el proemio del encuentro con los deberes esenciales, a veces conduciendo rutinarios intereses gremiales. El paso del tiempo diseña volutas arcanas que se difuminan en el espacio infinito de lo intrascendente. El mundo languidece en su egoísmo por sus desproporciones, aunque a tono con ingentes realizaciones materiales. A pesar de todo, queda el trecho generoso para el decoro en la reflexión.
El aire que respiro es sofocante e impuro. Siento el acoso de vertientes sin grandeza que atraviesan mis pensamientos como saetas pungentes en vuelo a lo irremisible. Por fortuna –¡Ah la consolación!– de tiempo en tiempo, como bálsamo vivificante, percibo los aromas de la atmósfera piadosa, en poemas escritos a la orilla del silencio o en melodías heroicas sublimadas por el genio musical. En mi mundo interior atruena la pugna avara entre la prédica prosaica de pragmatismos deslucidos por su opacidad y el imperativo para la exaltación de los valores del genio creador.
Así se decía aquel amador de espíritus selectos y de almas renovadas en el dolor de su arte.
Ciertamente, el sufrimiento no es el objeto ni la causa del hombre grande, del artista. Pero es su prueba, el filtro necesario de toda pureza. El arte es la piedra de toque de las tribulaciones. No es el dolor el que crea la grandeza en el arte sino la victoria del artista sobre su dolor.
Y otra vez se decía el amador de las almas impolutas:
Es preciso que se extingan los rescoldos de las dubitaciones amorfas para dar paz a mi mundo interior. Es preciso desbrozar los follajes incoloros de las realizaciones pragmáticas y plantar los brazos extendidos en la vera ondulante del destino. Es preciso, en fin, unir mi ideario espiritual a las querencias creadoras del arte y de la belleza.
Y es llegado el tiempo. Los rocíos de tersa galanura e inefable frescor convergen en la primera corriente fáctica de la aproximación y, encuentran en su inexorable ruta un caminante sin camino: “La trama del viento”, que echada a los vientos gélidos del atisbo terrígeno, es la magia que descorre el marco pétreo de los cuarteles de invierno. Es el tiempo inaugural de efluvios fraternos y de campos roturados para nuevas siembras.
Los caminantes tienen camino y un referente: “El Faro”, luminoso y fugaz como su destello, al fin una hechura para el recuerdo.
La floresta se engalana de aedos. Son bardos sin ditirambos ni afectaciones, puros como la nieve, libres como el aire. Hay horizonte. Sosiego para el amador. La compunción cede a la exultación. Es un nuevo día.
Hay buenas nuevas. Germinan presurosas “Prehistorias del Androide” y su coetánea “Historias Fallidas” cobrando vida al conjuro de incitativas. Venido por derroteros secretos sienta presencia “El Duende”, plasmación diligente de taumaturgos.
La función vital de toda existencia es aglomerarse para llegar corporativas a los tálamos de la convivencia. Los clarines anuncian la cohesión. Peregrinos llegados desde ubérrimas campiñas signan el advenimiento. La Unión se inscribe en el santoral de los elegidos.
El tiempo, tiempo da. La eufonía inunda el estro de los espíritus superiores. Henchida de augurios, la Unión ha franqueado su primer ciclo orbital.
El amador quedó pletórico de regocijo.
Fuente: LA PATRIA
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