Tres semanas de protestas y represión en Venezuela tienen contra las cuerdas al gobierno de Nicolás Maduro. Y confirman que el gobernante es incapaz de administrar una crisis que él mismo generó simplemente porque ser Presidente requiere mucho más que el simple trámite político de llegar al cargo.
En pleno embrollo y mientras fracasa la represión, Maduro convocó ahora a una conferencia para acordar "una agenda de paz política y social". Pero mantiene en prisión a Leopoldo López, líder emergente en la protesta, y a un número indeterminado de estudiantes. Y persisten las demostraciones de fuerza política con grupos armados y el atropello a los derechos civiles más elementales, con la impunidad que cree él que le garantiza la imposibilidad de la prensa para informar lo que ocurre atenazada por su política de vigilancia y castigo, retiro de licencias y cierre autoritario de canales y estaciones de radio.
En ese escenario, es pues natural la muerte al nacer de su afán de desmovilizar la protesta mediante una aparente apertura al diálogo, aunque lo apoye la Asamblea Nacional oficialista. Nadie cree hoy en la sinceridad de su propuesta. Incluso Henrique Capriles, su hasta hace poco principal opositor que se declaró ajeno a la protesta en las calles la calificó "una comparsa", al anunciar que no asistirá.
Es que un Maduro incapaz de curar la enfermedad, sólo puede atacar los síntomas. En lugar de ver y resolver el origen de los problemas de la gente, sólo ve su protesta. Y en su miopía política, la limita además a sus opositores políticos, entre los que incluye al imperio norteamericano y la prensa. Y utiliza la fuerza y la represión o amplía el carnaval para acallar las protestas por la falta de alimentos y medicinas, ajeno a que el hambre y las enfermedades afectan a todos, por chavistas que sean.
Como siempre y en todas partes, la generalización del descontento y el abuso persistente generan mayor enojo. Y nuevas demandas, de mayor envergadura, que van al origen mismo del problema. La gente le exige hoy eliminar el secante control estatal de la economía, en franco rechazo al modelo político. Inmersa en su propia crisis, le exige eliminar la fuerte subvención petrolera que sostiene la economía cubana. Enojada por la incapacidad de su gobierno, le exige acabar con la intervención cubana en los asuntos estratégicos venezolanos y en la represión. Y lastimada por los 14 muertos, decenas de heridos y presos que denuncian torturas, se mantiene en las calles empeñada en el desarme de las brigadas de choque chavistas. "Sólo entonces podremos hablar de paz", le dijeron desde una marcha de mujeres.
En ese escenario se confirma hoy un final previsible desde el principio. Con sus consecuencias y repercusiones internas y externas también previsibles.
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