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Domingo 16 de febrero de 2014

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Cultural El Duende

Algunas características del lenguaje boliviano

16 feb 2014

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El lenguaje es un elemento complejo, polisémico y misterioso que nos permite entrar en contacto con los demás y con el universo. En él confluyen varios impulsos: materiales y espirituales. Lo material está formado por el aparato fonatorio, que permite emitir sonidos articulados, de tal manera que tengan sentido para el que escucha y lo comprenda, estableciéndose una comunidad lingüística; el componente espiritual se manifiesta como la energía interna que empuja al hombre a salir de la prisión de su subjetividad y realice actos objetivos, que, una vez objetivados, permanecen ahí, al alcance de los demás. El impulso espiritual nos lleva a conocer, a introducir dentro del núcleo existencial que somos aquello que está afuera y nos asombra, que nos llama constantemente oponiendo existencia a existencia. Ese conjunto de impulsos, sentimientos y actos es el lenguaje.

La palabra vence al silencio intelectual que hay dentro la mente del hombre, el cual se asombra con cuanto existe fuera de él, y quiere “agarrarlo”, aprehenderlo de alguna manera para introducirlo dentro de sí, y de esta manera humanizarse más y más, al conocer, al asimilar, al unir lo externo con lo interno que es él mismo, formando de esta manera una unidad activa que es la persona en acción.

Por otra parte, la persona tiende a la asociación, busca la compañía del otro, del prójimo, como la fuerza en la cual puede apoyarse para tener mayor fuerza interior, y, de esta manera poder hacer algo, poder desarrollar su intimidad, y, sobre todo, vencer los obstáculos que la vida le opone a lo largo de su existencia. Con la aparición de este fenómeno social, se llega al acuerdo entre todo el grupo, es decir, la aceptación, modificación y circulación del sonido con un sentido intelectual, que es adoptado por toda la comunidad. De esa manera es vencido el natural aislamiento en el que está colocado todo hombre, y comienza la comunicación. El sentimiento se reviste con un sonido que mueve al otro, al próximo, a tener otro sentimiento semejante, o diferente, por oposición a lo propuesto por el hablante.

Paralelamente, ese sonido es el ropaje con que se viste la idea surgida en la mente del emisor. Claro que aquí estamos al viejo e insoluble problema de quien es primero, si el huevo, o la gallina; porque sin lenguaje no hay idea capaz de ser pensada, como no puede haber palabra propiamente dicha que exista sin contener un pensamiento.

El idioma es complejo porque sirve para comunicar estados de ánimo, vivencias e ideas que van de las más simples a las complejas y abstractas. Por otra parte, a medida que se desarrolla, en un mismo término caben varios significados, diferentes unos de otros; que, al ser enunciados verbalmente únicamente se comprenden por la inflexión de voz. Tomemos por ejemplo la palabra COMO. En ella, dependiendo del tono de voz, puede significar la acción de comer, o la modalidad “cómo” se realiza esa u otra acción. O bien, puede ser una interrogación, o denotar un estado anímico, el de estar asombrado. De esta manera, se puede decir toda una oración utilizando la misma palabra: ¿CÓMO? ¿CÓMO COMO? COMO, COMO COMO. Es decir, me asombro ante la pregunta que indaga por la forma como ingiero un alimento; luego, de la manera más natural, respondo, pues como en la forma corriente, masticando el alimento que ha sido introducido en mi boca: COMO, COMO COMO; como lo hace todo el mundo. Pero, esta polivalencia de las palabras nos lleva a equívocos, que se manifiestan sobre todo en los regionalismos, los cuales salen de la norma académica, pues recogen el habla popular, la que se produce en base a la imaginación y creatividad cotidianas de la gente de la calle. En Bolivia, como en todos los países, hay giros del leguaje que son propios de una zona geográfica, o de toda la nación, los cuales pueden inducir a la descomunicación entre interlocutores del mismo idioma materno; entre el hablante y el receptor del mensaje. Veamos algunos casos. Supongamos que una mujer española se ha casado con un boliviano, y llega a nuestro país. Al llegar, la madre del esposo le dice a su hijo: “¡Qué linda HABÍA sido tu esposa!” ¿Cómo que había sido, es que ahora ya no lo soy?, piensa la esposa. Al ver la sorpresa de su mujer, el marido le explica que en este caso le están diciendo con admiración que ella es bella, en este preciso momento. Lo que pasa es que el término se ha usado en un tiempo verbal no adecuado, pero frecuente en el habla media de los habitantes de Bolivia.

