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Domingo 02 de marzo de 2014

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Cultural El Duende

Alcides Arguedas:

Oruro en 1910

02 mar 2014

Fuente: LA PATRIA

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Oruro es el pueblo más práctico y más liberal de todos los de la República y el que mayores progresos ha alcanzado en tiempo relativamente breve, porque, al decir de un escritor de pluma atildada y muy fuerte sentimiento localista, Víctor Zaconeta, “Oruro hace cincuenta años era una pequeña ciudad, con visos de simple aldea, con sus casas bajas y miserables techadas de paja brava, y con sus muladares a dos cuadras de la plaza, que apenas contaba con siete mil habitantes y que vivía a expensas de dos o tres minas que se explotaban en sus goteras”.

Hoy tiene 40 mil y es una ciudad agitada, llena de vida y de movimiento, con abundantes hoteles y fondas “y cerca de 200 picanterías”.

Está situada en pleno yermo de los Andes, a 3.694 metros de altura sobre el nivel del mar y en una llanada algo inclinada y rodeada de cerca y de lejos por una serie de cerros elevados y sin ninguna vegetación, como el San Felipe a 4.018 metros de altura, el San Pedro a 4.000; el Santa Bárbara a 3.883; el Cochiraya a 3.842 y son cerros pardos, rojizos o grises, pero con entrañas de puro metal que constituye la riqueza de este pueblo y su única razón de ser, porque el clima es rudo, inclemente y hostil, y nunca puede el hombre edificar su vivienda permanente allí donde los elementos constituyen su principal enemigo. Un viento áspero y helado sopla en esos yelmos casi constantemente en ciertas épocas del año, y entonces la vida de la ciudad se concentra en los clubes, porque Oruro es la ciudad que cuenta con el aporte valioso de numerosas colonias extranjeras, pues siendo como es la capital del estaño, es allí que residen los ingenieros de las infinitas minas y las administraciones abren sus depósitos, los bancos sus cofres.

De un gran lujo estaba privada hasta poco el orureño: no sabía lo que era un árbol, porque esa cosa maravillosa que es el árbol no viene sola en las estepas barridas por vientos de tempestad y ha menester de cuidados diligentes, de voluntad y tenacidad constantes para alcanzar a vivir sufriendo junto al hielo de las neveras que congelan y del sol meridiano que tuesta, porque luce en un cielo de divina transparencia y jamás velado por la tupida cortina de la niebla. Y hoy los orureños lucen árboles en sus calles y plazas, y el árbol tiene allí un lenguaje de magnífica elocuencia, porque habla de voluntad, de energía y de decisión y de sentimientos delicados y refinados, porque el amor al árbol solo nace cuando se ama la belleza y la armonía en la naturaleza, y se siente el respeto por las cosas que duran más que la pobre vida humana.

El orureño tiene, pues, voluntad, y como está acostumbrado al trato de los extranjeros que dirigen las minas y son laboriosos, disciplinados, no ignora el fin eminentemente práctico que imponen las modernas condiciones de vida y trabaja para conseguirlo. Un poco escéptico, escepticismo que ha alcanzado por esa misma comprensión de la existencia, se aísla algo desdeñosamente de los intereses que apasionan a los otros pueblos, y es su divisa el aforismo yanqui: el tiempo es oro. Por eso el orureño es tolerante. Fue el primero en conocer las inmensas ventajas que traen los rieles y no ignora lo que es la concurrencia. Para no verse vencido por el inmigrante, el intruso, tuvo que redoblar sus esfuerzos, aprender a trabajar. Y hoy es un buen obrero.

Alcides Arguedas: La Paz, 1879 – 1946. Novelista e historiador.

Fuente: LA PATRIA
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