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Warning: session_start(): Cannot start session when headers already sent in /home/lapatri2/public_html/impresa/index.php on line 8 Viviendo en estos lugares - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
No es estrafalario que cuando alguien adolece de falsedad, eche la culpa a cualesquiera de sus congéneres, en regímenes donde habita un “caudillo”, que es el jefe de Estado; los burócratas que forman ese gobierno suelen ensalzar con o sin sentido la figura de su jefe; se puede mostrar entonces que si el mandatario no demuestra acciones probas, honestas sin la demagogia y falsedades; característica en ese tipo de regímenes, los serviles funcionarios tampoco las mostrarán: parece que ven en las acciones del líder los comportamientos correctos; tal vez porque no quieren perder su pega —hasta ellos se deben dar cuenta de la falta de condiciones para encontrar trabajo en Bolivia—, porque están ya muy comprometidos, porque no les agrada la idea de dejar de recibir su sueldo, porque acaso piensan: “No hay otra, la derecha es mala”, o porque no quieren dejar de ser “autoridades”.
Es absurdo asegurar que el problema se debe a que “se ha heredado un estado colonial corrupto”; los pretextos pueden utilizarse en cualquier situación, allende esas cuestiones; es demostrable que el presidente Evo Morales Ayma no ha estado libre de las tropelías mezquinas que se han dado en el país; basta haberlo escuchado decir: “Kausachum coca, wañuchum yanquis”, “viva la coca mueran los yanquis”, infectando las relaciones con otro país; las guerras llegan por cualquier sandez de los especímenes caudillistas.
Siento necesario, en tiempos de mezquindad política, expresar con Eric Pleasants: “Durante cinco días Anneliese y yo trabajamos entre la mortandad y los escombros, el hedor de muerte y el sufrimiento, hasta que ví la sombra del alucinado agotamiento en sus ojos desvelados. Estaba fatigada más allá de sus fuerzas, y si yo no la sacaba pronto de allí, sería candidata para ir al hospital. Nos marchamos sigilosamente de Dresde, continuando nuestro camino, el olor de incineración adherido a nosotros como una pesadilla. Por fin, logramos completar nuestro interrumpido viaje a Berlín.
Si yo hubiera dudado alguna vez de lo correcto de mi creencia en la esencial inmoralidad de la guerra, de mi negativa a cometer la muerte de otro por una orden, Dresde habría desvanecido cualquier vestigio de duda. Si más gente hubiera objetado en el momento oportuno, no habría ocurrido lo de Dresde, ni lo de Belsen, ni lo de Hiroshima. Los gobiernos declaran las guerras, pero la gente las pelea” (1). “Las experiencias de aquellos pocos días en el Berlín capturado dejaron una profunda y fea huella en mi memoria. Las atrocidades dignas de las hordas bárbaras de Atila fueron el espectáculo corriente en las calles donde bandas de rusos vagaban, sin control, asaltando, saqueando y violando. Ninguna mujer, cualquiera que fuera su edad o condición, estaba a salvo de ser violada en la forma más perversa” (2).
Sabiendo la miserable disputa, confrontación que el “primer gobierno del Estado Plurinacional” ha sostenido con los Estados Unidos de América, aprobarlo no sería muy provechoso.
No se ha insistido lo suficiente en que los caudillismos no vinieron al mundo con mejoras para el lugar; propagandizar el culto a un “líder” es tan normal como hacer propagandas de bolsas nylon, las consecuencias pueden ser irreversibles.
Habiendo un Poder Legislativo atestado de gentes que pudieran no asistir al hemiciclo y dar su voto por teléfono: la mayoría oficialista no parece querer debatir, sino aprobar lo que el Ejecutivo ordene, el razonamiento, el avanzar parece atrofiado. Una vez aprobadas las leyes, aún siendo indignas; habrá excusas para ejecutar acciones deplorables. Un parlamentario no debería ser un esclavo de su partido; el oponerse a proyectos insalubres, la libertad de expresar otros pensamientos sin entrar al Congreso con la obligación de aprobar lo que se les ordene podría mejorar la situación; es penoso percibir que esas posibilidades no son la mayoría parlamentaria.
En 1969, Mario Vargas Llosa “terminó” de escribir su libro “Conversación en la catedral”; extraordinario —hasta donde lo leí—, creo importante, y quiero evocar la primera parte: “Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú? Los canillitas merodean entre los vehículos detenidos por el semáforo de Wilson voceando los diarios de la tarde y él echa a andar, despacio, hacia la Colmena. Las manos en los bolsillos, cabizbajo, va escoltado por transeúntes que avanzan, también, hacia la plaza San Martín. El era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento. Piensa: ¿En cuál?”
(1) Eric Pleasants, “Hitler´s bastard” Las SS británicas; traducción: Pablo Morales, editado por Ian Sayer y Douglas Botting, DIANA Editorial, México D.F. pág.159. (Una historia personal)
(2) Ibídem, pág.161.
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