A poco de llegar, el frío del altiplano y el cambio de clima produce un resfrío en la recién casada, y, un buen día su marido le dice: “te estás QUERIENDO resfriar” Todo asombrada, la mujer piensa: si lo que precisamente no quiero es resfriarme. Pero, lo que su esposo le está diciendo es: PARECE que te vas a resfriar. De esa manera la lleva a la consulta médica, y allí, el facultativo le dice: “ECHESE, por favor, señora” Nuevamente la española se extraña: ¿echarme yo misma? ¿a dónde? ¿por qué? Naturalmente la cara de la paciente refleja estupor, y el médico le explica que está usando otra acepción del mismo verbo en el sentido de recostarse, y así lo hace la mujer, con una sonrisa de disculpas.

Después de una serie de exámenes y análisis de laboratorio, el médico le dice a la española en cuestión: Felicidades señora, usted está ENFERMA” ¿Cómo? –piensa la española–¿Felicitarme porque estoy enferma? Esto no solo es insólito y va contra toda lógica, sino que es inhumano, sobre todo en labios de un médico… salvo que sea sádico… Al ver la sorpresa e indignación de su paciente, el médico comprende lo que ha sucedido, y le dice: “señora, la felicito porque está embarazada. ¡Va a tener un hijo!

El idioma, como se ve, va tomando ciertos matices que impiden una rápida y fácil comunicación con un interlocutor de la misma lengua, debido al escollo de los regionalismos, que, sin salir de la lengua, se han empleado con otros sentidos. Sigamos con el mismo ejemplo. La familia del esposo boliviano, al saber que la mujer está esperando familia, decide enviarlos a la hacienda familiar para que la esposa repose, respire aire más puro y esté en la tranquilidad del campo. Allí la española se lleva una nueva sorpresa lingüística, cuando la ahora mucama le cuenta, que, antes de trabajar en esa casa, SE VENDÍA comida en el pueblo ¿Cómo? ¿Esa mujer se vendía, y tan suelta de cuerpo se lo dice de buenas a primeras a una desconocida? Pero, reflexiona, ¿cómo se vendía comida? ¿Vendía comida? Pero no se vendía ella. ¡Ah! Ahora la cosa es distinta. Lo que pasa es que en el habla popular boliviana se usa ese giro para decir que alguien trabaja, con mucho esfuerzo y cariño al mismo tiempo, vendiendo algo, comida en este caso. Aclarada la duda, la empleada, al ver que la señora se está vistiendo como para salir a la calle, y viendo que el embarazo está avanzado, le pide que no salga. La dama la ignora y sigue acicalándose; pero la mucama le ruega, una y varias veces, que no lo haga esgrimiendo razones de diferente tipo. En ese momento, llega el marido de la señora, al verlo, la mucama le dice: “La señora va salir SIEMPRE. Y el marido sin mayor comentario, acompaña a su esposa a la calle. Allí, a solas, la española pregunta: ¿Qué quiere decir salir SIEMPRE, si únicamente hoy se me ha antojado salir? El esposo le explica: lo que pasa es, que, en el habla cotidiana de los bolivianos el término “siempre” tiene el significado de todos modos. Lo que quería decirme es: la señora quiere salir, no obstante los ruegos que le he hecho para que no lo haga debido a su avanzado embarazo. Y no obstante sus objeciones, ha salido.

Ante esas situaciones la española comienza a tener dudas acerca de si ella, o los bolivianos, no saben expresarse en castellano; pues muchas veces ha tenido que recurrir a la “traducción” de su marido para comprender cuanto le dicen. Está en eso, cuando de pronto, el marido le dice “Allí viene el HOMBRECITO que debe ir a la casa, y la mujer ve, que, quien se acerca, es un hombre musculoso como de 1,80 mts de estatura. “Ese que viene… ¿es el hombrecito? Balbucea. Sí, responde el esposo. ¿No lo ves? Pero ella mira a un hombrón, no a un hombrecito. Hechas las aclaraciones respectivas, la española se entera que “hombrecito” es sinónimo de campesino, o de obrero de baja calidad. Nuevamente, ya en la casa, la pobre extranjera se queda con un palmo de narices cuando escucha la conversación entre el hombrecito y la empleada doméstica. Ella le dice: “Esa señora NUNCA SIEMPRE me va hacer caso”. ¿Cómo que nunca siempre! ¿No hay aquí una flagrante contradicción? Si tomamos el valor regional del término, no la hay; porque, en este caso, “Siempre” únicamente es un refuerzo verbal que se pone a la anterior palabra: nunca, para darle el énfasis de un nunca absoluto. Nunca jamás, es decir: siempre, pues.

Esto nos muestra cómo el lenguaje puede entorpecer la comunicación entre dos personas del mismo idioma materno. ¿Qué otros elementos más, que los puramente semánticos están presentes en el idioma? y, sobre todo, ¿en la comunicación humana?

Jaime Martínez-Salguero. Sucre, 1936. Académico de la Lengua

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