Con el riesgo de que el dedo índice de algún perspicaz fraterno del carnaval, me acuse de manera inquisitiva ante el afamado Luzbel, por incumplidor de las sagradas costumbres de la gran fiesta de la carne, como es el fastuoso carnaval orureño, además sin derecho de apelación ante el Arcángel Miguel, símbolo de la justicia para estas ocasiones, me veo en la gran necesidad de emitir a la usanza de mis colegas, algunos criterios de oportunidad, pero de carácter social-consuetudinario.
Oruro, como parte del territorio con fortísimo arraigo en las costumbres ancestrales y milenarias, con habitantes que son fieles cumplidores de las exigencias subjetivas de la cosmovisión andina, costumbres que durante los últimos tiempos se extendieron a sendos sectores de la población, que antes de ahora jamás se les habría pasado por la mente ser como en el presente, fervientes partícipes de la práctica de "ofrendar" a las deidades andinas, como a la Pachamama o similares, con mesas de variada dulzura y otros objetos simbólicos, en singulares rituales y convites entre amistades de su entorno, con imaginario deseo inmoderado de acompañar esos momentos, con licores de una variada gradación etílica que iluminan al mortal, sumergido en las profundidades fantásticas de la creencia lascivia, hasta el imaginario nebuloso de pretender compartir su momento con seres ancestrales. "Eso si es cambio, y transformación, verdad"; especialmente cuando se aproximan festividades como el año nuevo, los carnavales, todo el mes de agosto, las fiestas patronales de todo el año y porqué no decirlo, todos los primeros viernes de cada mes.
¿Será que los tiempos de cambio que imperan, nos inducen con incontrolable y permisiva autorización social, a seguir con rigurosidad estas prácticas y costumbres de libar con cierta cotidianidad, con el efugio de volver a nuestros ancestros? Quizás.
Mediante esa apasionante introducción, se pretende objetivizar el tema del título:
En fecha 11 de julio del año 2012, se promulgó la Ley de Control al Expendio y Consumo de Bebidas Alcohólicas N° 259; al parecer solo con muy buenas intenciones y de manera algo rimbombante, lógicamente, tal vez con la esperanza de pretender cambiar las costumbres de nuestra sociedad, pero, que paradójicamente por estar demasiado arraigadas, o sea tener raíces profundas en la sociedad, se hace muy difícil su erradicación, lo que parece una flagrante contradicción con la realidad, es una norma de control irremediablemente impracticable en nuestra sociedad.
Como en esta y otras oportunidades de festejo la población desafía a la ley, cuando el consumo desmedido y público de bebidas alcohólicas, se sobrepone contra toda política de Estado y una cultura de conciencia, que se pretendió generar en la población sin ninguna efectividad. Las instituciones involucradas en regular el expendio y consumo de bebidas alcohólicas quedaron pequeñas, o impotentes para exigir el cumplimiento de la Ley, cuando en las calles se expenden y consumen con absoluta libertad una variedad de bebidas alcohólicas. ¿Entonces, dónde queda el cumplimiento de la ley? ¿Quién asume esa responsabilidad de incumplimiento?, ¿para qué se proyectan, discuten y se plasman normas que no se van a cumplir o que es muy difícil obligar a su cumplimiento? Con las necesarias disculpas de las autoridades encargadas de velar por el cumplimiento de las leyes, no se advierte una sola autoridad que se encuentre en la difícil tarea y capacidad de hacerlas cumplir.
Dicho sea de paso, aunque nos resistamos a aceptar, el consumo desmedido de bebidas alcohólicas, en un buen porcentaje es el responsable de expulsar las buenas costumbres y el respeto de muchos hogares, dejando un manto de incontrolable inseguridad.
Por otro lado, cabe mencionar que el negativo efecto de retorno que proporciona la mencionada ley en su propósito, lamentablemente demandó en la Asamblea Legislativa Nacional, inminente e inútilmente desperdicio de valiosas capacidades mentales y físicas, de quienes con sus sabias iluminaciones, tuvieron la importante iniciativa de normar estas conductas sociales, interviniendo seguramente en prolongadas discusiones; lo que va acompañado necesariamente de cierta inversión económica, que en términos económicos se denomina costo-beneficio, es decir, que la ley tuvo un costo, pero sin beneficio, del cual seguro que nadie será responsable.
Si una Ley es imposible de ser aplicada, se debe pensar en la modificación o finalmente la sustitución por otra mejor direccionada, no trabajemos en normas inútiles, tomemos con mayor seriedad y responsabilidad el trabajo legislativo.
En estos casos la doctrina nos demuestra que una ley también entra en obsolescencia, por impracticabilidad e inaplicabilidad; así se encuentra sola y triste la actual Ley de Control al Expendio y Consumo de Bebidas Alcohólicas. En consecuencia, es innegable aceptar que tan pronto la mencionada Ley de Control haya quedado en la obsolescencia jurídica.
No se puede dejar de pensar, que por ejemplo los fatales acontecimientos del día de la peregrinación o la entrada de Carnaval del sábado recién pasado, también hayan sido resultado de esta impracticabilidad o inaplicabilidad de la Ley. Cuando como es lógico, estantes y visitantes movidos por la alegría y emoción, dieron rienda suelta a su entusiasmo, a su natural actitud de compartir y festejar en la bendita tierra donde su Carnaval fue declarado "Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad".
(*) Abogado
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