Las Olimpiadas de invierno en Sochi, el Cáucaso ruso, ha sido el espectáculo necesario para mostrar el renacimiento de una vieja potencia que se yergue desde la lápida de la URSS.
Hace diez años fui a Moscú como enviado especial de un diario mexicano. Putin alistaba maletas para visitar el primer país latinoamericano de una agenda que se había saltado Cuba. Con México habían dos puntos en común: El petróleo y la experiencia de las privatizaciones.
En 2004 Putin había logrado devolver a su país el viejo orgullo bolchevique de la desaparecida URSS. “Ha puesto orden al país. Se ha recuperado la disciplina laboral y se ha llevado a la cárcel a la oligarquía nacida de la cantina de Yeltsin”.
En mi recorrido vi cómo crecían los edificios modernos con pisos exclusivos para una nueva clase que nacía como efecto del cambio y, sin lugar a dudas, de “la etapa corrupta de Yeltsin”. Eran expresiones comunes para mencionar el alcoholismo del enterrador de la URSS, porque fue él y no Gorbachov que liquidó al partido comunista.
Para Putin, la desaparición de la URSS fue “una catástrofe geopolítica”. En estos diez años, Putin no abandonó el poder, incluido el interregno de Dmitri Medvédev, un Sancho dispuesto a cubrirle las espaldas.
Una sola mención hace suponer que la democracia rusa tiene sus propias reglas: Lilija Chevtsova, que – en 2004 – era una funcionaria del Instituto Carnegie de Estudios de la paz, me dijo que la visión que Putin tiene del estado le hace recuerdo a Luis XIV que solía decir: “El estado soy yo”. Es más, el mismo Putin dijo alguna vez: “la dictadura de la ley y la verticalidad del poder” son los ingredientes más importantes de la democracia rusa.
Olga Maxe, una colega, me dijo que la versión más moderna del estado soviético es Putin. “Hay un entramado democrático, como partidos de oposición, pero todos saben de antemano quien irá a ganar las elecciones”.
En estos diez años Putin ha acumulado la suficiente fuerza económica (mucho soborno, salarios atrasados a veces nunca pagados sobre todo a los trabajadores que construyeron la villa olímpica) gracias a la buena renta petrolera.
Ha desafiado a su rival estadounidense en campos impensables como por ejemplo el asilo político a Edward Snowden y, en el campo internacional, evitó el ataque militar de los EE.UU. a Siria, convenciendo a su socio de Damasco en el desmantelamiento de su arsenal químico y contribuyó a la apertura de Irán. El último desafío: Dio inicio a una guerra tibia con occidente debido a sus intereses geopolíticos en Ucrania, un país dividido entre el Este con una población mayoritariamente rusa y el Oeste con ucranianos que miran a Bruselas como su capital. Ucrania será la carta más peligrosa a jugar en este nuevo póker entre Rusia y el occidente porque en esa geografía está el Mar Negro, vital para los intereses rusos y la intención de, sobretodo, EE.UU. de mover las fronteras del mercado a las proximidades rusas.
El último As de Putin en este nuevo póker, ha sido recibir al Gral. Abdulfattah al-Sisi, posible presidente de Egipto. EEUU decidió cortar la ayuda militar debido al golpe militar del año pasado, al-Sisi rescribiendo la historia, igual que Nasser, se fue a Moscú a buscar una nueva alianza.
Sin embargo Putin tiene problemas, por eso tuvo que dejar Sochi con cierta precipitación porque los últimos informes prevén un crecimiento del PIB en 2014 de sólo el 1,3% lo que sensibiliza su economía y achica su margen de juego político. Y, hay una oposición en crecimiento todavía enanizada por el sistema, pero con buena salud.
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