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Domingo 16 de febrero de 2014

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Cultural El Duende

Se llamará Cristóbal

16 feb 2014

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A mi hijo Oscarín

Cuando a mamá se le ocurre ordenar mi cuarto ¡me muero de rabia! Revuelve todo y al final la habitación queda como si fuera de una persona desconocida, limpia, ordenada, de alguien que no soy yo. Ni siquiera respeta el cajón de mi escritorio, lo malo es que perdí la llave, en el jardín. Tendré que buscarla, ojalá la encuentre, mientras tanto he puesto un chicle para sellarlo y he pegado un letrero que dice:

“¡PRIVADO! ¡NO TOCAR! ¡PELIGRO!”

Y abajo he dibujado una calavera cruzada por dos huesos, pero ni así. .. no ha servido de nada, igual lo ha abierto y ha sacado todo. Hasta encontrar la llave, tendría que clavarlo o pegarlo con la gotita, pero después ¿cómo lo abro?

–¿Para qué guardas tantos disparates? Papeles pegajosos, cajitas de chicle vacías, botones, clavos... ¡hasta una mosca muerta! ¡Ya es el colmo del desorden! –protesta mamá.

Quisiera poder explicarle que esos papeles son de los dulces que Corina me invitó un día al salir de la escuela, y que ese botón dorado lo encontramos juntos, creíamos que era de oro, pero no es, sus dos agujeritos parecen ojitos, dice ella. La mosca la cacé al vuelo, ¡qué puntería! El tornillo es de mi primer reloj, ya he desarmado cinco, la galleta a medio mascar, la mordió ella.

–¿Y este pedazo de queso? ¡Qué espanto! Van a aparecer ratones en este cuarto, ¡te aseguro! –dice mamá mientras lo tira al basurero con un gesto de asco.

Cada vez dice lo mismo, pero hasta ahora... ¡nada! Porque el queso lo pongo en mi cajón para eso, para que venga un ratón y se quede a vivir en mi cuarto. Ya que no quiere comprarme un perro, tendría un lindo ratoncito que, en todo caso hace pis y caca más chiquitos que un perro.

–Y estas piedras, ¿para qué sirven? Hojas secas, resortes, fósforos quemados, pepas de durazno... ¡todo a la basura! –dice mamá mientras bota todo al basurero.

No me atrevo a protestar, sería inútil porque ella no entiende que aunque no sirvan para nada, a mí me gustan. Las piedras las recojo en mis paseos al río, una parece una cara, tiene nariz y boca; la hoja que acaba de destrozar era un pez perfecto, el hueso del pollo tiene forma de Y, es de la suelte, y si uno mira esa corteza de árbol, descubre un cuerpo de hombre con pito y todo. Ella en la sala tiene sus adornos que no sirven para nada, pero le gustan y no hay que tocarlos... A mí me gustan mis 37 piedras, mis hojas, mi pluma de pato, mis cosas, pero ella las bota...

Si por lo menos tuviera un hermano con quien jugar... o un perro, un gato, o un loro con quien hablar...

–¿Y este caballito roto? ¿Y este tren sin ruedas? Tienes tantos juguetes nuevos, ¿para qué guardas éstos que ya no sirven? Ahora que me acuerdo... ¡ya los boté la semana pasada! No se te ocurra recoger nada de la basura ¡Qué manía la que tienes de guardar cosas inservibles!

No digo nada porque no entendería... sería muy largo explicarle que el caballito lo quiero justamente porque es cojo y me da pena, y que cuando juego, lo hago correr más rápido que los otros caballos y gana todas las carreras. En cuanto al tren, no necesita ruedas para flotar en el agua, es un tren-barco.

Mientras mamá sigue protestando y asegurando que a este paso mi cuarto se convertirá en un criadero de ratones, recojo el caballito cojo del basurero, ¡le salvé la vida tantas veces! Con disimulo rescato también la cabeza de un títere, es un payaso con la nariz desportillada, pero lo quiero mucho. Sin que mami se dé cuenta, voy recuperando casi todos mis bienes: mis piedras, mi imán, mi tren-barco, no encuentro mi mosca... ¡qué pena! Mis hojas están todas destrozadas, pero consigo salvar el corazón amarillo de mi margarita, yo le arranqué los pétalos, me quiere, no me quiere, poco, mucho, nada, ¡me quiere! ¡Corina me quiere! Cuando sea grande, seré astronauta o tractorista, tendré mucha plata y me casaré con ella, tendremos muchos perros de todas las razas, un monito, una tortuga y un león.

Lleno mis bolsillos y me escapo al jardín antes de que mi mamá se dé cuenta, es preciso que encuentre la llave de mi cajón para que no hurgue mis cosas, luego voy a la cocina a sacar un pedacito de queso y pienso con ilusión que cuando aparezca el ratón en mi cuarto, se llamará Cristóbal y podré contarle todas mis penas.

Giancarla de Quiroga. 1940.

Escritora y narradora cochabambina

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